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Kevin Spacey busca su redención

La última vez que el actor ha aparecido en público fue bailando con una tuna sevillana. El de «House of cards» sigue luchando por que su trabajo no se manche por las numerosas acusaciones que lleva a la espalda.

Kevin Spacey ha sido perseguido por el #MeToo y desprovisto de premios así como de varios trabajos en series como «House of cards»
Kevin Spacey ha sido perseguido por el #MeToo y desprovisto de premios así como de varios trabajos en series como «House of cards»larazon

La última vez que el actor ha aparecido en público fue bailando con una tuna sevillana. El de «House of cards» sigue luchando por que su trabajo no se manche por las numerosas acusaciones que lleva a la espalda.

La noticia sacudió los periódicos estadounidenses. Kevin Spacey, el desgraciado, el paria, el hombre sin honor ni atributos, había resurgido en España acompañado de, hum, «una banda de música callejera». Por supuesto, nadie sabe bien qué es la tuna ni cuáles los crímenes (musicales) que se le atribuyen. Pero todos manejan al dedillo las acusaciones contra el actor de «Sospechosos habituales» y «American beauty». Johana Desta, de «Vanity Fair», comentó que era la segunda vez que el actor se dejaba ver desde el mes de julio. Antes, en Roma, había resurgido para recitar un estupendo poema dedicado a un viejo boxeador de los pesados, que vuelve de entre los muertos para reivindicarse y pelear por el título. Y en diciembre hizo público un vídeo como Frank Underwood, el magnético y viscoso personaje que interpretó durante varios gloriosos años en «House of cards». Tres gañidos, vistosos pero de perfil más o menos bajo, uno improvisado y los otros dos bien pensados, para reclamar su parcela en los pastos del canon cultural. Aquellos de los que fue expurgado sin contemplaciones en cuanto arreciaron las incriminaciones por presunto acoso sexual, desde que la televisión y la Prensa se llenaron de teóricas víctimas y la policía y los fiscales le empezaron a investigar.

Desde que Netflix le desposeyó de su mejor criatura y lo arrojó a las tinieblas. Perseguido por el #MeToo, condenado a galeras, desprovisto de honores, sueldo, premios y trabajo, el actor llama la puerta de su propia leyenda para seducir a antiguos partidarios y enervar a los enemigos. Nadie resume mejor las luces, pocas, y las sombras, demasiadas, de un movimiento bienintencionado pero radicalmente iliberal y enemistado con los principios básicos del Estado de Derecho. Un #MeToo, en efecto, que en el afán por rescatar a las víctimas y castigar a los abusadores ha caído en los autos de fe, las delaciones grupales, los juicios sin juez ni abogados, y la caza y captura, por sospechoso, de una de las principales vigas maestras de los regímenes nacidos de las revoluciones liberales, la presunción de inocencia. Lo que empezó como aventura benéfica degeneró en causa general y ya es a la justicia lo que la democracia plebiscitaria a la democracia representativa.

Por supuesto, Spacey saca pecho, más o menos, después de que el único juicio que ha debido afrontar hasta el momento haya quedado en nada. Todo cayó después de que su acusador y principal testigo se haya negado a declarar. Se trataba de un camarero de Nantucket, que lo acusaba de haberle tocado en la entrepierna sin su consentimiento después de beber juntos varias copas. El denunciante tenía 18 años pero admitió que engañó a Spacey para que éste creyese que tenía 23. Curiosamente, en Massachusetts la edad de consentimiento sexual es de 16. También aseguraba que no había alterado los contenidos del móvil que entregó a la policía. Temía incriminarse. La prueba contra Spacey era un vídeo, albergado en ese teléfono, donde supuestamente podía verse como Spacey le magreaba. El problema para su defensa es que lo grabó él mismo y se lo había enviado a su novia en directo. Tras negarse a declarar, y luego de jurar que no había tocado la película, cayó la demanda civil y finalmente la fiscalía tumbó la denuncia penal. La madre del joven aseguró que su hijo había borrado vídeos del teléfono, pero que no tenían que ver con Spacey. No son pocos los expertos en leyes sorprendidos porque el caso llegase hasta el juez desde el momento en que se supo que había dudas respecto al sellado del teléfono. Como escribió el abogado en Law.com, Leonard Deutchman, «los asuntos penales generalmente se investigan mucho más de lo que se hizo aquí, y todos los relacionados con las pruebas y evidencias de la fiscalía se resuelven antes de que se realice el arresto o, si el arresto se realiza en el acto, antes de que el caso avance a la audiencia preliminar. Los asuntos civiles también se investigan, y se aseguran todas las pruebas antes de seguir adelante, aunque solo sea porque la acusación (...) no quiere asumir el caso y consumir recursos y horas a menos que esté convencida de que tiene una buena oportunidad de prevalecer, oportunidad que se reduce considerablemente si las pruebas no se sellan antes del comienzo del proceso, permitiendo que se convierta en una razón para que el acusado prevalezca».

Un largo camino

Tampoco crean que la disolución en el éter de la única causa penal que de momento existía contra el actor le ha permitido redimirse. Sigue por estrenarse, para empezar, la película o biopic sobre Gore Vidal, producida por Netflix y teóricamente completada. Tampoco le han restituido el Emmy de honor que le quitaron poco antes de entregárselo. Salió para no volver de «House of cards», la serie que había propulsado gracias a una interpretación descomunal. Y hasta donde sabemos su careto y su voz siguen sin aparecer en «All the money in the world», cuando su director, Ridley Scott, resolvió sustituir todas sus escenas acudiendo a Christopher Plummer. Poco después se vió obligado a comparecer ante un tribunal de Nantucket por el supuesto abuso sexual hoy rechazado. El juez Thomas Barret no le privó del deshonor del paseíllo ante las cámaras, obligándole a comparecer. Spacey había solicitado intervenir por videoconferencia. A varios meses de empezar el juicio que quedó en nada Barret le había explicado que si aparecían nuevas acusaciones lo encerraría sin fianza.

En realidad, a Spacey aún le espera un largo camino. La policía de Londres todavía investiga las acusaciones formuladas por el teatro Old Vic, del que el actor fue director, donde aseguraba que había recibido al menos 20 denuncias de comportamiento inapropiado por parte de Spacey. Otras dos acusaciones llegaron desde Los Ángeles. Una de ellas fue desestimada en septiembre de 2018, después de que la fiscalía de la ciudad rechazara presentar cargos por un oscuro incidente supuestamente ocurrido en 1992. Consideró que cualquier posible delito había prescrito. La otra investigación, que sigue su curso, involucra a un masajista, que acusa al actor de haberle tocado los genitales en 2016 durante una sesión de fisioterapia. Spacey pide que el caso sea desestimado. En caso contrario, reclama conocer la identidad del demandante, pero los jueces decidieron que no sea revelada hasta más adelante. Si finalmente la justicia británica no sigue adelante el horizonte penal de Spacey quedará despejado. Quizá sea tiempo entonces de recuperar de nuevo la grabación del pasado diciembre, cuando poseído por el zorro Underwood comentó que «Tú no te creerías lo peor sin pruebas, ¿verdad? No te lanzas a juzgar sin los hechos ¿no?, ¿verdad? No, tú no lo harías. Eres más inteligente». Desde luego que va a necesitar algo más que cantar «Twist and shout» y «La bamba» para que acabe la cacería. Deutchman insinuó la razón por la cual la fiscalía podría haber acusado a Spacey en Nantucket (que el acusado era «una gran estrella de cine y televisión»), pero esa explicación no lo justifica. Los buscadores de fallas, los apicultores del pecado, todavía pelean por crucificar al actor, y sí, son demasiadas acusaciones, en demasiados sitios, pero de momento y hasta que triunfe otro paradigma nadie es culpable mientras no se demuestre lo contrario y Spacey, que sepamos, lleva la delantera. «Spacey debería ser castigado por cualquier delito que haya cometido su persona real. Pero no por su arte», escribió el guionista y director Paul Schrader. «Todo arte es un crimen. Castigarlo como artista solo disminuye el arte».

Pero Caroline Franke, en «Variety», que cita al hombre que escribió «Taxi driver», no lo tiene tan claro. «Si alguien quiere volver a trabajar con Spacey», sostiene, «es su derecho y prerrogativa. Pero los supervivientes de agresiones sexuales y las personas que los conocen y los aman son más que conscientes de las fallas del sistema legal en este campo, y no se convencerán porque un solo caso se haya desmoronado por tecnicismos». Aunque en realidad el caso se vino abajo porque el acusador decidió no declarar, Franke sostiene que, «en este punto, dada la amplitud de las acusaciones contra él», es casi imposible que pueda recuperar su antigua carrera. Y le parece bien: «Kevin Spacey no debe ser exonerado en Hollywood».

Salir del armario en mal momento

En 2017 pareció que el mundo se acababa para Kevin Spacey. Las acusaciones se sucedían con ritmo supersónico. El actor Anthony Rapp aseguró que había intentado seducirle cuando Rapp tenía 14 años y Spacey 26. Éste respondió con un comunicado en el que aseguraba que no recordaba nada de aquella noche y añadía que «si me comporté como lo describe, le debo la más sincera disculpa por lo que hubiera sido un comportamiento ebrio profundamente inapropiado». Pocas líneas más tarde anunciaba que era un hombre gay y que pensaba vivir la homosexualidad fuera del armario. Pero el anuncio le sirvió de poco. Nadie puede saber si creyó que sería condenado por la opinión pública. Desde luego la mayor parte de la Prensa interpretó que aquellas declaraciones olían a inculpación encubierta. La columnista británica Kate Malby resumió el parecer general en CNN: «Excelente. Bienvenido a la vida fuera del armario, Kevin. ¿Pero son 2.000 años de estereotipos homofóbicos los que escucho allá en el fondo? ¿Cuál podría ser el propósito para cualquier hombre de declararse como homosexual al mismo tiempo que se disculpa por el intento de asalto a un menor? ¿Spacey, descaradamente, está tratando de cambiar el enfoque de una noticia de alcance internacional?». Todavía peor, estábamos ante un intento de sugerir que «la atracción de Spacey por los hombres menores de edad es intrínseca a su homosexualidad?». Sentenciaba Malby que «aquellos que respaldan tales estereotipos discriminatorios estarán ansiosos por interpretarlo de esa forma (...) Pocos prejuicios han hecho más daño a las personas homosexuales que el mito de que existe algún vínculo entre el sexo con la agresión sexual a un menor y la atracción por el mismo sexo». Muy pronto se sucedieron las acusaciones más variopintas. Desde las serias, que rozaban el abuso sexual, hasta las de quienes salían a la palestra porque el intérprete supuestamente les había hecho un comentario inapropiado 14 años antes en el baño de un club. Uno de sus acusadores, por cierto, ha sido interrogado en los EEUU por detectives de la policía

británica. Los mismos que el pasado mayo entrevistaron al

propio Kevin Spacey. En sus manos, y en los de la fiscalía de Londres, recae buena parte del futuro del caso.