Jesús Carrasco: «Reivindicar lo manual es una reacción al mundo que me rodea»
El autor de «Intemperie» habla de «Elogio de las manos»,
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En un tiempo en el que parece que las nuevas tecnologías nos lo dan todo hecho, el escritor Jesús Carrasco apuesta por la reivindicación de lo artesanal. Lo hace en una estupenda novela titulada «Elogio de las manos», publicada por Seix Barral, en la que el autor nos habla de una familia que llega a una vivienda casi en ruinas situada en un pueblo del sur de España. Con ese punto de partida, el autor construye un relato que fue merecedor del último Premio Biblioteca Breve. Carrasco habló esta semana con este diario.
Parece obligado empezar preguntándole qué le animó a presentarse a un premio como el Biblioteca Breve.
Ha sido una decisión largamente meditada. Como escritor he asistido a las sucesivas ediciones. Soy lector de muchos de los premiados y yo me dedico a este ramo, al de la literatura en español. Así que pensé que en algún momento podría ser un buen reto presentarme a un premio que es uno de los premios más prestigiosos. Cuando tuve una novela me pareció que era suficientemente apta para competir. El resto ya es historia. Estaba también el reto de ser leído primero por un comité de lectores profesionales y saber cómo percibían un texto que se fragua en la intimidad durante muchos años en este caso.
En un momento en el que todo parece que solamente lo pueden hacer las máquinas, usted reivindica lo manual.
Sí, en cierto modo es una reacción al mundo que me rodea, pero no es una reacción consciente, no es una postura política, no es una tesis la que yo defiendo. Es una reacción casi física, casi corporal, que parte de mi experiencia. Voy buscando refugio en esas actividades manuales, en esas tareas que me toman por completo, me sosiegan. El trabajo manual es una especie de meditación para mí. Y en un contexto como el que vivimos, que es crecientemente virtual, muy evanescente, muy líquido, como decimos últimamente, necesito ese anclaje, esa búsqueda de algo permanente, que es la materia. Es construir cualquier cosa por encima de crear algo que vaya a quedar en un fichero digital, que luego acaba perdiéndose. Necesito ese contacto con lo material.
¿La escritura forma parte de esa reivindicación?
Sí, la escritura lo es. Digamos tangencialmente: se escribe con el cuerpo, se escribe con los dedos, se escribe con la pluma. Pero al margen de eso, hay muchos momentos en los que la escritura y la artesanía se solapan, comparten estrategias y se manifiestan o se aplican en diferentes materiales. En el caso de la escritura es en la palabra y en el papel. En el caso del carpintero o del marmolista, puede ser en la escultura. Pero hay estrategias similares a la hora de formar una novela y a la hora. Ambas, en cualquier caso, son narraciones, son procesos narrativos. Creo que por eso también me siento tan cómodo trabajando con las manos, porque siempre hay algo de narración detrás.
¿Ese posicionamiento tiene una connotación crítica?
¿En el trabajo manual o en mi postura hacia el trabajo manual? Hay una postura ética que automáticamente es política, claro. Es una reacción al mundo que me rodea. También es un placer, es algo natural, innato en mí. Pero en el contexto en el que estamos hay una postura también, que es ética y que es política y que mete el dedo en la llaga en el modo en que vivimos en este tiempo. Hablo de un modo acelerado, rápido, fragmentado, evanescente, con muy pocos asideros materiales, con muy poca realidad material y mucha virtual. Yo escribo y trabajo desde el cuerpo que es para mí el medio por el cual yo me relaciono con el mundo. Entonces necesito de esa fisicidad y la propongo en mi texto, no como un manual para que los demás sigan mi ejemplo y nada parecido. Hablo de mi experiencia que también sé que es una experiencia compartida por muchas personas. Es esa necesidad de volver a tocar las cosas, a construirlas, a arreglarlas, a repararlas, a cobrar autonomía también con ello.
Es tentador preguntarle si la voz narrativa de «Elogio de las manos» es el propio Jesús Carrasco.
En una gran parte sí. El narrador coincide en un gran porcentaje con el autor y con la persona con la que está usted hablando en este momento. Muchas de las inquietudes del narrador son mis inquietudes. Muchos de los puntos de vista del narrador son mis puntos de vista. Pero he construido una novela. Yo también me he incluido en la novela como un personaje y hago cosas que no hago en la vida real. Me retrato, me perfilo como personaje de unas formas que no coinciden exactamente con mi perfil real. Soy mucho más gracioso en la novela que en la vida real y, a veces, más hábil que en la vida real también. Y a veces más torpe que en la vida real. Me he deformado como he deformado al resto de los personajes para convertirlos en eso: en personajes.
¿De dónde viene su fascinación por el mundo rural?
Soy nacido en un pueblo en la frontera con Portugal. Crecí entre ese pueblo y el siguiente del que mis padres trasladaron, que fue Torrijos, en Toledo. Ahí estuve hasta que tuve 19 años. O sea, toda mi infancia, juventud y adolescencia, juventud las pasé en pueblos. De modo que todo mi periodo de formación está anclado en esos territorios, en ese medio rural español. Sin ser mi familia de agricultores o ganaderos, tenía un contacto directo con esos oficios, profesiones y con esos medios de vida. Y, por supuesto, con el medio natural.
¿Qué le parece la reivindicación de lo que se llama España vaciada?
Hecho en falta desde mi ramo profesional, desde la ficción narrativa, narraciones que sean nítidamente procedentes del medio rural, que no sean visiones desde lo urbano a lo rural. Cuando veo una película ambientada en un medio rural español veo que no hay vaquerías, hay granjas. Es una romantización, algo que no se corresponde con lo que conozco.