Historia

Las dos veces que llamaron traidor a Franco

Republicanos y falangistas acusaron al dictador de haber traicionado a España por, primero, el golpe de Estado, y, segundo, por no instaurar la dictadura nacional-sindicalista

Francisco Franco fue calificado de traidor por el Frente Popular y Falange
Francisco Franco fue calificado de traidor por el Frente Popular y FalangeAgencia AP

Franco fue llamado traidor dos veces al menos. Resulta chocante para quien basó su dictadura en un nacionalismo sacralizado, basado en la lealtad y el sacrificio individuales por la patria. Claro que, como en el caso de Julián Besteiro cuando urdió un golpe de Estado con el general Casado para detener la guerra, las acciones de Franco pueden verse desde dos perspectivas distintas. Unos creerán que mereció la pena por el bien de España, y otros que rompió su palabra y la ley para imponer su proyecto. La Historia es así.

La primera vez que llamaron traidor a Franco fue en 1936. Había dado junto a otros militares un golpe de Estado contra el Gobierno del Frente Popular y el apelativo fue consecuente. La segunda que lo tuvo que oír es más desconocida. Fue un falangista a voz en grito en el Valle de los Caídos, en 1960. Los falangistas se sintieron traicionados por Franco casi desde el principio. José Antonio Primo de Rivera escribió en la cárcel el 24 de junio de 1936 sus dudas sobre el golpe y la desinformación en la que estaba. Su adhesión al alzamiento dependía de si se iba a iniciar la «revolución nacional-sindicalista», porque de tratarse solamente de una corrección de la República en sentido conservador, o de la restauración de la monarquía, no quería saber nada.

Ese texto lo dejaba claro. Los falangistas no podían ser «un elemento auxiliar de choque», es decir, «una especie de fuerza de asalto, de milicia juvenil, destinada el día de mañana a desfilar ante los fantasmones encaramados en el poder». Por eso desaconsejó separarse de cualquier golpe para «reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora». Franco, sin embargo, se dedicó a granjearse con habilidad el apoyo de los desafectos a la República, uniendo con promesas a elementos muy dispares. El general no quería un competidor con carisma e ideas, como Primo de Rivera, pero necesitaba a la tropa falangista para la guerra ideológica y el frente. Por ejemplo, su fusilamiento en Alicante lo usó desde el primer día para la propaganda y para alentar la venganza.

Fue así que los falangistas fueron a la Guerra Civil con la promesa de que la victoria supondría la instauración de un Estado nacional-sindicalista. Franco nunca tuvo esa intención. No se fiaba de Falange. En abril de 1937 mandó arrestar a Manuel Hedilla, sucesor de Primo, y a otros 600, acusados de «rebelión militar». La reacción fue el plan para asesinar a Franco en marzo de 1941, del que al final desistieron.

El resentimiento de Falange

Una vez derrotada la República, Franco utilizó el mito de José Antonio para lanzar su propaganda. Con esta idea montó una operación de imagen justo cuando pensaba postergar a los falangistas en beneficio de los tecnócratas. En marzo de 1959, Franco escribió a Miguel y Pilar Primo de Rivera. Iba a trasladar el cadáver de su hermano desde El Escorial, cosa que los falangistas odiaban porque estaba enterrado junto a reyes, y darle sepultura en Cuelgamuros. La familia consintió, pero Falange echaba humo. El régimen pactó la ceremonia con los falangistas, aunque ya caídos en desgracia. Catorce kilómetros a pie llevando al féretro para encontrarse con los gerifaltes del régimen salvo Franco, que se ausentó. En la misa de homenaje, celebrada un año después, el 22 de noviembre de 1960, el falangista Román Alonso Urdiales, hijo de Guardia Civil y soldado, gritó: «¡Franco, eres un traidor!». La policía se lo llevó. No se resistió. Sabía las consecuencias de su acto. El hombre fue a parar a los calabozos de la Brigada Político Social, que actuaba contra la oposición antifranquista sin ningún tipo de garantía jurídica. Molieron a palos a Román para que confesara. Pero, ¿confesar el qué? El chico era de Falange. Los policías quisieron que dijera que pertenecía al PCE o que los comunistas le habían engañado, pero no.

El falangista insistió: «Franco es un traidor. Él y todos los que le rodean». No se había constituido un Estado nacional-sindicalista, como prometió, sino personalista y burgués, sostuvo el soldado. El país estaba gobernado por unos «pancistas», dijo, unos vividores alejados de los principios establecidos por Primo de Rivera. El falangista fue sometido a un Consejo de Guerra, cuyo tribunal sentenció que había injuriado a Franco llamándole traidor. La condena fue de doce años de cárcel por el adjetivo, a cumplir en un batallón disciplinario en el Sahara. Román salió en libertad condicional por una gracia del «traidor», en 1964, el mismo año que se estrenó el documental «Franco, ese hombre».