El rechazo de Santiago Carrillo a su padre
El político comunista renegó siempre de su progenitor, Wenceslao Carrillo, por su participación en el golpe de Casado contra Negrín para pactar con Franco la rendición
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«Entre un comunista y un traidor no puede haber relaciones de ningún género», escribió Santiago Carrillo a Wenceslao, su padre. «Yo soy un comunista –seguía la carta– y tú un hombre que ha traicionado a su clase, que ha vendido a su pueblo». La misiva estaba fechada en París, el 15 de mayo de 1939, y fue publicada por la prensa del partido. El «pecado» del padre había sido participar en el golpe de Casado contra Negrín para pactar con Franco la rendición.
Wenceslao, dolido, contestó con una carta particular a su hijo. Nadie supo de su existencia hasta que años después Fernando Claudín la sacó a la luz. El padre se dirigía en ella al «Señor Stalin». Quería mostrar que su hijo estaba sometido al dictador soviético. Confesaba el dolor que había sentido al leer aquellas líneas insultantes. Fue una «puñalada»” que le llegó al «corazón», dijo. No evitó justificarse. Debía comprender que los golpistas «no teníamos alma de esclavos y estábamos al servicio de nuestro país, no de Rusia». Para su hijo, Santiago, era tarde. Ya estaba «esclavizado», porque de no estarlo jamás habría firmado esa carta llamándole traidor.
Los dos Carrillos no se vieron durante décadas. Se ignoraron. El dolor era profundo. Solo en su lecho de muerte, Wenceslao recibió la visita de su hijo. El abrazo debió reconfortar el alma del padre, que murió el 7 de noviembre de 1963. Santiago, en cambio, jamás rectificó. Siempre creyó que su padre había sido un traidor. En sus «Memorias», cuando ya el estalinismo había desaparecido, ratificó la carta diciendo: «No tacharía hoy ni una coma».
La vida de Wenceslao fue como la de muchos dirigentes de izquierdas de la época. Comenzó a trabajar siendo un niño como ebanista en Gijón, a pesar de haber nacido en Valladolid en 1889, y poco después en una fábrica de cocinas metálicas. Muy joven, con tan solo 22 años, fue elegido secretario de la Sociedad de Obreros en Hierro, e ingresó en el PSOE.
Estuvo siempre ligado a Largo Caballero. Cuando Santiago tenía dos años, en 1917, su padre participó en la huelga revolucionaria junto a los socialistas. Pasó por la cárcel, aunque poco tiempo. Santiago afirmó mucho después que sus primeros recuerdos de niño eran de su padre saliendo de casa acompañado por la Guardia Civil. Eso no duró. En 1923, de la mano de su amigo Largo Caballero, participó en la estructura corporativa de la dictadura de Primo de Rivera. Ese mismo año, Wenceslao, con un buen cargo en UGT, se instaló en Madrid y comenzó a trabajar en «El Socialista». Santiago siempre dijo que tuvo un ambiente familiar cálido en su casa de Cuatro Caminos, donde asistió a un buen colegio, el Grupo Escolar Cervantes. Fue su padre quien le consiguió su primer trabajo, en la Gráfica Socialista, la imprenta del PSOE. Puro nepotismo. Cada domingo, la familia Carrillo comía con la de Largo Caballero. Se forjó así un lazo muy estrecho que duró hasta la Guerra Civil. Santiago fue el protegido del político socialista, y a su sombra ascendió en las Juventudes Socialistas.
Wenceslao consolidó su carrera política. Fue concejal y diputado por el PSOE, aplaudió su bolchevización y siguió al «Lenin español» en la revolución de 1934 contra la República. Fue detenido por su implicación en ese alzamiento, y liberado en febrero de 1936. El Frente Popular se presentó a aquellas elecciones prometiendo el indulto para los golpistas del 34 y cumplió. Para entonces, Santiago ya era secretario general de las Juventudes, con las que se pasaría en marzo de 1936 al universo comunista a las órdenes de Moscú.
Al estallar la guerra, Wenceslao fue designado subsecretario de Gobernación y Director General de Seguridad en el Gobierno de Largo Caballero. En noviembre de 1936, los sublevados llegaron a Madrid. Mala noticia para la revolución. Santiago se afilió entonces al PCE y fue nombrado Consejero de Orden Público. Luego se produjo el genocidio de Paracuellos y Torrejón.
A partir de 1937, mientras Wenceslao ayudaba al Gobierno a dirigir la guerra, Santiago se dedicó a organizar y extender el PCE por todas las estructuras republicanas. En marzo de 1939, con todo perdido, el padre se unió a Besteiro en el golpe de Casado contra Negrín que, según decían, seguía órdenes de Stalin para prolongar el conflicto más allá de lo necesario. Sangre española para saciar la ambición europea del dictador comunista. Derrotado, Santiago renegó de su padre por «traidor». Wenceslao vivió un exilio triste, con cargos políticos y sindicales sin sentido, hasta que murió en Charleroi, Bélgica. Eso sí. Al menos se llevó el abrazo de su hijo.