Contra la intransigencia del movimiento trans
Organizaciones feministas y juristas, junto a un buen número de publicaciones, claman contra un fenómeno que ha impuesto su agenda y que huye del debate
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No es tanto una reacción ante el fenómeno trans, sino ante la imposición de una agenda trans, lo que ha unido a un considerable número de movimientos sociales en sus reticencias. La gota que ha colmado el vaso ha sido la conocida como Ley Trans. Se ha perdido el miedo a ser acusados de tránsfobos a la primera de cambio por expresar en voz alta alguna duda o argumento que no guste al «lobby» trans. Acompañando a este fenómeno, coinciden en su aparición varios libros en ese sentido que vienen a sumarse a los que fueron pioneros en manifestar sus dudas. Así, «La fábrica de los niños transgénero», de Céline Masson y Caroline Eliacheff, se une a «Nadie nace en un cuerpo equivocado», de José Errasti y Marino Pérez, o «Un daño irreversible», de Abigail Shrier, que abrían senda, sin miedo y desprejuiciadamente, en este aspecto.
Es José Errasti, precisamente, quien firma el epílogo de la edición española de «La fábrica de los niños transgénero», y Paula Fraga, jurista especializada en derecho penal y de familia, voz de referencia en feminismo, se encarga del prólogo. «Lo que hemos logrado las organizaciones ciudadanas que estamos en esta crítica (tanto feministas, como de juristas, etc.) ha sido, después de muchos años y con mucho esfuerzo, romper el techo mediático», explica Paula. «Cuando empezamos a hablar sobre esto, hace cuatro o cinco años, nadie nos escuchaba, nos llamaban tránsfobas, clamábamos solas en el desierto. Desde Contraborrado y organizaciones feministas, en el 25N conseguimos llevar a 10.000 mujeres a la calle en contra de estas leyes. Eso entonces era impensable».
Impensable debido, precisamente, a esa crítica despiadada que ejerce el generismo queer contra todo aquel que ose discrepar en lo más mínimo o expresar la más pequeña de las dudas al respecto de sus doctrinas. Este activismo posmoderno e identitario, agarrándose a su particular idea de la justicia social y apelando siempre a los derechos humanos, no dudará en presentarse siempre como víctima de todo mal. Y, en consecuencia, en señalar al otro como causante de ello.
«El movimiento transgénero es profundamente sectario», apunta la jurista. «No admite ningún tipo de crítica, no admite ningún tipo de contraargumentación. Y los que argumentamos [ya sea desde el feminismo, desde el derecho, desde la divulgación política] nos convertimos en el enemigo. Tienen que tacharnos de TERF, de tránsfobos, de ultraderecha camuflada, de excluyentes. Es su manera de silenciarnos. Pero no se trata de excluir, no es eso lo que estamos diciendo. Lo que defendemos es que el sujeto político del feminismo son las mujeres. Y que ser mujer es nacer con sexo femenino. Eso no es excluir, es biología. Lo que pasa es que evitan el debate, porque saben que ante los argumentos no tienen nada que hacer. Por eso apelan en todo momento a la emocionalidad y manejan consignas y mensajes cortos y masticables, en su mayoría sentimentales y falaces. Es muy difícil confrontar con ellos si tú vas con argumentación política y jurídica y en frente solo tienes llantos e insultos. Nosotros instamos a pensar e informarse, ellos no. Desde el punto de vista mediático es muy complicado. Lo grave no es ya que todo esto lo haga el movimiento trans, que es sumamente virulento. Lo realmente grave es que lo haga el Ministerio de Igualdad».
«La doctrina queer es un disparo a la línea de flotación de las políticas feministas», sostiene. «El problema de la Ley Trans y de las políticas identitarias de este Ministerio es que atacan a todas las políticas cuya base configurativa sea el sexo. Esta ley viene a sustituir sexo por identidad de género. Ser mujer o ser hombre ya no tiene que ver con nacer con sexo femenino o con sexo masculino, sino con aquello con lo que tú te identifiques. Se comprometen, pues, ya no solo las políticas cuya base configurativa sea el sexo, sino las estadísticas, la ley orgánica de violencia de género, las políticas relativas a igualdad. Por eso sostenemos las feministas que este Ministerio es lo peor que nos podía haber pasado. Estoy absolutamente segura de que cualquier gobierno de derechas lo haría mejor».
«En lo referente a la infancia es especialmente preocupante», añade la jurista. «Es sangrante lo que hace la cultura queer, que ahora ya está por todas partes. Esa hegemonía cultural es preocupante: lo tienes en las series, en películas, en dibujos animados, en medios de comunicación. Entre eso y las leyes trans, que vienen a decir que los menores tienen derecho a empezar un tratamiento hormonal, a cambiar de sexo registral, se consigue que haya un “boom” de niños y niñas diciendo que se sienten del sexo contrario. Se está metiendo en las escuelas toda la doctrina queer. En España ya hay catorce comunidades autónomas con leyes autonómicas trans con sus protocolos educativos. ¿Y qué dicen estos protocolos que ya se están aplicando? Pues que hay que observar a los niños, como si fuera un policía de género, y si un niño no se comporta estereotípicamente como le corresponde a su género es que puede ser una criatura en un cuerpo equivocado. El protocolo en la Comunidad de Galicia, por ejemplo, habla de “identidad de género en el cerebro”. Es decir, lo más rancio y más patriarcal, aquello de “cerebro rosa y cerebro azul”, se aplica ahora en nombre de la diversidad y del transgenerismo –continúa–. Se está dañando a la infancia, solo hay que ver lo que ha ocurrido en otros lugares donde se han aplicado este tipo de leyes. O en Cataluña, sin ir más lejos, donde ha aumentado en un 5.400% los niños y niñas que se declaran transgénero. Es una auténtica barbaridad. Y el problema es que la transición social normalmente viene aparejada a la transición médica, es decir, hormonación, bloqueo hormonal, mutilaciones... Se está poniendo a los pies de los caballos a una generación completa a la que se le está diciendo que si no se ajusta a estereotipos sexistas es porque pertenecen al sexo contrario, con lo que eso conlleva. Es un maltrato a la infancia absoluto».
Y concluye: «El mensaje clarísimo es que no estamos en contra de los derechos de las personas transexuales, ni mucho menos: estamos en contra de una ley de identidad de género que vulnera los derechos de las mujeres y las niñas y que, además, supone el borrado de la realidad transexual. Porque si alguien aquí está defendiendo a las personas transexuales, a las mujeres y a los niños somos nosotros, las feministas y los juristas».