Literatura

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Juan Cerezo, editor de Tusquets: "La lectura nos hace desobedientes"

En el 50 aniversario de este sello mítico, que ha editado en España a Milan Kundera, John Irving o Marguerite Duras, nos recuerda los logros, el papel de la edición y los retos del futuro.

Juan Cerezo
Juan Cerezolarazon

En el 50 aniversario de este sello mítico, que ha editado en España a Milan Kundera, John Irving o Marguerite Duras, nos recuerda los logros, el papel de la edición y los retos del futuro.

Tusquets nos anticipó Europa antes de que nos integráramos en ella. Los libros que ha publicado a lo largo de su singladura, provocativos, valientes, dispuestos a romper los prejuicios, nos adelantaba una modernidad y agrietaba los muros de aquella dictadura ominosa enclaustrada en sus tópicos. El sello nació bajo el impulso y la vocación de Beatriz de Moura, un nombre hoy mítico de la edición que forjó un catálogo de títulos que van de Samuel Beckett y Arthur Miller a Thomas Pynchon y Murakami, que hoy forman parte del acerbo cultural de todos los lectores. Ahora, la editorial cumple cincuenta años bajo Juan Cerezo, su actual editor, que comenta retos, anécdotas y desafíos.

–La editorial nació en tiempos duros.

–Y tiene mucho mérito que fuera una mujer quien lo sacara todo adelante. Gracias a su empeño y su vocación ha llegado a los cincuenta años una editorial que se fundó en el salón de su piso y que compartía con Óscar Tusquets, su primer marido. Recuerdo una exposición en la Biblioteca Nacional, dedicada a las editoriales de los 60 y 70. Ellas apostaron por autores heterodoxos y buscaron burlar la censura y publicar clásicos que fueran provocativos, desde Groucho Marx hasta Woody Allen. Recuperaron clásicos de Bakunin o el «Manifiesto comunista» en un cómic, que es algo muy moderno. Se quería surtir a los lectores de bocados de gran literatura, desde Samuel Beckett hasta clásicos franceses. Se demostraba que la editorial quería de alguna manera anticiparon la transición y entrar en consonancia con Europa.

¿El modelo fue?

–El editor modelo, para Beatriz de Moura y Jorge Herralde, fue Carlos Barral, que había logrado sintonizar con otros escritores europeos. Beatriz veló armas en Lumen. Quizá al publicar los primeros libros, breves, «Cuadernos Ínfimos» y «Marginales», se busca la cultura del momento. En una colección, Acracia, dirigida por Carlos Semprún, quería reivindicar textos de discusión política, que salieran marxistas ácratas, que defendieran discusiones sobre modelos distintos de comunismo. Hoy se miran estos textos con ternura o, incluso, nostalgia. Pero proporcionaban claves para intervenir en la sociedad y plantear debates ideológicos antes de votar.

–Han vuelto los populismos. ¿Es tan urgente hoy que se lea como lo fue en el pasado?

–Cada vez tiene más relevancia que se lea. La lectura nos permite mantener la curiosidad viva y cultivar el descreimiento de las doctrinas que te vienen impuestas. La lectura siempre te dirige a otros textos que te interesan y que te da nuevas proporciones y horizontes sobre cuestiones actuales o pasadas. Lo más remoto siempre puede iluminar el presente. Un libro te puede contar una época y arrojar luz sobre la que vives. Hay que reivindicar más que nunca la lectura para deshacernos de los prejuicios, quitarte la intolerancia, romper las ortodoxias y no ser obediente. Albert Camus nos enseña a decir que no, que existen razones humanas sobre las ideológicas que hacen que la vida no sea tan sencilla como prometen algunos mercachifles, que te solucionan los problemas con consignas. A un buen lector nunca se le engaña ni se le arrastra a movimientos dirigidos. Le gusta la discrepancia y solo tiene fe en la duda.

–¿El editor es un rebelde?

Sí, en el sentido que busca cosas nuevas y contar algo que no dicen los demás. Es la parte del oficio con la que te sientes contento. Esto te permite tener una mirada crítica, siempre un poco en contra de los relatos oficiales. –Un título de su catálogo que todos mencionan es «La insoportable levedad del ser».

–En México es un libro esencial para muchos jóvenes. Allí un joven accede a la literatura adulta si ha leído este libro. Citan sus frases, se recomienda, es como una iluminación. Tiene una mezcla de análisis frío y de relato de amor. Es muy certero. Lo recomiendo a muchos lectores. Siempre me ha parecido increíble cómo algunas obras han mantenido intacta su capacidad de deslumbramiento.

–Otro título: «El primer hombre», de Albert Camus.

–Te cambia la percepción de la vida. Descubre que los orígenes nos explican cómo somos. Es emotivo, brillante, de una impresionante humanidad. Te conmueve. Aporta unos sentimientos que te ayudan a seguir soñando en la especie humana.

–¿Qué le recuerda la colección la «Sonrisa vertical»?

–Se mantuvo una conversación con Berlanga. Él confesó que era un erotómano. Se decidió, entonces, que había que hacer algo en este sentido, pero se tuvo que esperar hasta 1977. El acierto fue traer grandes nombres de la literatura licenciosa. Hubo la capacidad para entender que también era literatura y así se ensanchó la propia literatura. Tuvimos gracias a ella una visión más libre de la vida y de la vida íntima con obras que no estaban en las bibliotecas. Ahí estaban Camilo José Cela, el Marqués de Sade, Georges Bataille... limpiaba las telarañas de la mente. Fue una propuesta bien pensada que tomaba el erotismo en serio y ofreció obras literarias importantes. Estas novelas perturbaban, te enseñaban cosas que no se conocían. Para el movimiento LGTBI fue una colección esencial. Había clásicos importantes de ellos que estaban ahí. Por ejemplo, aquí se editó por primera vez a Eduardo Mendicutti.

–¿El desafío hoy es?

–Lo importante es no desaparecer. Después, mantener el nivel de estos 50 años. Me encantan nuestros libros. Son extraordinarios. Se han vendido bien y siempre han sido refrendados por los libreros y los lectores. Debemos seguir publicando libros exigentes, que encuentren repercusión entre la gente. Hay que estar en la primera línea de batalla.

–Tusquets ha demostrado que la calidad y las ventas no es algo que esté reñido.

–Eso ha pasado con «Patria», de Aramburu. Una obra que rompió todas las previsiones y que ha demostrado la categoría y la exigencia de un escritor. El asunto que trataba y cómo lo trataba, hizo que los lectores se acercaran. Se rompieron las previsiones de venta. Y se siguen manteniendo, superando a los «best sellers» de factoría. También nos sucedió con la primera novela de Almudena Grandes. Con ella se convirtió en famosa. Después, la novelista ha escrito obras muy exigentes y muy diferentes. Esto es maravilloso. El último chispazo lo hemos tenido con «Lluvia fina», de Luis Landero, un grandísimo autor.

También impulsan a otros novelistas que abren polémicas o que participan en los debates que se plantean en la sociedad.

–Es muy importante que entren en esas discusiones. Es lo que deseamos encontrar. Seguro que a mis colegas les sucede lo mismo. Nos gusta mucho anticipar cuestiones. Los libros son mérito de los autores, que dan con la formulación para el asunto que tratan. Cuando lo hacen de una manera original se convierten en algo muy relevante. Me alegra recordar «Soldados de Salamina», de Javier Cercas. El asunto se había tocado en otros libros, pero no con la modernidad con la que él lo cuenta. Una obra sobre algo que era conocido, los perdedores de la guerra, tuvo después de su publicación una enorme repercusión. Y Éric Vuillard, en «El orden del día», ha conseguido que, a través de un episodio menor, como es la anexión de Austria, el lector, que ya conoce la historia posterior, se quede deslumbrado. Con él se entienden más cosas que con los grandes tomos de los historiadores. Pero existen otros semejantes, como «La desaparición de Josef Mengele», de Olivier Guez, o «La chica de la Leica», de Helena Janeczek, que de una manera nueva nos descubre a una Gerda Taro de la que sabíamos muy poco.

–No le he preguntado cuál fue el primer libro de Tusquets que usted tuvo.

–(Risas). Fue como lector, claro. Estaba en la universidad. Entonces era muy cinéfilo y me compré «Cómo acabar de una vez por todas con la cultura», de Woody Allen. Me gustaron mucho esos diálogos pedantes, con humor. También me reí con Groucho Marx, con ese punto de crítica y de humor. Pero tengo otra anécdota. Cuando yo era profesor, los alumnos justamente me regalaron «Las edades de Lulú». Lo hicieron en plan «no des clase y lee esto». Todavía conservo en casa ese ejemplar. Y mira que curioso. Ahora soy el editor de Almudena Grandes.