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Historia
Cuando España fue decisiva para el nacimento de Estados Unidos
Una reciente investigación demuestra que la ayuda española en la Guerra de la Independencia, que sabíamos importante, resultó primordial. Rafael Torres, catedrático de Historia en la Universidad de Navarra, deja constancia de ello en el libro «Caza al convoy»

España hizo posible el triunfo de las Trece Colonias en la Guerra de independencia de Estados Unidos. Cada vez son más las investigaciones que destacan cómo la Monarquía Hispánica creó las condiciones necesarias para que esa victoria fuera posible. Hoy contamos con evidencias históricas sólidas que permiten descartar definitivamente la interpretación tradicional que atribuía el éxito norteamericano a la iniciativa local y a la ayuda francesa. Ahora sabemos que, sin la aportación española, la independencia no habría sido posible.
La negación de esta participación se ha apoyado tradicionalmente en el hecho de que España no se declaró oficialmente aliada de los revolucionarios norteamericanos, como sí lo hizo Francia. Este dato histórico ha servido para ocultar el papel real que desempeñó durante aquel trascendental conflicto. España no dejó pasar la oportunidad de ayudar a los rebeldes, principalmente para debilitar a su enemigo, Gran Bretaña, pero también aprovechó los compromisos ingleses para lanzar una auténtica ofensiva en América.
Ahora sabemos que España cambió drásticamente su estrategia militar. En lugar de limitarse a defender los principales puertos americanos, optó por atacar a los ingleses y obligarlos a adoptar una postura defensiva. Fue un estilo de guerra más agresivo, pero también más exigente, que requería abundantes recursos y una firme determinación política y militar para sostener el esfuerzo. Esta renovación estratégica española fue, precisamente, la que más oportunidades ofreció de victoria a los rebeldes norteamericanos.
Con el ataque naval directo de la Armada al Canal de la Mancha en el verano de 1779 no se logró la prevista invasión de Gran Bretaña, pero sí algo igual de decisivo para el desarrollo del conflicto: los ingleses se vieron obligados a concentrar sus recursos navales en la defensa de sus propias costas. El temor a un nuevo ataque inmovilizó a la mayor escuadra británica en sus puertos, impidiendo que fuese enviada contra los rebeldes norteamericanos.
Al tiempo que España reducía la capacidad naval inglesa en Norteamérica, intensificó su apoyo a los revolucionarios. Desde el momento en que su red de espionaje detectó la creciente enemistad entre las Trece Colonias y el Gobierno británico, reaccionó con rapidez colaborando con los rebeldes. Se enviaron suministros militares desde La Habana, a través de Nueva Orleans, y desde allí los pertrechos se transportaron por el río Misisipi hasta Fort Pitt, donde alcanzaban a las tropas de Washington. Pese a la vigilancia y las sospechas británicas, los españoles incrementaron de forma constante la cantidad y variedad de los envíos: cañones, fusiles, pólvora, mantas, uniformes e incluso medicinas.
Estrategia y espionaje
Además de los suministros militares entregados gratuitamente a los revolucionarios norteamericanos, el Gobierno español puso en marcha varias operaciones secretas para proporcionar dinero y apoyo económico a las Trece Colonias. Hoy sabemos que se concedieron préstamos directos a los representantes rebeldes en numerosos lugares: París, Madrid, Cádiz, La Habana, Nueva Orleans, Veracruz e incluso San Luis. En algunos casos se recurrió a empresas privadas, como la del comerciante vasco Gardoqui, que mantenía vínculos con Boston; en otros, el propio Gobierno español autorizó la aceptación de letras de cambio emitidas por los estados rebeldes contra la Real Hacienda. En la práctica, esto significaba que los insurgentes podían adquirir en cualquier mercado europeo o americano los recursos necesarios para continuar la guerra y cargar el gasto a la hacienda española.
No menos decisiva fue la apertura de los puertos españoles a los buques corsarios norteamericanos. La guerra brindó una gran oportunidad a los rebeldes, ya que los recursos militares que los ingleses necesitaban en América debían transportarse por mar. Los revolucionarios comprendieron desde el primer momento que era esencial armar en corso centenares de embarcaciones para capturar esos valiosos suministros. La mejor forma de lograrlo era atacar cerca de las islas británicas o en el Caribe, pero esos corsarios necesitaban bases donde reabastecerse y puertos seguros donde llevar sus presas. El Gobierno español no dudó en prestarles apoyo. Al principio, de forma secreta, lugares como Bilbao o La Coruña ofrecieron todo lo que los corsarios rebeldes necesitaban, y con la entrada oficial en la guerra la apertura se extendió a todo el Imperio español.
Precisamente porque los ingleses se veían obligados a enviar sus recursos militares a América, el suministro de materiales desde Europa se convirtió en un factor clave para el desarrollo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Y fue en este ámbito donde España también intervino, con una contribución esencial para el triunfo de las Trece Colonias.
De un modo similar a lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, los beligerantes se vieron obligados a transportar ingentes cantidades de suministros militares y tropas a través del Atlántico. Aunque es un aspecto poco conocido, tanto Gran Bretaña como España tuvieron que organizar grandes convoyes para mantener la guerra en América. La llegada de esos recursos era vital para la continuidad del conflicto: que un convoy propio alcanzara su destino o que el del enemigo fuese capturado podía cambiar el rumbo de la guerra. Como defiendo en el libro «Caza al convoy. El triunfo de la Armada española en la independencia de Estados Unidos», el triunfo español en este auténtico duelo de convoyes en las aguas del Atlántico terminó por inclinar la balanza del conflicto a favor de los norteamericanos.
La apuesta del Gobierno español por una guerra ofensiva se plasmó en una estrategia novedosa: abrir un segundo frente en Norteamérica. El objetivo era combatir a los ingleses por la retaguardia, atacar desde La Luisiana y expulsarlos del Golfo de México. Esto obligaría a Gran Bretaña a defender sus posesiones al este del Misisipi, su colonia de West Florida y su capital, Pensacola, lo que reduciría la presión militar sobre los rebeldes norteamericanos en la costa este.
Abrir un segundo frente en Norteamérica, como ocurriría posteriormente en Normandía, exigió organizar y enviar ingentes recursos militares al otro lado del Atlántico. En apenas dos meses, España desplazó más de 20.000 soldados y marineros, junto con 17 buques de guerra y 130 embarcaciones de transporte, en la que fue la mayor movilización de fuerzas armadas hacia América en toda su historia. Su organización requirió una impresionante operación logística y una firme voluntad política de actuar ofensivamente en el continente americano.
El gran convoy logró su objetivo: trasladar un ejército de operaciones, una escuadra y trenes de artillería para emprender una ofensiva en toda regla. Para conseguirlo, los servicios de espionaje españoles debieron esforzarse al máximo en confundir a los británicos y llevar a cabo complejas operaciones de contraespionaje.
Finalmente, las fuerzas armadas llegaron a La Habana y cambiaron el curso de la guerra. Desde allí pudieron establecer el dominio marítimo en el Golfo de México, lo que aseguró un flujo constante de recursos militares y fondos desde Nueva España, además de permitir la organización de varias expediciones y operaciones anfibias. El gobernador de La Luisiana dispuso así de los medios necesarios para mantener a los ingleses a la defensiva y, al final, expulsarlos del interior y del sur de Norteamérica.
Tan importante para los rebeldes norteamericanos fue la llegada del convoy español como el hecho de que los ingleses no lograran contrarrestar la ventaja obtenida. Para hacerlo, el Gobierno británico organizó el envío de un gran doble convoy, destinado simultáneamente a América y Asia, con el propósito de restablecer el equilibrio de fuerzas y recuperar la iniciativa. Sin embargo, aquel estratégico convoy nunca llegó a su destino: la Armada española lo capturó. En una compleja operación de espionaje y vigilancia a varios niveles, tanto en los puertos ingleses como en alta mar, los españoles consiguieron interceptarlo. En la noche del 8 al 9 de agosto de 1780, la Armada tendió su red y logró atrapar casi toda la flota enemiga. De los 63 buques, 55 fueron capturados, en la que fue la mayor pérdida de la historia marítima británica.
Los suministros y tropas que transportaba aquel convoy eran inmensos: más de 80.000 fusiles, unos 500 cañones y más de 3.000 prisioneros. Su valor económico equivalía al coste de construcción de 37 navíos de 74 cañones. Todo ello pasó a manos de la Armada española y de la Real Hacienda, pero lo verdaderamente decisivo fue que nada de ese material pudo ser empleado por los británicos contra los rebeldes. Más aún, muchos de esos recursos –uniformes, fusiles y otros pertrechos– fueron finalmente entregados por los españoles a los revolucionarios y, de forma irónica, utilizados contra los ingleses en la batalla de Yorktown.
Quizás ha llegado el momento de valorar en su justa medida la participación de España en la Guerra de Independencia de EE UU.
- Para saber más: “Caza al convoy. El triunfo de la Armada española en la independencia de Estados Unidos”, de Rafael Torres Sánchez. Desperta Ferro Ediciones. 520 pp, 27,95€
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