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Juan Pablo Fusi: «Un libro también es un hecho histórico»

Juan Pablo Fusi / Escritor. Publica «Breve Historia del mundo», un libro en el que trata de aportar luz sobre el presente a través de los sucesos políticos, pero no sólo eso: también la cultura y la religión nos han modelado como sociedad

Juan Pablo Fusi larazon

Publica «Breve Historia del mundo», un libro en el que trata de aportar luz sobre el presente a través de los sucesos políticos, pero no sólo eso: también la cultura y la religión nos han modelado como sociedad

Juan Pablo Fusi viene a explicarnos la formación de las naciones, las crisis políticas, las guerras, lo que ha ido configurando los países y las civilizaciones; pero también ha apuntado en «Breve historia del mundo» (Galaxia Gutenberg) esos otros hechos que han modelado nuestra imaginación, que han dado forma a nuestras civilizaciones. En sus páginas hay reyes, líderes y presidentes, pero también podrán encontrarse a Newton, Voltaire o Rousseau; Borges o Cortázar; François Truffaut o Claude Chabrol; Elvis Presley o los Rolling Stones.

–Hoy Europa es atea, agnóstica... y las humanidades están olvidadas. ¿El cristianismo y la cultura grecorromana siguen siendo sus pilares?

–Es difícil decirlo. Europa aún se basa en la Razón y la razón tiene una raíz grecorromana, una serie de principios que arrancan con los griegos –la historia, con Tucídides; la filosofía, con Artistóteles y Platón–. Esos siguen siendo valores aunque no los tengamos presentes. Lo mismo sucede con el cristianismo. Gran parte de la ética contemporánea deriva del mundo cristiano, aunque Europa sea un continente laico. Lo que llama la atención de Europa, en los últimos 30 ó 40 años, es su pérdida de valores, un relativismo moral evidente, la ausencia de un pensamiento rector. Europa está instalada en un vago pluralismo que se traduce en debilidad de acción y moral ante los hechos más trágicos.

–¿Cuál ha sido el error de la construcción europea?

–Su construcción es compleja por integrar naciones consolidadas con lenguas y culturas diferentes, aunque exista un sustrato común. Ha habido una enorme dificultad en haber ido a los estados unidos de Europa, sobre todo con la reaparición de la nación a partir de los 70 dentro de la estructura de decisiones. Las naciones tienen un papel fuerte en la UE. Lejos de haberse disipado en una estructura transnacional, han reaparecido. Eso ha hecho de la UE un híbrido donde una parte es comunitaria y otra nacional. La coexistencia de estos dos ámbitos es lo que hace difícil las regulaciones. Pero no es un error, sino la propia lógica de la construcción.

–¿Qué precio se ha pagado por olvidar los debates sobre valores universales y haber confiado todo a políticas económicas?

–Se pierde un proyecto común que apunte a una sociedad justa que combine las libertades individuales con los derechos sociales, que son parte de nuestra visión de la sociedad. Y se pierde, también, un proyecto cultural. Lo que uno se pregunta es qué es Europa, qué queremos que sea, más allá de una cooperación económica donde se preserve la identidad nacional. Tras los debates después de la Segunda Guerra Mundial, de esa idealización de Europa como proyecto, se ha entrado en un pragmatismo burocrático, quizá necesario, pero que no atrae a la gente. Lo que no hay es un pueblo europeo que sea sujeto de esa unidad y ese proyecto común.

–La crisis ha renovado las ideologías.

–Ha provocado respuestas negativas, como las xenófobas, y positivas, que parecen renovar desde la izquierda el agotamiento del pensamiento de la izquierda que ha desembocado en una socialdemocracia debilitada. Bajo la apariencia de políticas similares –conservadoras, liberales o socialdemócratas–, hay diferencias sustantivas en política fiscal, creación de servicios públicos, inversión en servicios sociales... Que no se debata sobre un aparato ideológico no quiere decir que no existan diferencias. No es lo mismo que a uno le cubra el seguro de desempleo durante dos años que durante seis meses; no es lo mismo que la universidad sea barata a que tenga un precio considerable. Detrás de esa convergencia en políticas concretas, hay grandes diferencias. Lo que no existe es un debate sobre la economía de mercado porque es el único tipo de mercado que ha permitido un desarrollo espectacular de todas las sociedades. Cualquier persona de 1800 ó 1900 que vea ahora la economía,el desarrollo, la posibilidad de ingresos y la renta media per cápita de las sociedades desde 1945 hasta aquí, con crisis o sin crisis, quedaría estupefacto por el espectacular desarrollo de las economías occidentales. Eso no se cuestiona, aunque existan políticas diferenciadas. En casi todos los países se ha creado desde 1945 el estado de bienestar, donde hay diferencias es cuanto a las prestaciones, no en los modelos.

–En su libro concede importancia a la cultura.

–Las humanidades han sido decisivas. No es igual el mundo después de «El discurso del método» que antes; la manera de entender la condición humana es distinta después de Shakespare, Montaigne y Cervantes. La historia no es sólo política. También es el pensamiento, el arte... Las ideas cambian la vida y la historia. Un libro también es un hecho histórico y tiene una fecha. Cervantes enriquece la complejidad de la literatura y del lector. La fecha de aparición de «El Quijote» tiene importancia.

–¿La cultura y las becas Erasmus han hecho más por Europa que los políticos?

–Es una necesidad y una opción positiva cómo la juventud percibe Europa y no se plantean como una emigración trabajar en Francia, Alemania o Inglaterra; la propia naturalidad con la que se mueven los erasmus por Europa, me da esperanza. Esa sería la gran apuesta europea, crear lo que no parece existir todavía: un pueblo europeo. Los erasmus son el pueblo europeo, porque se preocupan de su país y de lo que sucede en Bélgica o en Inglaterra y consideran esas circunstancias tan propias como las nacionales.

Un gol no es la capilla sixtina

Fusi respeta la cultura de masas pero critica la frivolidad de la cultura del entretenimiento: «La sociedad de consumo satisface necesidades elementales, como el entretenimiento, pero también tiene un factor de banalización. Estar pendiente de un juego en el que un objeto redondo debe pasar entre tres palos no parece decisivo para la humanidad, y vivir cuatro días de la semana pendiente de ello es una banalización», asegura. Sin embargo, la cultura de masas que encarnan el cómic y la música pop es otra cosa: «Hay gente de una calidad y genialidad absoluta. Es cierto cuando se dice que el gol de tal jugador es una obra de arte, pero también hay que saber que no es la Capilla Sixtina. Deberíamos conocer la diferencia. La cultura de masas satisface necesidades, como distraernos de la reflexión de la vida misma y las desgracias. Pero que Beethoven haya compuesto la «Quinta Sinfonía» y no se disfrute indica que la presencia de esa cultura deportiva o de otra naturaleza ha desplazado a la alta cultura. Es una pérdida para ser humano, aunque no vaya a desaparecer nunca».

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