¿Qué papel juega el olvido en la historia?
La escritora alemana Judith Schalansky reflexiona en su nuevo libro sobre el papel que ejerce la destrucción en nuestra cultura a través de doce tesoros que el mundo ha perdido para siempre
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Gracias a la digitalización de la sociedad, con el infinito almacenaje que permiten las bases de datos, los discos duros y otros sistemas, el hombre contemporáneo parece ensoberbecido, con un punto de jactancia en el comportamiento. Considera que ha vencido al olvido y que por primera vez en la Historia puede salvaguardar su memoria de la destrucción que padecida en el pasado. Adrian Goldsworthy, al abordar en su último trabajo las semblanzas de Filipo de Macedonia y Alejandro Magno, reconoce los huecos que existen en la documentación que se conserva sobre ellos. Unas carencias que dificulta perfilar de una manera más adecuada a estas figuras.
Si encontramos lagunas para completar pasajes esenciales de las biografías de ellos, al descender a gente más menuda y corriente lo que encontramos es un indeseable vacío. Hoy da la impresión de que hemos superado este escollo y que la tecnología nos permite un acopio de imágenes y documentos en las redes sociales y la Nube que nos blinda contra la amnesia de los sucesos y proporciona un horizonte de seguridad que pocos cuestionan. Es como si la humanidad hubiera iniciado una era donde cada una de las personas que la componen pudiera legar a la posteridad los hechos, acontecimientos, caídas y éxitos que han jalonado su existencia y dejar al mundo una semblanza de su vida.
Pero sobre esa idea se ciernen amenazas. Muchos alertan ya sobre la posibilidad de un apagón informático (la cuestión no es si sucederá o no, sino cuándo) que podría llevarse consigo lo que hemos guardado en las últimas décadas. Y existe otro problema: la obsolescencia. Una herramienta avanzada es una herramienta anticuada en el futuro. Muchos programas han quedado en desuso y los ordenadores actuales no pueden leer sus contenidos, con la pérdida de información que conlleva. Por no hablar de posibles ataques informáticos que podrían proceder al borrado sistemático de muchas fuentes. Como anécdota se puede mencionar a R. R. Martin, autor de «Juego de tronos», y a Eric Roth, guionista de «Forrest Gump» y de la nueva adaptación de «Dune», que escriben en MS-DOS para que nadie los «piratee».
Por lo anterior, muchos autores reivindican todavía lo material como una medida preventiva. Algo que parece desprenderse de la lectura de Judith Schalansky y su «Inventario de algunas cosas perdidas». La también editora entra en un tema delicado: la incapacidad del hombre para afrontar la condición perecedera del mundo. El otro tema es por qué el hombre solo echa en falta aquello que ha desaparecido y no valora lo que tiene. Y hay que añadir otros, como lo que guardan las fuentes históricas y cómo sería un mundo que lo conservara todo. Para esta cuestión, ella tiene una respuesta: «Una memoria que lo conservara todo en el fondo no conservaría nada».
La prepotencia actual nos hace contemplar a nuestro alrededor como si la pérdida de patrimonio y cultura humanista y científica no sucediera. Es cierto que los museos conservan un alto porcentaje del legado arqueológico y pictórico. Pero, también, como advertía la historiadora Mary Beard hace poco, que ya apenas nadie reconoce a quiénes pertenecen los rostros de muchas estatuas y por qué se tallaron de esa manera (el desconocimiento es otro tipo de desmemoria). Pero la realidad es que hoy, al igual que antes, todavía continuamos perdiendo parte de nuestro legado. No solo por la destrucción a manos del Daesh de tesoros como Palmira, los Budas de Bamiyán, la ciudad de Nínive o Nimrud.
En el siglo XX, la Segunda Guerra Mundial produjo la desaparición de miles de obras y hay que recordar que el XXI se inició el 11 de septiembre de 2001 con el derribo de las Torres Gemelas. A esta pérdida no escapa tampoco el cine, como recuerda Schalansky al hablar de un filme, «The boy in Blue», que rodó F. W. Murnau en 1919. Una película de la que solo sobreviven unos fotogramas. De hecho, el séptimo arte no está exento de dicha tragedia. Con este propósito se creó en 1988 en Estados Unidos el Registro Nacional de Cine, que es una selección de títulos que deben ser conservados en la Biblioteca del Congreso debido a su valor cultural. Ahí se mantienen desde filmes mudos hasta «2001: una odisea del espacio».
Pero Schalansky no circunscribe el mundo a lo humano. Hay todo un inventario de especies que se han extinguido. Especies que hemos aniquilado y que el cambio climático amenaza en un bestiario de animales idos, como el tigre de bengala, al que se refiere, una bestia que es imposible disociar de la obra literaria de Borges o Dalí. Y la subida del agua de los océanos supondrá una reconfiguración de las costas y traerá el hundimiento de islas. Saldrá de ahí un Atlas distinto. El universo, parece decirnos la autora, es una fuerza reaccionaria a la quietud que solamente encuentra acomodo en la renovación.
- «Inventario de algunas cosas perdidas» (Acantilado), de Judith Schalansky, 305 páginas, 22 euros.