Hernán Díaz: la gran novela americana es el dinero
Publica «Fortuna», el que es, para muchos, el gran fenómeno literario del año y que trata sobre la gran epopeya del capital en Estados Unidos
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Está en la lista de candidatos al Premio Man Booker de este año, después de recoger las alabanzas de la crítica de los principales periódicos anglosajones del mundo. Barack Obama la cita como una de sus lecturas preferidas y HBO va a rodar una serie protagonizada por Kate Winslett sobre su trama. «Fortuna» (Anagrama) es la segunda novela de Hernán Díaz (Buenos Aires, 1973) y uno de los posibles fenómenos editoriales de la temporada, después de la también fenomenal «A lo lejos» (Impedimenta) que resultó finalista del Premio Pulitzer. En esta obra, Díaz, nacido en Argentina, criado en Suecia y ya doctorado en Nueva York, retrata un siglo de la historia estadounidense marcado por la gran epopeya, el triunfo colosal del capitalismo, a través de cuatro historias que se enfrentan a los grandes mitos de la nación del país: el hombre hecho a sí mismo, el sueño americano y, por supuesto, el dinero, verdadera esencia de un país que pocas veces se ha plasmado en la literatura: «Es llamativo el silencio que existe en torno al dinero como tema. Yo quería escribir sobre esas inmensas fortunas, cuya acumulación va más allá de lo imaginable, y de cómo suceden y qué pasa con ellas –dice en conversación con este periódico–. Me costó cuatro años hacerlo, descifrar cómo plasmar en una narración lo que son construcciones polifónicas que dependen de miles de personas. Hasta que, leyendo mucho al respecto, me di cuenta de que no lo eran tanto. Había una voz amordazada: las mujeres».
Díaz leyó las actas del Congreso posteriores al «crack» bursátil del 29. Revisó prensa de la época, diarios personales de algunos de los hombres ricos e influyentes de aquellas décadas. Y lo que es más inusual: de sus esposas. Trató de no obsesionarse con la investigación para no caer «en el fetichismo del archivo», pero durante la conversación con este periódico citará a algún Premio Nobel de Economía. Y eso que su especialidad es la literatura comparada. «Me veo en las entrevistas opinando sobre políticas financieras, ciclos económicos y yo no soy economista... –ríe el escritor–. Aunque ahora entiendo algo de cómo funcionan los mercados financieros». De la lectura de toda aquella documentación obtuvo la certeza de la importancia de la voz. Quién puede contar y a quién se le escucha. «No había ninguna mujer. Ni una sola de ellas aparecía en estas crónicas del capital y estos mitos iniciados por hombres con un gran altavoz. Y me di cuenta de que el libro iba a tratar de eso». Por eso, la estructura de «Fortuna» es fragmentaria y Díaz llegó a escribir una guía de estilo sintáctico y de estilo para cada uno de los personajes que toman la palabra en las cuatro secciones de la novela. La cuestión de la confianza es central en la obra: el título original, en inglés, es «Trust», que significa confianza y es una palabra clave en los mercados y hasta aparece en los billetes de un dólar, «In God We Trust». «La novela invita al lector a cuestionar los contratos que todos firmamos cuando leemos. Porque aceptamos que un texto está anclado en la realidad y otro no». Hacemos un pacto: nos venden una novela histórica y nos la tragamos como si fuera historia.
En estos tiempos de fragilidad bursátil, con tantas crisis como llevamos experimentadas, la novela se interesa por el capital financiero, la economía más abstracta de todas. «Es un capital especulativo que se alimenta de sí mismo de modo incestuoso y que no remite a nada por fuera de sí mismo. Un capital que tiene cero valor social pero que acumula millones de millones. Eso es fascinante y hace que, de algún modo, se parezca al arte, porque no tiene implicaciones más que abstractas. Igual que el arte por el arte, esto es el dinero por el dinero. No es la producción de nada ni el consumo de nada. Pero hay un ejercicio de crear dinero. El peligro es, como Walter Benjamin decía de la estetización de la política como el comienzo del fascismo, que la estetización de las finanzas deja de ser un instrumento para el mejoramiento de las vidas de la gente para ser una forma de avaricia». Sin embargo, la obra de Díaz no es una denuncia o una novela social que denuncie las injusticias. Los narradores son ricos y creen que sus riquezas con matemáticas, científicas. «Hay un premio Nobel, Paul Romer, que habla del concepto de ‘‘matematismo’’, que sostiene que es una forma de discurso económico que defiende que hay decisiones que son simplemente matemáticas y que así se deben aceptar. Sin embargo, se trata de un subterfugio para evitar enfrentarse a las implicaciones políticas o sociales de adoptar esas medidas. Pero te las presentan como inevitables, tres más dos son cinco, y se ahorran los debates ideológicos o de consenso que son necesarios para calibrar sus consecuencias», señala Díaz sobre la forma de pensar de algunos de sus personajes.
El escritor, que mantiene esta conversación con acento porteño, se enfrentó en «A lo lejos» a uno de los mitos fundacionales de Estados Unidos, la fiebre del oro y la conquista del Oeste. Ahora lo hace con el segundo, si excluimos la Guerra de Secesión, que es el auge bursátil y el Crack del 29. Quizá sea suya la siguiente Gran Novela Americana. «No me propuse examinar este momento de los EE UU. Lo que sí sé de modo consciente es que la literatura que me interesa, la tradición sobre la que más he leído, es la norteamericana. Escribo con y contra ciertos autores en conversación amistosa o polémica con ellos. Hay quien lo hace desde sus experiencias personales, desde sus traumas o desde sus relaciones de pareja y está genial, pero mi modo tiene que ver con una conversación con el canon, con la literatura». Díaz ni se plantea enarbolar la bandera del emigrante, porque «hay voces mucho más autorizadas que la mía. Yo vine con una beca de doctorado». Cultiva su acento porteño, pero tiene claro que su vida no está en Argentina. «Gira en torno a esta lengua que es el inglés, y mi trabajo, que es la escritura. Debo estar rodeado de la música de esa lengua para hacerlo. Pero el problema de mi identidad no me preocupa. No es algo en lo que piense si soy de aquí o de allá. En algún momento de mi vida, quizá. Ahora, ¿qué más da?».