Historia

Pogromos: los sangrientos antecedentes del Holocausto

Antes deHitler, el antisemitismo había arrancado en Europa. En Rusia y su entorno, los ataques costaron la vida a 100.000 judíos. Una memoria que ahora es rescatada

Fotografía de archivo con fecha desconocida que muestra a prisioneros judíos en el campo de concentración nazi de Auschwitz, en Polonia
Fotografía de archivo con fecha desconocida que muestra a prisioneros judíos en el campo de concentración nazi de Auschwitz, en PoloniaSTRAgencia EFE

Hubo una vez un adolescente que quiso tomarse la venganza por su mano frente a los nazis y desafió al mismísimo Hitler. Lo contó hace un par de años Stephen Koch, en «El chivo expiatorio»: «El 9 de noviembre de 1938, un joven que vivía en París, llamado Herschel Grynszpan, compró un pequeño revólver, fue a la embajada alemana en la capital francesa y disparó al primer diplomático que se cruzó por su camino. Grynszpan había sufrido la tragedia de haber perdido a sus familiares, que como tantos de miles de judíos polacos habían sido deportados de su Alemania natal. El diplomático falleció al cabo de dos días, y Hitler y Goebbels usaron tal acontecimiento para reforzar su impronta supremacista; se convirtió el ataque a la embajada en un pretexto para que se desencadenara «la gran ola de violencia y terror antisemita patrocinada por el Estado, que se conocería más tarde como “Kristallnacht” (Noche de los cristales rotos), el pogromo que muchos consideran el detonante del Holocausto».

La idea de que los judíos eran los instigadores de la guerra, y que la mecha de todo la había prendido Herschel, se instaló en la mente de Hitler, y el apresado percibió que estaba siendo usado para sus fines propagandísticos. Cualquier excusa era buena para ir en contra de una parte de la civilización que, sin embargo, llevaba décadas de ostracismo y sufrimiento indecibles. En 1925, un joven de veintiocho años, Josep Pla, visitó Rusia para escribir una serie de artículos; decía en ellos que antes, en tiempos del último zar, era un país de conflicto de razas, con un alto grado de antisemitismo, con terribles pogromos contra los judíos, pero que «hoy estas costumbres han mejorado mucho. […] Los judíos se encuentran en todas las jerarquías del Estado, junto a hombres procedentes de todos los pueblos de Rusia. No hay exclusiones, ni listas negras, ni hombres inferiores ni superiores».

“Entre 1928 y 1921, hubo un millar de disturbios antisemitas en la actual Ucrania”

Esto es justo lo que apunta Jeffrey Veidlinger en «En el corazón de la Europa civilizada. Los pogromos de 1918 a 1921 y el comienzo del Holcausto» (traducción de Ana Pardo) cuando habla de que, con la creación de la Unión Soviética, los judíos se integraron en el servicio público, en la burocracia gubernamental. Era aquel, el periodo de entreguerras, en que «los judios no solo hablaron de la violencia en los pogromos en términos de catástrofe, sino que también actuaron en consecuencia». El caso es que millones huyeron de las zonas en las que se veían amenazados, logrando fundar organizaciones de ayuda a gran escala, presionando a las grandes potencias y a otros estados de nueva creación, como Polonia y Rumania, «para que incluyeran en sus constituciones cláusulas que garantizasen los derechos de las minorías», en definitiva, «sentando las bases para la creación de un estado judío en Palestina».

Un millar de disturbios

Veidlinger, catedrático de Historia y Estudios Judaicos en la Universidad de Michigan, parte para su libro de una cita de Anatole France de 1919: «En el corazón de la mismísima Europa civilizada, en el amanecer de una nueva era de la que el mundo espera el establecimiento de la libertad y la justicia, la existencia de toda una población está amenazada. Estos crímenes no solo deshonran al pueblo que los comete, sino que atentan contra la racionalidad y la conciencia humanas». Y ciertamente, eso es lo que ocurrió, en concreto, entre las fechas que señalan el título: 1918-1921, en las que se registran, en más de quinientas localidades, en un área que correspondería a la actual Ucrania, más de un millar de disturbios antisemitas, lo que se conocería con el término ruso «pogrom». Este investigador estadounidense, tras una ardua búsqueda en materiales de archivo, testimonios de testigos, registros de juicios y órdenes oficiales recientemente descubiertos, arroja luz sobre unos acontecimientos menos conocidos que el propio Holocausto pero que, de hecho, derivarían en esto mismo.

Para empezar, el autor habla de un libro de memorias sobre la ciudad ucraniana de Proskuriv, «Khurbn Proskurov», que acababa con los nombres de los mártires en una lista que ocupaba treinta páginas. Había sido escrito un año antes de que Pla dijera que los judíos estaban integrados: en 1924, nueve años antes de que Hitler llegase al poder y quince años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Era, ni más ni menos, que el auténtico comienzo del Holocausto: «La destrucción de Proskuriv se llevó a cabo un año después de la creación de un estado ucraniano que prometió amplias libertades y autonomía política a su minoría judía, y tres meses después del armisticio del 11 de noviembre de 1918 que acabó con la Gran Guerra», señala Veidlinger.

Un baño de sangre en Europa

Los datos son escalofriantes; justo en las postrimerías de la contienda bélica, el 15 de febrero de 1919, soldados ucranianos asesinaron a uno mil civiles judíos. «Esta no fue la primera oleada de pogromos en la zona, pero su alcance eclipsó los ataques violentos anteriores por la cantidad de participantes, el número de víctimas y el calado de su barbarie. Campesinos ucranianos, ciudadanos polacos y soldados rusos asaltaron impunemente a sus vecinos robándoles propiedades que creían que les pertenecían por derecho». Los ataques salvajes a esta población incluyeron arrancar las barbas a los varones judíos, destrozar pergaminos de la Torá, violar a niñas y mujeres judías y torturar a ciudadanos judíos en las plazas de los mercados, haciéndoles andar hasta las afueras de la ciudad para acabar fusilándolos.

En total, se calcula que en esos tres años mencionados, la cantidad de muertos relacionados con los pogromos contra la comunidad judía supera los cien mil. Todo lo cual lleva a la obvia deducción de que «el asesinato de seis millones de judíos en Europa no solo era algo concebible, sino algo temido como una clara posibilidad desde al menos veinte años antes de que se convirtiera en una realidad», apunta Veidlinger. Este cita una noticia del 8 de septiembre de 1919, del «New York Times» dio, en que se comunicaba que se había celebrado en Manhattan una convención «para protestar por el baño de sangre que se estaba llevando a cabo en la Europa del Este». El titular era contundente: «Los judíos ucranianos piden parar los pogromos». Además, unos pocos meses antes de esta advertencia sobre el exterminio de los judíos, otra publicación, «Literary Digest», divulgó un artículo sobre los disturbios de Rusia, Polonia y Ucrania con el titular «¿Será una masacre de judíos el próximo horror europeo?».

Semejante vaticinio se hizo real, primero, con la intención de los pogromos de eliminar de Ucrania a todos los judíos, eliminando sin piedad toda esta raza, y más adelante con el delirio hitleriano. Veidlinger, así, ahonda en determinadas vicisitudes históricas que han sido extrañamente desatendidas, en buena medida, ensombrecidas bajo los horrores del Holocausto. Es más, resulta sorprendente su ausencia de los libros de historia, de los museos y de la memoria pública del Holocausto, añade. Y no obstante, los pogromos dela etapa 1918-1921 explican cómo llegaron a ser posibles las siguientes oleadas de violencia antisemita.

La normalidad del Holocausto

Lo que les sucedió a los judíos de Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial, dice Jeffrey Veidlinger, tiene sus raíces en lo que ya les había ocurrido en la misma región solamente dos decenios antes. «Los pogromos normalizaron la violencia contra los judíos, convirtiendo la requisa forzosa de propiedades privadas, la guerra de religión, y la detención y ejecución de enemigos políticos en una respuesta aceptable a los excesos del bolchevismo». De hecho, el autor comienza centrándose en la historia de la violencia antisemita en el Imperio ruso y en el impacto de la Gran Guerra en ella. Después, se ocupa de la caída del Imperio austrohúngaro, en noviembre de 1918, cuando las unidades militares polacas aprovecharon la caótica situación para perseguir a civiles judíos, «lo que se convirtió en el prototipo de una nueva clase de pogromo». Y sigue analizando algunos de los 167 pogromos documentados que tuvieron lugar durante los tres primeros meses de 1919 en las provincias de Volinia y Podolia. «El pretexto para tales ataques fueron las acusaciones o rumores de que los judíos estaban planeando una revolución para instaurar un gobierno bolchevique», y el temor de que los judíos estaban acaparando bienes en sus hogares y lugares de trabajo.