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Los últimos libertinos del Antiguo Régimen

La historiadora Benedetta Craveri glosa en un volumen la vida de siete aristócratas que destacaron por su cultura y sus artes de seducción en los años anteriores a la Revolución Francesa

La escritora Benedetta Craveri
La escritora Benedetta Craverilarazon

La historiadora Benedetta Craveri glosa en un volumen la vida de siete aristócratas que destacaron por su cultura y sus artes de seducción en los años anteriores a la Revolución Francesa

Siete personajes, siete aristócratas, siete personas que glosaban las contradicciones y paradojas de una época. Los llamaban libertinos por las refinadas maneras de seducir y de divertirse con el juego de la conquista sexual, pero, también, porque habían encontrado en el pensamiento y la cultura una mirada libre de ataduras y prejuicios para reflexionar y contemplar el mundo. Sus nombres eran: el duque de Lauzun, el vizconde Joseph-Alexandre de Ségur, el duque de Brissac, el conde de Narbonne, el caballero de Boufflers, el conde Louis-Philippe de Ségur y el conde de Vaudreuil. La historiadora Benedetta Craveri, nieta del filósofo Benedetto Croce, nos relata sus historias aventureras, casi novelescas, de romances y amores, legítimos o no, de unos hombres que cultivaban las nobles y delicadas artes sociales, a la vez que contemplaban cómo los aires de una época nueva sacudían los cimientos erosionados del Antiguo Régimen. “Ninguno era especialmente famoso, pero todos han dejado mucha obra escrita. En la sociedad de su tiempo eran percibidos como nombres relevantes. Todos hablaban de ellos. Pertenecían a la nobleza y tuvieron cargos importantes. Fueron gobernantes, generales, embajadores. Eran amigos entre sí y maestros en el arte de seducción. Los denominaron libertinos, pero en el sentido en que esta palabra se empleaba en el siglo XVII: son librepensadores y cada uno de ellos provenía del espíritu de las luces, de Diderot. De lo que no se daban cuenta es de que eran los últimos representantes de una época. Todos, además, respondían a un mismo patrón: eran individualistas, bellos, cultos, elegantes, quieren elegir su destino, son ambiciosos, desean hacer carrera por sus propios méritos, no por la familia”, explica Bendetta Craveri en “Los últimos libertinos” (Siruela).

La autora, una de las mayores especialistas de este periodo y que ha dedicado estudios a María Antonieta y la cultura de la conversación, subraya que todos ellos, “aunque disfrutaban de privilegios de clase, consideraban que había que hacer algo para cambiar el mundo. Todos son conscientes de que la vieja monarquía no sirve para las necesidades que plantea el futuro. Miran a la monarquía representativa de Inglaterra y luchan por las ideas liberales de 1789. Lo que sucedió es que la Revolución Francesa, una vez que ha estallado, seguirá su curso y se abrirán paso consideraciones más radicales. Aparece, además, sin esperarlo nadie, la multitud, la violencia popular, y ya no se plantea una reforma, como ellos deseaban, sino que se pretende transformar por completo y desde cero la sociedad, con todos los riesgos que eso conlleva. Y que es justo lo que plantean hoy en día los populismos que han venido de América. Lo curioso es que ninguno de ellos se responde a la siguiente pregunta: ¿después qué?”, comenta Craveri. Ella misma puntualiza, no obstante, que, a pesar de lo que se diga, con la Revolución Francesa empieza el mundo moderno: “Hay quien asegura que sin el baño del periodo del terror se podía haber llegado a las mismas conclusiones. Lo cierto es que con ella surge la modernidad tal como la conocemos hoy: la libertad de expresión, el código civil. Antes de que Napoleón perdiera la cabeza, sus tropas eran bien recibidas porque eran portadoras de estos avances”.