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Josef Mengele, de Auschwitz a icono pop

Olivier Guez novela la vida del médico de Auschwitz durante su huida en Suramérica.. Un aparente escondite infranqueable que no fue tal y que el escritor francés cuenta en «La desaparición de Josef Mengele»

Imagen de Josef Mengele larazon

No le gusta la palabra «obsesión» a Olivier Guez (Estrasburgo, 1974), sin embargo, la utiliza cuando se refiere a Josef Mengele por ser una figura que le ha acompañado «desde pequeño». Concretamente, desde que se encontró con ella en el cine. Fue el primer contacto con un nombre que, en sueños, iba a terminar gritando por las noches: «Mengele, Mengele...». Dice que no es que piense a diario en él, pero que su mirada sí le dejó «marcado». «Aunque es algo ante lo que se desarrollan anticuerpos», cuenta.

Así, fortalecido e inmune ante los horrores del que fuera doctor de Auschwitz, se adentró a narrar su caída: «Había una especie de alegría por contar los problemas de alguien así. Pero como ni soy historiador ni quería contar mi investigación decidí que la mejor manera de abordar al personaje era desde una novela de no ficción». Fue el inicio de «La desaparición de Josef Mengele» (Tusquets), el libro –Premio Renaudot 2017– que ahonda en el declive del mito durante su eterna huida por Suramérica. Una vida novelesca que intenta alejarse de la parte «fantástica» del personaje que atrajo a cine y literatura: «Es un Mengele muy diferente porque lo que quería era contar su auténtica existencia y no continuar manteniendo la leyenda negra del criminal súper poderoso que fue imposible de atrapar y más astuto que el resto del mundo. Por ejemplo, mientras se rodaron “Marathon Man” y “Los niños de Brasil” este tipo estaba perdido en una favela de Sao Paulo y enamorado de una mujer de la limpieza con la que no se quería casar por miedo a pasar por la alcaldía. Nada parecido al perverso alemán que nos han contado. Es la auténtica desmitificación del Ángel de la Muerte», zanja el escritor francés.

Porque, para Guez, que Megele alcanzase el estatus de «súper villano» se debe a «la publicidad de su nombre durante el Proceso de Auschwitz, iniciado en Fráncfort en 1963, y a que nadie sabía entonces dónde estaba». Aumentando así su reputación y derivando con ello en «un personaje mítico de la cultura pop de las décadas de los 60 y 70». No fue nadie, viene a decir el francés: «Un médico entre cientos y un capitán entre miles. Ni siquiera aportó algo a la medicina, pese a considerarse importante. Él menos que nadie encontró los secretos entre los gemelos. Representa el mejor ejemplo de la banalidad del mal, mucho más que Eichmann porque sus motivaciones son minúsculas. Eichmann , al menos, organizaba todo. Era el jefe. Pero es que Mengele no era más que un soldadito, un insecto, un capitán».

Aun así, su huida a Suramérica fue, en sus diez primeros años, una «dolce vita», define Olivier Guez. Dinero, cochazos, mujeres, vacaciones con los nuevos amigos, visitas de la familia –como también Mengele viajó hasta Europa hasta en dos ocasiones–... Muy lejos de la idea con la que ese burgués de Baviera había llegado al campo de concentración nazi, que no era otra que convertirse en profesor de universidad. Y, a la larga, «una vida anormal para alguien que llevó a 400.000 personas a las cámaras de gas».

Pero todo cambió con la captura de Eichmann. Ahí comienza la segunda mitad de «La desaparición de Mengele», donde se ve a un hombre que se auto devora pensando que «detrás de cada palmera o baobab hay un agente del Mossad o alguien dispuesto a vengarse».

Pero la verdad de Guez es la del refrán: «Poderoso caballero es Don Dinero». «Fue su gran protector», afirma. «Mengele pasa los últimos 20 años de su vida entre pobres diablos. Personas que entienden que pueden hacer dinero gracias a él y que ideológicamente les da igual el resto». Así hizo la familia húngara que le acogió, los Stammer. De una granja sin electricidad pasaron a vivir en el mejor barrio de Sao Paulo, Chófer y limusina, incluidos. «Esencialmente por el dinero de la familia Mengele», presume el escritor: «Incluso el señor Stammer aceptó que su mujer se acostase con el alemán por el dinero. Es una locura, pero miraba para otro lado».

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