Cultura

Crítica de libros

Las otras despedidas

Las otras despedidas
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¿Que ocurre cuando fallecemos? ¿Hay un alma eterna? ¿Nos enfrentamos al cielo, al infierno; al moksha o al nirvana? Durante milenios, las religiones y las corrientes filosóficas han intentado responder a estas preguntas metafísicas incontestables, pero hay otros interrogantes que hacernos sobre la muerte: ¿qué hacer con los restos mortales de nuestros seres queridos según nuestras tradiciones y creencias? En Occidente, pecamos de asepsia. Un cuerpo sin vida «no se ve», «no se toca» e incluso se bisbisea al hablar de él, pero el dolor no es monolítico. En otras culturas lidian con la muerte de formas diversas. En los márgenes de nuestra cultura occidental no hay embalsamadores que camuflen la realidad, ni productos químicos que la adornen y la hagan inodora, ni muros o cementerios que oculten los cuerpos como si de algo maldito se tratara. Hay lugares que, literalmente, acogen la muerte en sus brazos, y de eso se ocupa precisamente este libro. Para abordarlo, la autora ha viajado a Belice, Indonesia, México, Japón, España o Bolivia, además de acudir a pequeños enclaves dentro de Estados Unidos, con la única intención de mostrarnos culturas donde no niegan o tratan de ocultar la inevitabilidad de la muerte. Enclaves que son «positivos frente a un cuerpo inerte».

En algunas latitudes, como las mencionadas, los rituales para con un finado son de lo más diversos. La autora, tanatopractora de profesión y defensora de cambiar el discurso sobre la forma correcta de cuidar a los fallecidos, no solo es dueña de una funeraria en Los Ángeles, sino que organiza eventos donde se reúnen grupos de ponentes para discutir sobre la variedad de enfoques sobre el «buen morir». Eso es precisamente lo que explora en este libro. Gracias a ella sabemos que en Indonesia los fallecidos conviven en el hogar familiar, son vestidos y aseados e incluso duermen con los vivos, y que en Bolivia, algunas chamanas como Doña Ely, está rodeada de 67 cráneos –nanitas– a los que viste con gorro y permite que los visitantes fumen cigarrillos con el fin de pedirles consejo. Ha conocido los ataúdes de vidrio en Barcelona, visitó hoteles en Japón donde las familias pasan tiempo con los cadáveres de sus seres queridos antes de la cremación, asistió a entierros «naturales» –sin ataúd– en Los Ángeles, en Colorado fue testigo de una pira al aire libre donde la comunidad se unió para honrar a sus cadáveres o se conmovió al ver cómo los budistas tibetanos permitían que sus seres queridos fueran devorados por los buitres. En las culturas de «muerte positiva», los vivos tienen un papel fundamental en el cuidado de los que se han ido. En México, por ejemplo, durante el famoso Día de los Muertos, las familias llevan ofrendas a las tumbas de sus seres queridos para compartir una noche con sus espíritus. Incluso en el país del sol naciente, la costumbre dicta que los miembros de la familia atraviesen las cenizas del difunto con palillos para depositar sus huesos en una urna. Consideramos que los rituales de muerte son salvajes... claro está, cuando no coinciden con los nuestros. ¿Quién podría imaginar que había tantas formas de hacer algo con un cadáver? El texto de Doughty sobre el modo en que las familias interactúan con sus seres queridos fallecidos es increíblemente conmovedor y destila un dolor «inimaginable».

Con humor y descripciones ingeniosas, arremete contra nuestros prejuicios sobre rituales de muerte en otros países, como cuando una guía denominaba «espectáculo macabro» a las curiosas celdillas de bambú usadas en Bali para la descomposición de los finados. El hábil libro de Doughty intenta alentar el debate sobre las preferencias filosóficas y morales para el cuidado póstumo. Con un estilo coloquial y plagado de referencias de cultura pop, resulta una lectura enérgica y carnosa con un toque oscuro sumado a mucha sabiduría sobre lo único que todos tenemos en común: la llamada de la parca. Además, está exquisitamente ilustrado por el artista Landis Blair.