La Historia rescatada

La maldición de los Putin

El actual dirigente de Rusia creció ajeno al drama familiar ante el mutismo de su abuelo y de sus padres

Russian President Vladimir Putin gestures as he speaks to scientists on the sidelines of the Future Technologies Forum at the World Trade Centre in Moscow, Russia, Wednesday, Feb. 14, 2024. (Sergei Karpukhin, Sputnik, Kremlin Pool Photo via AP)
Russia PutinASSOCIATED PRESSAgencia AP

La fecha: 1942. Un hermano de Putin, Víktor, falleció de difteria y fue sepultado en una tumba colectiva en el cementerio de Piskariovskoye junto a casi medio millón de personas.

Lugar: Moscú. Los padres de Putin, desposados en 1928, cuando ambos contaban tan sólo 17 años, tuvieron un primer hijo llamado Oleg que murió en su más tierna infancia.

La anécdota. Tras la invasión alemana de la URSS, un soldado alemán arrojó una granada contra el padre de Putin alcanzándole en las piernas y le dieron por muerto.

A diferencia de su madre, que representaba el hormigón preparado de las creencias ortodoxas en el seno familiar, el padre del presidente de Rusia, Vladímir Putin –de nombre Vladímir Spiridónovich Putin–, encarnaba al «homo sovieticus» que había estado al borde de la muerte durante la Segunda Guerra Mundial por su acrisolada lealtad a Stalin.

El padre de Putin simbolizaba también el sentido patriótico que constituía uno de los tres nudos gordianos del régimen comunista, junto a su carácter autocrático y el de una Iglesia cómplice. La fe de Putin inculcada por su madre oscilaría así, en el trasfondo de su vida, influenciada por el compromiso paterno con la ortodoxia laica del comunismo.

El 17 de noviembre de 1941, tras la invasión de la Unión Soviética por parte de las tropas de Hitler, un soldado alemán arrojó una granada contra el padre de Putin en el frente de Leningrado, alcanzándole en las piernas. Tendido sobre la nieve, el enemigo le dio por muerto y lo abandonó. De no ser porque un grupo de soldados soviéticos lo encontró horas después junto al río Nevá, Vladímir Spiridónovich hubiese perecido congelado, como uno más de los trescientos mil camaradas que perdieron la vida en la Piatachok.

De no ser porque un grupo de soldados soviéticos lo encontró horas después junto al río Nevá, Vladímir Spiridónovich hubiese perecido congelado

Un vecino lo halló luego en una litera repleta de chinches de un precario hospital de campaña y pudo trasladarlo a hombros, sobre la nieve, hasta otro puesto médico donde pudieron atenderle ya en condiciones.

Vladímir Spiridónovich era a su vez uno de los cuatro hijos varones de Spiridon Putin, el abuelo de Putin, un cocinero que había trabajado en el afamado hotel Astoria antes de la revolución bolchevique y que, con motivo de su estallido, huyó al pueblo de sus ancestros, Pominovo, donde cocinó para la viuda de Lenin, Nadezda Krúpskaia, en su dacha oficial en el distrito de Gorki, donde pasaban sus vacaciones los prebostes del régimen a todo lujo mientras el pueblo se moría de hambre.

Fallecida la mujer en 1939, cocinó en cierta ocasión para el siniestro Grigori Rasputín en el mismo hotel Astoria, y de vez en cuando para Stalin cuando visitaba a la viuda de Lenin.

Vladímir Spiridónovich era así el paradigma del peón sin educación, del proletario alienado que adoraba a Lenin y Stalin, asignado como voluntario al destacamento de demoliciones especiales del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, la tan temida NKVD o policía secreta soviética, convertida más tarde en el KGB donde ingresaría su único hijo superviviente Vladímir Putin.

Desposado con María Ivanovna en 1928, cuando cada uno de los cónyuges contaba tan sólo diecisiete años, tuvieron un primer hijo llamado Oleg que falleció en su más tierna infancia. Luego nació Víktor. Mientras el padre se encontraba en el frente, María y Víktor debieron mudarse a uno de los numerosos refugios que abrieron las autoridades soviéticas para acoger a las mareas de refugiados provenientes de las afueras ocupadas por los nazis.

Uno de aquellos días, en pleno bloqueo nazi de Leningrado, María se desplomó al suelo en plena calle tras sufrir un desmayo y a punto estuvo de perecer de inanición. Dándola por muerta, los transeúntes tendieron su cuerpo junto a una montaña de cadáveres congelados, apilada sobre el pavimento. Al volver en sí poco después, sus quejidos atrajeron la atención de varias personas, gracias a las cuales pudo salvar la vida.

Una cojera dolorosa

Vladímir y María lograron sobrevivir finalmente a la Segunda Guerra Mundial, si bien las heridas le dejaron a él una cojera dolorosa para el resto de su vida, agudizada durante el gélido invierno.

Su segundo hijo Víktor falleció, en cambio, de difteria en junio de 1942 y fue sepultado en una tumba colectiva en el cementerio de Piskariovskoye, junto a otros cuatrocientos setenta mil civiles y soldados. Ni que decir tiene que sus padres jamás lograron identificar su cadáver.

Diez años después, nació Vladímir. Creció así ajeno al drama familiar ante el mutismo de su abuelo y de sus padres, como reconocería él mismo, años después: «Mi abuelo callaba bastante acerca de su pasado. Mis padres tampoco hablaban demasiado sobre el pasado. Nadie lo hacía en general entonces». Pocas personas cuyas vidas se cruzaron con la de Stalin vivieron para contarlo. «Pero mi abuelo fue una de ellas», advertía Putin. Fue así como el abuelo del hombre que rige hoy los designios de Rusia, el mismo que cocinó para personajes tan siniestros y malvados como Rasputín, Lenin o Stalin, pareció librarse al final de esa especie de maldición que golpeó sin piedad a sus hijos y nietos.

LA AZAFATA DE AEROFLOT

►Tras seis meses en contrainteligencia, Vladímir Putin fue destinado al Primer Directorio Principal del KGB, responsable de las operaciones de inteligencia más allá de las fronteras de la Unión Soviética y considerado la rama de élite de la policía secreta. En 1979 alcanzó el grado de capitán y se le envió a Moscú para asistir a la Escuela Superior del KGB que llevaba el nombre de Féliks Dzerynski, fundador de las chekas donde tantos infelices serían asesinados. En marzo de 1980, conoció a la que sería la mujer de su vida, Liudmila Shkrébneva, una azafata de Aeroflot con sus mismos ojos de lago que vivía en Kaliningrado, la antigua provincia prusiana conquistada por la Unión Soviética tras la derrota nazi. Tratándose de un agente del KGB como él, contrajeron matrimonio civil, no religioso, el 28 de julio de 1983, y pasaron la luna de miel en Ucrania. Avatares del destino.