Cultura

Crítica de libros

El repaso a la familia de Giralt Torrente

El autor dedica estos notables textos a explorar los lazos sanguíneos

El repaso a la familia de Giralt Torrente
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Los protagonistas de este «cuentario» o «relatario» –a veces es más bello adjetivar que sustantivar el mundo– no mudan de piel, sino que se les cae la dermis como a leprosos emocionales a tenor del terrible lenguaje de los hechos. Así son las nueve historias que componen este libro, hilvanadas de un modo sutil y compacto, con tramas diversas pero todos heridos por el faro intermitente de los afectos y los desafectos. La vida, el azar o sus propias determinaciones les convierten al final de cada relato en algo distinto a lo que eran, aunque la culpa presida todas sus acciones... La ausencia del padre o la madre, el perdón, la infidelidad, la traición, el tiempo, el azar, el clasismo, la búsqueda de la aceptación social, la condición de hijo único... Los lazos de sangre y la forma de abrigarse o desabrocharse de ellos son el eje central de este libro. La familia, tratada como un verdadero Dáesh infiltrado en nuestras vidas; la primera ofensiva terrorista que libra todo ser humano. De unos atentados se sale con vida, pero de otros uno se queda tullido y en algunas ocasiones resultan letales. Todas las familias esconden anomalías y de eso escribe Marcos Giralt Torrente en estas páginas con una seducción y un poder embaucador sin comparación en nuestras letras contemporáneas. No son vidas glamurosas ni inaccesibles ni filibusteras, sino existencias corrientes y molientes, y precisamente ahí reside su potencial de desconcierto.

Ausencia paterna

Uno de los nexos de todos los relatos, amén de la culpa, es la ausencia, del padre o de la madre, con todo lo que conlleva. En la primera historia, Lucía habla con su hermano sobre «familias normales» y asevera con la soberbia de la adolescencia que «ninguna lo es». En «Abrir ventanas» el protagonista es un escritor, pero sobre todo es un padre que cría a su hija sin madre y trata de no perderse en la evolución de niña a mujer, y en «Rendijas, islas», el narrador vive una cercanía escasa con un padre con el que «o atraviesas las incertidumbres de la vida, aunque sea a costa de cerrar los ojos, o te recreas en el malestar. Pero el daño acaba por salir, también eso he aprendido». Pero, sin lugar a dudas, el cuento más luminoso es «Mudar de piel», que da título al libro, donde se nos muestra a dos hijos vulnerables de un padre inventor con la cabeza en la estratosfera.

Algunos resultan cuentos canónicos y otros rompen las fronteras del género para erigirse en auténticas novelas en miniatura, pero en las nueve historias palpita el afán de rebañar la carne hasta el hueso de la realidad para que quede la esencia tan bien definida como en una resonancia magnética. Sin artificios, sólo a golpe de sutileza, narración descarnada y realidad revelada. Un escritor que sabe observar y no escribe de oídas que «algo pasa en la calle» –machadianamente hablando– es una rara avis. Por ese motivo es uno de nuestros pocos grandes escritores nunca satisfecho con sus propios dones, capaz siempre de hacer autopsias sobre la verdad, la mentira y las emociones mal asimiladas. Y todo ello sin aspavientos, a través de fábulas sin moraleja y sin pirotecnia alguna.