Ensayo histórico

Primavera del 36: 2.143 víctimas en cinco meses

Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío firman un ensayo sobre la violencia en los meses previos a la Guerra Civil en el que huyen de las tesis que apuntan a ese tiempo como preludio de la contienda

Simpatizantes del Frente Popular posan con el puño en alto junto a una estrella de cinco puntas en el año 1936
Simpatizantes del Frente Popular posan con el puño en alto junto a una estrella de cinco puntas en el año 1936LR

Es uno de los dúos de historiadores más influyentes del panorama español. Especialistas en violencia política, han dado a la prensa «El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936)» (2012) y «Vidas truncadas: historias de violencia en la España de 1936» (2021). Ahora cierran esta aparente trilogía con «Fuego cruzado. La primavera de 1936» (Galaxia Gutenberg), un estudio sobre las víctimas políticas entre febrero y julio de ese año. En su obra, los autores (Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío) se distancian de los que ven ese tiempo como el preludio de la Guerra Civil. No coinciden con la historiografía «franquista» que interpretó esa violencia como el inicio de la revolución que justificó el golpe del 36. Tampoco con la historiografía «antifascista» y «marxista» que dice que entonces se desató la lucha de la «izquierda obrera heroica» contra el fascismo. Prefieren no hacer historia de batalla o politizada, de relato y tentetieso. Defienden que la única forma de hacer historia es el análisis frío, no moralizante, con el respaldo contundente de los datos. Y las cifras de esa larga primavera del 36 son espeluznantes.

−Dicen que tanta violencia no anunció la Guerra Civil, ¿pero demuestra el fracaso de la República como democracia?

−Manuel Álvarez Tardío: Nosotros no hablamos de «fracaso», sino de democracia «no consolidada» para la primavera de 1936. Una democracia joven y con una fractura ideológica grande necesita ser mimada y reforzada, y más después de una alternancia traumática en el poder. Demostramos en el libro por qué eso no ocurrió entre febrero y julio de 1936: no se logró un consenso entre los moderados para excluir a los radicales y a los que justificaban la violencia. Por eso luego los golpistas y los revolucionarios, que odiaban una sociedad pluralista, consiguieron llevar el agua a su molino.

−¿Los datos sobre la violencia en la primavera del 36 se han desatendido por la hegemonía de la historiografía politizada?

−Fernando del Rey: Se debe al enorme peso de la propaganda política de unos y otros, que con el tiempo en parte salpicó a la historiografía. El franquismo utilizó este período para justificar el golpe y la pretendida legitimidad de la dictadura. Para contrarrestar esa narrativa, el antifranquismo blanqueó esos meses en aras a neutralizar los argumentos de sus antagonistas.

−Las cifras de su estudio dejan un panorama sombrío: 2.143 víctimas graves en cinco meses. ¿Qué organización fue más violenta? ¿Cuál sufrió más?

−M. A. T.: No vamos a adelantar lo que contamos en el libro; el lector verá que hay muchos datos impactantes y nuevos. Sí podemos decir una cosa: si medimos la responsabilidad por el inicio de las acciones violentas, el protagonismo es, primero, de las izquierdas obreras y, después, de los falangistas. Pero si medimos solo las víctimas, los que más sufrieron fueron las izquierdas obreras. En el libro explicamos por qué esa paradoja. Es fascinante también lo que contamos sobre las policías, que no fueron esos represores violentos y autoritarios que nos habían contado hasta ahora.

−Cuentan que aspiraban a ganar el poder con la violencia para no tener que competir más en las urnas. ¿Solo los extremistas o también partidos que habían construido la República?

−F. R.: Contamos en el libro los errores de las organizaciones que, a priori, deberían haber defendido el pluralismo con todas sus fuerzas. La izquierda republicana no era antidemocrática, pero sí tenía unas tendencias exclusivistas que perjudicaban su forma de gestionar el pluralismo. Y como estaba en el Gobierno, sus decisiones fueron fundamentales para entender esa primavera. Lo explicamos con datos novedosos. Así, la tragedia de la primavera es que los moderados perdieron espacio a favor de los radicales. El sector revolucionario de los socialistas prosperó a toda velocidad. Y a su vez el contexto favoreció a los falangistas y la derecha radical, que hasta entonces eran minoritarios.

−Para algunos historiadores la bolchevización del PSOE fue el factor decisivo para la desestabilización de la República.

−M. A. T.: Rotundamente, no. Eso es lo que nos habían dicho hasta ahora pero es muy reduccionista. Lo que le pasó al PSOE fue un problema del PSOE que podía no haber sido decisivo. La gran aportación del libro es que la gestión en el Gobierno de la izquierda republicana fue la clave. Había opciones para romper con los radicales del PSOE, pero no se hizo. Y explicamos por qué. El PSOE se estaba radicalizando, pero lo decisivo es por qué se dejó que las circunstancias le fueran propicias.

−¿Las derechas se hicieron violentas porque el Gobierno no detuvo los desórdenes?

−F. R.: La CEDA no amparó nunca la violencia callejera. Solo un sector juvenil minoritario de su rama valenciana protagonizó tal deriva. Pero hubo un sector de las derechas que ya abogaban por la violencia desde tiempo atrás y se aprovecharon del contexto: la derecha autoritaria de Calvo Sotelo, los carlistas y, por supuesto, la Falange. A estos grupos la democracia pluralista y el liberalismo les importaba cero. Odiaban una sociedad de valores e ideas fragmentadas. El catolicismo antiliberal era todavía muy fuerte en esa época.

−En el libro dicen que el Gobierno de Azaña, de republicanos de izquierdas, tuvo un «velo ideológico» con la violencia.

−M. A. T.: El Gobierno no actuó con coherencia ni trató del mismo modo a todos los protagonistas de la violencia porque era un gobierno débil y porque no quiso romper con sus aliados socialistas y comunistas. En el libro aportamos datos que no se conocían sobre esa encrucijada y por qué el Gobierno dijo una cosa en público, pero reconoció su debilidad en privado.

−Falange no inventó la violencia en la primavera del 36 pero se aprovechó de ella. ¿No lo vio el Gobierno, o le convenía?

−F. R.: Falange era violenta desde el primer día que nació. El Gobierno empezó a actuar contra ellos y a cerrarles sedes desde muy temprano. Y reforzó esa ofensiva a partir del atentado frustrado contra el socialista Luis Jiménez de Asúa. De hecho, ofrecemos datos en el libro del éxito parcial de la ilegalización de Falange. El problema del Gobierno es que no aplicó la misma vara de medir cuando se trataba de los otros protagonistas, fundamentalmente comunistas y socialistas violentos.

−Algunos historiadores excusan la violencia hablando de causas estructurales, como la pobreza, la incultura o las condiciones laborales. ¿Fue así?

−M. A. T.: Las causas estructurales, por sí solas, explican muy poco. España era un país más pobre en 1900 que en 1936 y sin embargo no encontramos niveles de violencia comparables. El factor económico y social es coadyuvante, pero lo decisivo es la confluencia de otros factores: liderazgo, apoyo moral a los violentos, discurso de odio, etc. Y no podemos olvidar que la decisión de ser violento es siempre individual. Por eso en el libro damos mucha importancia a los relatos de la violencia y de sus protagonistas.

−España no fue una excepción violenta con respecto al resto de Europa.

−F. R.: Evidentemente, lo que ocurre en España responde también al contexto exógeno. Y Europa, desde la Gran Guerra, era un volcán. Aquel conflicto no sólo se cerró en falso, sino que abrió la puerta a los grandes enemigos de la democracia liberal.

−Cuentan que la Historia derrumba mitos. ¿Cuál es el mayor mito sobre la Segunda República?

−M. A. T.: Hay muchos, tantos como defensores y detractores ha tenido. Lo importante es entender que consolidar una democracia pluralista es algo muy difícil. No basta con que todos puedan votar o con que haya una constitución. Hay que creer en la alternancia, hay que respetar el pluralismo de valores y al adversario, hay que compartir unos mínimos en las reglas del juego. Si los que no comparten eso son más fuertes, la democracia se debilita y ganan terreno los radicales. Por eso, el mayor mito de la historia de la República es contarla como si lo anterior no la afectara y fuera una historia de buenos y malos.

−¿La Ley de Memoria Histórica ha hecho daño al conocimiento histórico y a la convivencia?

−F. R.: El reconocimiento ciudadano a todas las víctimas es perfectamente justificable desde un punto de vista moral y democrático. Pero memoria e historia, por definición, son incompatibles. La memoria es siempre parcial y subjetiva, la historia aspira a ser imparcial y objetiva, otra cosa es que lo consigamos los historiadores. El llamado memorialismo sería útil si se basara en un objetivo de recuerdo cívico básico y compartido. La superación de la Guerra Civil fue uno de los cimientos de la Transición. Deberíamos esforzarnos porque siguiera siendo así en las nuevas generaciones.