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"Los amos del aire": 500.000 muertos y 61 ciudades arrasadas por los aliados

Se publica "Los amos del aire", de Donald L. Miller, que inspira la serie que estrena el viernes Apple TV y que cuenta la gesta de los pilotos aliados para derrotar a Hitler, la batalla más larga y sangrienta de la Segunda Guerra Mundial
La mayoría de los pilotos comulgaban antes de partir en una nueva misión de vuelo
La mayoría de los pilotos comulgaban antes de partir en una nueva misión de vueloDesperta Ferro Ediciones

Madrid Creada:

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Lo mejor era darte por hombre muerto. Fingir que ya lo estabas. A veces funcionaba y ayudaba a sobrellevar las misiones. Volaban a 32.000 pies de altura, más alto que nadie, con temperaturas de 56 grados bajo cero, máscaras de oxígeno que apenas funcionaban y guantes calefactables para que las manos no se pegaran al arma o los mandos. Lo hacían en medio de una tormenta de acero, con fragmentos de fuselaje por todas partes, aviones cayendo al vacío sin control, hombres con los paracaídas en llamas, bombarderos agujereados por las balas y cazas soltando toda la munición de sus ametralladoras. Cada una de esas fortalezas volantes portaba diez hombres y el mayor de todos esos hombres apenas frisaba los 22 años. En la mayoría de los casos era el veterano del grupo. El tipo con experiencia. Ese que todavía no había sido derribado, no había tomado prisionero y que había vuelto a Inglaterra solo para participar en otra nueva incursión en la que jugarse la vida. El porcentaje de hombres que cumplían el turno de los veinticinco vuelos impuestos desde el alto mando eran tan escasos que enseguida adquirían el indiscutible título de leyenda.
La pregunta que se hacían todos es ¿qué es lo que había que hacer para sobrevivir ahí arriba? La respuesta era tan sencilla como terrorífica para muchos. No se podía hacer nada. Únicamente confiar en la suerte. Cuando se tripulaba un bombardero la única opción era cruzar los dedos. Para lanzar las bombas necesitaban estabilidad, así que no podían hacer maniobras de evasión para eludir el fuego enemigo. Solo aguantar. Apretarse contra el sitio, rezar para no recibir las descargas del fuego antiaéreo o la chatarra incandescente que cruzaba el cielo no impactara en la carlinga.
En la campaña aérea, los norteamericanos perdieron 26.000 pilotos, el 73% de los hombres
Esta es la historia que cuenta Los amos del aire, de Donald L. Miller, que ahora publica Desperta Ferro y que ha servido de base para la serie de este mismo nombre producida por Steven Spielberg y Tom Hanks que el viernes 26 de enero estrena Apple TV y que cuenta entre su plantel de protagonistas con el actor Austin Butler, el Elvis Presley de la película de Baz Luhrmann. Una narración de heroísmo, amistad, locura y coraje, que cuenta la desaforada vida de unos pilotos que rompían los corazones de las inglesas en tierra y que cuando estaban en el aire tenían que vérselas con el fuego a discreción de los Messerschmitt alemanes que los acosaban.
Un artillero en la posición más expuesta de un bombardero
Un artillero en la posición más expuesta de un bombardero Desperta Ferro Ediciones
A partir de 1942 y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lidero la batalla más larga del conflicto. Lo hizo en el cielo, a más de 24.000 pies de altura, y, aunque nadie hable de ello, la cifra de bajas todavía hoy hace palidecer. Los británicos perdieron en esta lucha 56.000 hombres y los norteamericanos, 26.000, más otros 28.000 que fueron hechos prisioneros. El Cuerpo de Marines, a lo largo de todo el conflicto, le costó 20.000. Esto supone el 10 por ciento de las bajas totales que los norteamericanos sufrieron a lo largo de esta contienda. Salían a luchar con todas las estadísticas en contra. Las posibilidades de que acabaran su ciclo de misiones era una contra cinco y hasta el desembarco de Normandía, el 73 por ciento de los soldados involucrados en estos ataques se computarían como bajas. La mayoría de ellos, alrededor de un 80 por ciento, no habían subido jamás a un avión antes de que la ofensiva japonesa sobre Pearl Harbor los concienciara de que su país los necesitaba. Había que vengar esa traición. Eran jóvenes cowboys, chavales que masticaban chicles, que iban sobrados de valentía y de idealismo Provenían de todos los estados del país y los estratos sociales más dispares. Con estudios, sin ellos, procedentes de ciudades y también de pequeños pueblos. Buenos muchachos que soñaban con convertirse en abogados o sencillamente con proseguir con el negocio familiar que había sacado adelante su padre. Todos ellos se encontraron de repente embarcados en una dura pugna con los pilotos nazis, a los que tampoco les salió gratis este duelo: en su empresa por frenar a los aliados perdieron 70.000 pilotos, unos muertos que nunca podían reemplazar, sobre todo, porque, con el avance de los días, llegaron a quedarse sin veteranos y oficiales con experiencia.
La aviación alemana tuvo 70.000 bajas y sus ciudades vieron cómo se perdían tres millones de hogares
Sin embargo, esta ofensiva ideada por los americanos y los ingleses resultó crucial para el transcurso de la guerra. Antes del Día D y de que las tropas aliadas llegaran a suelo alemán, la única manera de golpear el corazón del Reich y humillar a Hitler era por el aire. Gracias a esta costosa campaña, en lo humano y en lo material, se intentó doblegar de la moral de los ciudadanos alemanes, arruinar la infraestructura de la industria germana y arruinar el suministro del ejército nazi. Lo lograron, pero a un coste enorme. La Segunda Guerra Mundial enarboló por primera vez la teoría de que no existía diferencia entre civiles y combatientes. Cada civil alemán era un soldado de Hitler y contribuía a sostener su régimen de una forma o de otra. Esto convenció a los militares de EE.UU. y de Inglaterra de lanzar unas verdaderas tormentas de fuego sobre las ciudades de Alemania. Se calcula que lanzaron dos millones de toneladas de bombas, redujeron a escombros 61 ciudades, entre ellas, la célebre Dresde, destruyeron tres millones de hogares y se calcula que le costó la vida a entre 500.000 ó 600.000 civiles, entre ellos, niños, ancianos y mujeres. Este es el último tabú de la Segunda Guerra Mundial. Unos bombardeos indiscriminados que tardaron mucho tiempo en salir a la luz.
Los bombarderos que llevaban a cabo este castigo volaban en formaciones cerradas. Creían que de esta forma no necesitaban el apoyo de los cazas, que tenían un radio de acción mucho más corto. Los mandos se dieron cuenta muy tarde que eso multiplicaba los muertos y hasta que no llegaron los temibles Mustang, que terminó doblegando a los cazas de Hitler, los americanos no dominaron el cielo. Algunos de los que sobrevivieron y que visitaron las ciudades alemanas después de la rendición, pudieron comprobar los daños que habían cometido durante sus incursiones. Encontraron núcleos urbanos reducidos a cenizas y dolor por todas partes. Muchos de estos hombres concluyeron que a lo mejor no había merecido la pena causar tanto dolor a una población civil. La guerra se revelaba con toda su realidad.
  • "Los amos del aire" (Desperta Ferro), de Donald L. Miller, 776 páginas, 29,95 euros.