Cultura

RE: Selvático animal

Álex Ubago: “Soy un tipo afortunado, me siento muy querido”

Celebra 20 años de carrera musical con un trabajo antológico y un historial impecable de escándalos. Se autodefine como un tipo normal muy afortunado al que los focos nunca han conseguido cegar

Álex Ubago, la extraordinaria historia de un tipo normal con 20 años de carrera musical
Álex Ubago, la extraordinaria historia de un tipo normal con 20 años de carrera musicalGari ArtolaInesfera

Álex Ubago es la voz con la que resuenan algunas de las baladas románticas más populares de los últimos años. Y es que son ya veinte los que lleva el cantautor vasco cantando al amor (y al desamor). Veinte años, media vida, que celebra con un disco muy especial: un álbum con sus grandes temas en el que han colaborado artistas como La Oreja de Van Gogh, Antonio Orozco o Álvaro Soler, entre otros. Dieciocho temas con dieciocho invitados entre los que destaca uno muy especial: Antonia Rodríguez, madre de Álex. «Nos ha hecho mucha ilusión a los dos», cuenta el artista, emocionado. «Era una cuenta pendiente que tenía y es que mi amor por la música tiene mucho que ver con mi madre. Ella siempre ha cantado, aunque nunca profesionalmente, y lo hace muy bien. Estuvo incluso a punto de empezar una carrera artística de jovencita. Hubo una posibilidad pero mi abuelo, su padre, no le dejó. Eran otros tiempos. Así que, en cierto modo, años después vio cumplido su sueño frustrado a través de mí. Cantar con ella en este disco, en el veinte aniversario de mi carrera, ha sido muy especial. Además, la canción que interpretamos es también muy especial, porque se trata de “Para aprenderte”, que es un tema que escribí para mi hijo Pablo justo antes de que naciese. Así que cantar con mi madre una canción para mi hijo es algo precioso, como si se cerrase un círculo familiar. No podía ser otra la elegida». Y en esta gira con ese «20 años» que celebran toda una carrera (y media vida) se encuentra Ubago ahora mismo. «Arrancamos el año pasado», cuenta, «con la salida del disco. Hemos hecho muchos conciertos, ha habido mucho movimiento este año tras retomar la actividad después de la pandemia y la respuesta está siendo buenísima. Acabamos de anunciar ahora las primeras fechas para el 2023, que van de abril a junio, y a las que se sumarán algunas más para la segunda mitad de año. Estaremos también en México, en Argentina, Chile…. El primer trimestre del año estaré muy centrado en “La Voz Kids”, en Uruguay, donde participo como coach. Así que hasta mediados de marzo estaré con este proyecto, con el que estoy muy contento e ilusionado. Es una nueva experiencia y Uruguay es un país que siempre me ha recibido con mucho cariño».

Cariño unánime

Un cariño que también recibe y siente aquí, pues es Álex Ubago uno de esos raros artistas que consiguen aunar en el aprecio al público, independientemente de gustos musicales. ¿A quién podría caer mal? Cercano, amable, educado, excelente conversador. Es el amigo, el novio y el yerno perfecto, sin dudarlo. «Gustar a todo el mundo es complicado, por no decir imposible», explica sin atisbo de falsa modestia, «pero yo sí me siento muy querido por el público. Lo percibo en la gente. Me considero un tipo bastante normal y sencillo, una buena persona. Trato de ser siempre respetuoso y creo que, al final, lo que das es lo que recibes. También he tenido mis momentos, no creas. Yo también tengo días malos. Pero intento ser amable con todo el mundo, tanto con mis fans como con los medios, con la gente con la que me cruzo en el día a día».

No es esta una actitud forzada o premeditada en él, eso se nota pero él lo confirma. «No se trata de una pose, es que soy así. Sin más. No va conmigo meterme en muchos líos. Habrá a quien le parezca un aburrido, pero es que no me gusta, no soy así. Eso no significa que evite mojarme, en absoluto. No me corto a la hora de posicionarme sobre el tema que sea, siempre que lo conozca y tenga una opinión al respecto. No lo evito si me preguntan. Pero es cierto que no va conmigo, con mi personalidad, meterme en polémicas ni utilizar el morbo o la vida personal para tener más éxito en lo musical. Soy muy celoso de mi vida privada y siempre la he mantenido al margen y a salvo de toda sobreexposición. Supongo que el que sea un tío polémico, o más ácido, pues así será como se comporte. Pero así es como soy yo». Y es cierto: un gran tipo. Un tipo normal. «Si hay algo que puedo afirmar es que no me ha cambiado la fama. Y eso es algo que quien me conoce de toda la vida puede corroborar. También es verdad que hay distintos momentos en la vida y yo también los he tenido de verme sobrepasado por la situación o la popularidad, y a lo mejor he podido decir algo que no debía o reaccionar de una forma que no estaba bien. Pero de eso también se aprende, y te das cuenta de lo importante que es mantener tu esencia, esa personalidad propia, lo que tú eres, y aprendes a que te dé un poco igual lo que piensen los demás, a hacer tu camino. Eso se aprende con los años. Yo empecé muy joven en esto y a veces puedes patinar».

Tan joven empezó que el cambio en su vida no pudo ser más radical. «Pasé de cantar de puertas hacia adentro a cantar delante de miles de personas, sin solución de continuidad», recuerda divertido. «Cuando recuerdo, con gente muy cercana, aquella primera época me doy cuenta de que entonces no era muy consciente de todo lo que estaba ocurriendo. Creo que lo he valorado mejor y con más perspectiva con el tiempo. Impresiona mucho, cuando eres muy joven, ver de pronto desde un escenario a tanta gente coreando tus canciones».

Veinte son ya los años que han pasado desde que aquel chaval se subió por primera vez a un escenario. Dos décadas que dan para mucho. «Es difícil resumir veinte años», confiesa, «pero el balance es buenísimo. La sensación es la de que ha sido un regalo para mí cada uno de ellos. Veinte años en los que he tenido la suerte de poder vivir mil aventuras y mil anécdotas, vivencias y experiencias que ni en mis mejores sueños de niño o adolescente podría haber imaginado. He aprendido mucho y he disfrutado mucho de muchas personas y muchos lugares. He tenido esa suerte, de poder compartir la música con mucha gente maravillosa. También ha habido algunos momentos puntuales, como es lógico, con más sombras que luces. Pero han sido los menos. Tengo la suerte de haber tenido una carrera muy limpia, muy satisfactoria. Todo me ha ido muy bien y me considero un tipo muy, muy afortunado».

Desde Donostia con amor

Por Javier Menéndez Flores
Ocurrió recién inaugurado este siglo y no hubo sibila posmoderna capaz de vaticinarlo. Mientras la industria del disco se afanaba en la búsqueda de una vacuna con la que abolir el virus de la «piratería», que desangraba a un sector que tras años de abundancia había perdido musculatura y reflejos, unos cantantes bisoños y propensos al melodrama se colaron en todas las casas. Ideado por unos zorros que se doctoraron con sobresaliente «cum laude» en la universidad del espectáculo, «Operación Triunfo» fue uno de esos milagros que de vez en cuando genera la diosa televisión. Desde el remoto «Un, dos, tres… responda otra vez», ningún programa había vuelto a reunir a la familia entera frente al televisor como si se tratara del fuego amigo de una chimenea. Y los músicos profesionales se agarraron tremendo mosqueo: ¿cómo era posible que sus cedés no se movieran de los estantes y los de aquellos advenedizos que interpretaban sus canciones sin permitirse un solo traspié formal encadenaran discos de oro y de platino como si fuesen productos de primera necesidad?
Fue en ese momento de estupor y cambio de ciclo cuando Álex Ubago entró en escena igual que un misil con un disco cargado de sentimiento, sin trampas ni meandros, transparente como un vaso de agua, y no sólo se mantuvo inmune al impacto de aquellas estrellas televisivas con acné, sino que vendió más que todos ellos. Había cumplido los veinte y por su sangre corría el veneno letal de la canción italiana (Cocciante, Cutugno, Baglioni), pero también los demonios en llamas de Enrique Urquijo, Extremoduro, Sabina, Manolo García. De ese bodegón de emociones surgió su sello, con el que sedujo a un público jovencísimo que tenía en el corazón su talón de cristal.
A partir de entonces poco importó que a Álex la vida lo acariciara en exceso y fuera feliz al lado de María (incluso cuando no la podía ver), pues siempre que salía a cazar lo hacía en la selva del desamor y sus desvelos. Ahí, en el territorio del desmembramiento y la melancolía, de los amores que naufragan o se precipitan al vacío de la distancia y la soledad, levantó su residencia artística, su laboratorio. Eso hizo que alguien le adjudicara la etiqueta de cantante «triste», una suerte de Perales versión pop, y en ocho de cada diez entrevistas acaba explicando que si bien es cierto que la fragua en la que forja sus canciones es la de los siniestros sentimentales, su existencia transcurre en las antípodas de eso. Pero en este «trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín» (Machado) no hay forma de librarse de los peajes que acarrea el éxito. A veces, en mitad de un concierto, o mientras mira a los ojos a una pequeña prolongación de sí mismo, se acuerda de esa mañana de invierno en la que lo visitó la primavera para anunciarle que su íntima pretensión de vivir de lo más puro que transporta el aire se había cumplido. Y esa sensación de paz es tan poderosa que no hay sombra o nube negra capaz de derrotarla.
No existe maledicencia ni jauría que pueda con un hombre solo que lleva en la mirada la determinación del fuego, que camina como una máquina rompehielo. A alguien así sólo lo puede dañar el recuerdo que acuchilla, sus propios fantasmas, pero nunca las balas externas. Hoy, de «OT» sólo quedan Bisbal y Manuel Carrasco. Y Álex, veinte años después, sigue ahí, celebrando los sueños conquistados con su rentabilísima tristeza de ficción.
Aunque nació en Vitoria, son las calles de San Sebastián las que atesoran sus recuerdos imborrables, sus tropiezos y osadías adolescentes, sus amores primeros y la liana intangible por la que un día decidió trepar sin miedo.
Desde Donostia al resto del mundo con amor. Con todo el amor.