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Exposición
Marisa Flórez: los ojos la Transición
La Sala Isabel II de Canal "Un tiempo para mirar", recoge parte de la extensa obra de esta gran fotoperiodista
Huye de la oficialidad como de la muerte, de la captura rutinaria de la imagen, de ese registro domesticado por las imposiciones de agenda, de la homogeneización de la mirada: todos dirigiendo el ojo hacia los mismos sitios, todos consumiendo el mismo tipo de fotos, todos girando la cabeza de manera simultánea hacia donde señala el dedo. Qué cansado, qué película repetida. Marisa Flórez –rebautizada como «Flowers» por sus compañeros de «El país» cuando se incorporó en 1976 al periódico– lleva toda la vida integrando la fotografía, tal y como escribe Alberto García-Alix sobre sí mismo en su crónica de la bohemia transicional y de la «comuna-atelier» de la Cascorro Factory mediante la voz narrativa de su heterónimo Xila, además de ser «una pasión, como el pasaporte para vivir su tiempo». Un tiempo que fue el de muchos.
Registrando jirones de algunos de los acontecimientos más significativos de la Historia reciente de nuestro país a lo largo de más de medio siglo, esta emblemática fotoperiodista, símbolo generacional pionero femenino de la Transición y experta zafadora de energías en un terreno profesional colonizado por figuras masculinas –qué significativa resulta esa imagen en la que se ve a la fotógrafa haciendo guardia junto a otros compañeros de profesión en el hospital durante la dilatada agonía de Franco en 1975; era la única mujer–, ha sobrevivido a través de la captura de la lente de su cámara a la inclemencia social y política de un tiempo que no ha dejado de cambiar y estirarse y retorcerse y enloquecer y revivirse y contradecirse y oscurecerse desde que, en 1971, se estrenase como reportera gráfica en el diario «Informaciones» con Jesús de la Serna como director y Juan Luis Cebrián de subdirector.
Venimos de aquí
Ahora, compendiada de una forma particularmente disfrutable toda esta cronología visual de nuestros basamentos democráticos, puede recorrerse en el interior de la Sala Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid hasta el 20 de julio parte de la extensa obra de Flórez a través de la muestra organizada por PHotoESPAÑA y comisariada por Mónica Carabias, «Un tiempo para mirar». El comienzo de algo nuevo. Queda abierta la legislatura. Pasan tantas cosas. Trasladadas directamente al papel sin comillas ni cartelas, estas tres afirmaciones podrían conformar de manera conjunta la síntesis informativa del periodo contemporáneo de destierro de la dictadura, pero enmarcadas con criterio artístico constituyen la división temática que se extiende a lo largo de las cuatro plantas del espacio en donde un total de 184 fotografías nos interrogan osadas, directas, inmediatas, acerca de quiénes fuimos.
En palabras de la comisaria, "Marisa Flórez ha destacado siempre en su profesión por querer traspasar, comprender en la medida de lo posible qué había detrás de cada rostro, de cada escena, lugar o hecho que fotografiaba. Así se entiende la función de la fotografía como medio artístico y aporte de conocimiento, pensamiento y revelación. Ahí es donde reside la auténtica personalidad y coherencia de Marisa Flórez, la esencia de un trabajo diverso y auténtico con el que representar[nos] el tiempo vivido". Tal y como destacaba en la presentación de la muestra con la Prensa esta mañana subrayando la impronta autoral, personal, íntima por parte de la propia fotógrafa en disparos que a pesar de estar reflejando un momento histórico concreto de una horquilla temporal concreta, el encuadre salía de sus dedos apretando, de sus ojos mirando, de su intuición eligiendo: "era consciente de que nada es fruto del azar, que el conocimiento y la preparación son fundamentales a la hora de fotografiar un momento. En este sentido, para ella, cualquier escenario es válido siempre y cuando el objetivo fuese transmitir la verdad de la manera más directa y creativa posible. Sin olvidar que cada instantánea, ya fuese una historia o un personaje, contenía un poco de ella".
El 10 de septiembre de 1981, siete meses después del cutre intento de golpe de Estado del 23-F por parte de Tejero, el «Guernica» de Picasso llegaba al aeropuerto de Barajas. Suárez y Landelino Lavilla encargaron a Álvaro Martínez-Novillo, subdirector general de Artes Plásticas, que dirigiera esta operación política en el más absoluto de los secretos. Aterrizaba el último exiliado a España y Flórez estaba ahí para dejar constancia fotográfica de toda la operación. Pero también para captar la espontaneidad de Almodóvar, Buñuel, Pilar Miró o Annie Leibovitz. Y para dignificar los rostros de las mujeres de la cárcel de Yeserías, inmortalizar los atentados, la caída de Rumasa, la intoxicación masiva por colza, la teta de la Estrada, las caras de Alberti y La Pasionaria en la celebración de las primeras Cortes democráticas e incluso un furtivo y apasionado beso de confirmación que hasta el momento se había conservado inédito dentro de su archivo entre Isabel Pantoja y Coronado durante el rodaje de «Yo soy esa». Está claro: venimos de todas estas fotos, de todos estos espejos detenidos por Flórez en los que no hemos dejado de mirarnos.
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