Contra la extinción de Groenlandia
Una investigación sugiere hasta qué punto el rol de los niños, su educación y los juegos contribuyeron al final de los asentamientos vikingos frente a la supervivencia inuit
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Aunque el consenso científico avale con certeza la influencia del ser humano en el cambio climático que se está experimentando en la actualidad, lo cierto es que, desde el final de la última glaciación, nuestro planeta ha sufrido diversos episodios posteriores sin intervención humana. Así, se han alternado períodos más cálidos con otros más fríos como la Pequeña Edad de Hielo, acontecida entre principios del siglo XIV y mediados del XIX, lo que tuvo efectos devastadores, especialmente en el hemisferio norte y que sucedió a un período cálido conocido como el óptimo climático medieval.
Así sucedió con los asentamientos vikingos de la isla de Groenlandia que prospe- raron desde que el célebre Eric el rojo llegase a la isla a fines del siglo X tras huir de Islandia por haber cometido un asesinato. La isla estaba despoblada, pues hacía cientos de años que los últimos paleo-inuits habían desaparecido, y le pareció un buen lugar para recomenzar su existencia. Le puso este nombre pues, como indica la entretenidísima saga que lleva su nombre escrita un par de siglos después, pretendía atraer a otros vikingos para que la colonizasen. Y así hicieron en tres asentamientos que pudieron alcanzar los diez mil habitantes. Poco después Leif Ericsson, el hijo del fundador, trajo consigo desde Noruega la fe cristiana y perduraron en soledad hasta que doscientos años más tarde llegó una nueva población: los inuits Thule que, procedentes originalmente del estrecho de Bering, se habían expandido rápidamente por el norte de Canadá y el Ártico. Sus relaciones aparentemente no fueron pacíficas y llegaron a su fin conforme irrumpió la Pequeña Edad de Hielo. Los vikingos sucumbieron aunque no los inuits. ¿Pero por qué?
A esa pregunta crucial da respuesta el interesante e innovador artículo «Playing to Survive: Children and Innovation During the Little Ice Age in Greenland», publicado en el «European Journal of Archaeology» por Mathilde Vestergaard Meyer y Felix Riede, investigadores del Departamento de Estudios Arqueológicos y Patrimoniales de la universidad danesa de Aarhus.
Más allá de las razones tradicionalmente aducidas, vinculadas a la bajada de la temperatura, a la degradación del terreno con sus consecuencias para la producción agropecuaria y a la acumulación de hielo que impedía el contacto exterior y la explotación pesquera, consideran que, «sin embargo, no se puede responsabilizar únicamente el cambio climático de la desaparición de la colonias» fundadas por los vikingos y teniendo en cuenta que, en cambio, sí pervivieron los inuits en Groenlandia. De ahí que estimen muy acertadamente que «la respuesta de cualquier sociedad ante el cambio climático proviene de la mediación cultural», es decir, que no ha de verse ningún esencialismo poblacional en el fracaso de unos y la supervivencia de otros. La respuesta ha de verse en la desigual adaptación de los primeros a la terrible nueva coyuntura climática.
Esta interesantísima investigación se aparta de la investigación tradicional para poner su mirada en la educación de los niños de ambas comunidades. A través de un estudio arqueológico en combinación con la psicología del desarrollo y la antropología de la infancia se centran en el análisis del aprendizaje de los menores vikingos e inuits durante el tiempo que convivieron a través de los juguetes empleados. El juego, de este modo, se analiza como una vía para la formación de los miembros más jóvenes de la sociedad y la adquisición de habilidades útiles que facilitasen su incorporación a la vida adulta.
Juguetes vikingos
Meyer y Rieder han observado que, a pesar de la variación de las condiciones climáticas de Groenlandia, los juguetes vikingos mostraron signos de continuidad con respecto al más benigno pasado, mientras que los juguetes inuits sí cambiaron. Así, aunque los descendientes de los antiguos vikingos procurasen orientar su alimentación hacia el consumo de productos del mar, los juguetes no reflejaron ese cambio y continuaron vinculándose a unas actividades agropecuarias cada vez más complicadas de proseguir. Por su parte, los juguetes de los niños inuits se enfocaban más hacia la más básica supervivencia ártica, esencialmente la caza a través de la presencia de armas como arpones y otros desarrollos tecnológicos, volviéndose cada vez más variados y complejos conforme progresaba la Pequeña de Hielo. Ese último dato resulta crucial y, haciendo uso del índice de Shannon, utilizado para medir la biodiversidad, vincularon esa multiplicidad con una perentoria necesidad de innovación. Es decir, los juguetes, y, por extensión, la educación de los niños inuits, reflejan una evolución cultural que les permitió adaptarse al evidente riesgo medioambiental del nuevo tiempo.
De este modo, mientras una población se extinguió otra pudo prosperar a través de un genuino ejercicio de gamificación, de enseñanza a través de lo lúdico, caracterizado por una mayor flexibilidad y efectividad a la hora de preparar a las nuevas generaciones. Así, este artículo tiene la virtud de poner el foco en los niños, en el análisis de la resistencia y laadaptación antrópicas ante el cambio climático.