Kusama, un punto y aparte en el arte
El Museo Guggenheim de Bilbao dedica una retrospectiva con doscientas obras a esta controvertida artista, una de las más cotizadas del mercado
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Yayoi Kusama siempre tuvo que afrontar dos guerras: la personal y la familiar. Unos conflictos a los que tuvo que sumar además el que libró su país contra Estados Unidos a partir de 1941 y que concluyó con el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima, hecho que tuvo una enorme repercusión en su mirada posterior. Nacida en 1929 en la ciudad de Matsumoto, esta artista aprendió a desenvolverse desde pequeña en un ambiente de marcada hostilidad. Su familia, tradicional, «feudal», como ella misma llegó a tildarla, tenía unas ideas prefijadas sobre el rol que debía desempeñar la mujer en la sociedad y no aceptaba veleidades de carácter creativo.
El arte, como el trabajo de actriz, no estaba considerado, tanto en Japón como en otras sociedades, una profesión honorable para las hijas de las familias acomodadas. A eso tendría que sumar que su madre destruyera en reiteradas ocasiones su obra. Esta mujer, aquejada de cierta inestabilidad mental y horadada psíquicamente por las constantes infidelidades de su marido, convertiría su infancia en un pulso repleto de desórdenes y episodios traumáticos que dejó unas cicatrices emocionales muy profundas en su personalidad, entre ellas, su aversión al sexo, que nacería durante esta época de su vida. De hecho, Kusama, que en los años de la contracultura en Estados Unidos participó en diferentes performances en las que pintaba cuerpos desnudos con puntos de colores y que, según relata, ofició la primera boda gay de este país, siempre ha sostenido que jamás ha mantenido relaciones sexuales.
El Museo Guggenheim, con el patrocinio de Iberdrola, dedica una retrospectiva, que ha reunido doscientas piezas desde 1945 hasta hoy, a esta artista particular, heterogénea y polémica de nuestra escena actual, y que, desde 1977, lleva ingresada en un sanatorio psiquiátrico por voluntad propia. Ella es célebre por sus patrones de puntos y lunares, prestar su particular universo a marcas como Louis Vuitton y, a la vez, ser una de las creadoras vivas más cotizadas que existen en el mercado contemporáneo. La exposición, que parte del museo M+ de Hong Kong y está comisariada por Doryun Chong, Mika Yoshitake y Lucía Aguirre, acoge esculturas, performances, pinturas e instalaciones de varias etapas de su vida y ha conseguido, también, que los estanques que circundan el museo estén salpicados de lunares rojos (algunos los llaman «topos»).
Kusama encontró en un invernadero familiar un refugio a las tempestades que azotaban su infancia. Allí aprendió a observar a edad temprana las plantas, su morfología y su crecimiento, y también allí sufriría sus primeras alucinaciones -sería su afán por reflejar lo que veía en ellas lo que acabaría empujándola al dibujo y el arte-. Su obra, que es un gigante «collage» de sus impresiones biográficas, como una especie de enorme autorretrato, refleja esta experiencia biológica, como resulta evidente a lo largo de las pinturas de la muestra. Es una de las influencias que asoman en sus trabajos, que aglutinan conceptos como la muerte, la vida y la noción de infinito.
Esta última idea surgiría cuando abandonó Japón para trasladarse a Estados Unidos, la nación donde ella maduraría. La visión del Pacífico inspiraría en ella la creencia de que todo forma parte de una enorme tela continua de la que formamos parte. Esta impresión la trasladaría a una serie de piezas, algunas presentes en el recorrido. Es el caso de «Sala de espejos del infinito -un deseo de felicidad humana llamando desde más allá del universo-», que consiste en un cubo cerrado recubierto de espejos en su interior. De su techo penden bombillas de colores. Esta imagen se extiende, debido al reflejo, hasta el infinito creando la ficción de un universo en miniatura. En esta misma línea va la composición de una escena protagonizada por varios maniquíes con la superficie llena de puntos. Una suerte de metáfora que viene a comunicar que el individuo está integrado en algo mayor. Esto daría lugar a su teoría de lo «biocósmico».
Kusama, una activista comprometida, que se manifestó contra el belicismo norteamericano y el conflicto de Vietnam, que asumió enseguida el discurso feminista y se rebeló contra los estereotipos vigentes de raza, que imaginó ocurrentes «happenings», que han contribuido a agrandar su leyenda, hoy es una anciana de 94 años. «Fue de las primeras en hablar de la salud mental. Siempre ha vivido con una depresión profunda y el pensamiento del suicidio. Pero ha sabido hablar de este asunto, no esconderlo. Gracias a eso, ha hecho de este conjunto de problemas, una fortaleza. Teme más a la enfermedad que a la muerte», explica Doryun Chong.
La artista, que durante la pandemia mantuvo ciertas precauciones debido a su avanzada edad, todavía está activa y es bastante prolífica. Ya se ha distanciado de esas posiciones de los sesenta y setenta. Y, aunque su obra refleja aspectos o identidades de otros movimientos artísticos, como el expresionismo o el arte pop, sus creaciones son de una sólida autenticidad, como prueban sus últimos discursos, que reflexionan sobre la vida y la muerte, pero no lo hace adoptando una toma de posición negativa, sino expresándolo todo con un colorido de fuertes convicciones vitales.