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Literatura

Roma

La tentación de Montalbano

La tentación de Montalbano
La tentación de Montalbanolarazon

La literatura de ficción está llena de laberintos: algunos ostentan nombres prestigiosos, otros son simples «best-sellers» que uno tiene cierto pudor mostrar en el Metro, pero hay otros libros, los menos, cuya lectura nos hace felices, aunque sin sentimiento de culpa por leerlos. Camilleri pertenece a esta escasa raza de escritores. Localizar una nueva traducción del escritor y su personaje (el comisario Montalbano, confesado homenaje a Montalbán) es tener garantizado unas horas de placer, pero también de reconciliarnos con una literatura que nos enseña cosas de nosotros mismos y del mundo sin necesidad de aburrirnos previamente. Durante la larga serie de novelas protagonizadas por el comisario siciliano el lector le acompaña en sus comidas y restaurantes, en su vida burocrática de la comisaría, en su relación sentimental con Livia, una novia que le va a ver de vez en cuando, en su vivienda junto a la costa, y ahora también en su sensación de envejecimiento al llegar a los 58 años.

Banda de atracadores

Pero en «La sonrisa de Angélica» Camilleri da una vuelta de tuerca a la vejez de Montalbano: le hace enamorarse de una joven bellísima, la señora Cosulich, implicada con una banda de atracadores locales y que él ve semejante a la imagen que siempre tuvo de un personaje literario; de hecho, esa belleza al alcance de su mano significará para el protagonista la última tentación, pero también el reencuentro con sus fantasías de juventud: su adoración temprana por la Angélica de «Orlando furioso», de Ludovico Ariosto. Dirá Montalbano: «La señora Cosulich era idéntica, clavada, a la Angélica de "Orlando furioso», tal como él la había deseado ver viva, en carne y hueso, a los dieciséis años, admirando a escondidas las ilustraciones de Gustavo Doré que su tía le había prohibido mirar». Esa sonrisa de Angélica, como aquella rosa de Umberto Eco, forma parte del sistema circular de ilusiones en el que consiste la vida, y que Camilleri intuyó en sus inicios profesionales, tras irse a Roma, donde empezó a trabajar en una serie de montajes de obras de Pirandello, Ionesco, T. S. Eliot y Beckett para el teatro y como productor y coguionista de la serie del inspector Maigret de Simenon para la televisión italiana. Ahora, muchos años después, tanto Camilleri y su personaje Montalbano recuerdan ilusiones que no volverán.