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¿Por qué a Franco le gustaba tanto el uranio enriquecido?

El motivo se recoge en un informe secreto de la CIA de 1974 sobre un plan nuclear que levantaba ampollas en la Casa Blanca
El 12 de diciembre de 1968, Francisco Franco inauguró la central nuclear de Zorita, en Guadalajara
La razónLa Razón

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No es historia-ficción. Uno de los documentos probatorios de cuanto vamos a relatar se desclasificó por el Gobierno de Estados Unidos en enero de 2008, a petición del Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad George Washington. Se trata de un informe de alto secreto de la CIA (Central Intelligence Agency), del 17 de mayo de 1974, año y medio antes del fallecimiento de Franco, según el cual éste proyectaba y desarrollaba ya entonces un ambicioso plan nuclear que había levantado fuertes reticencias en las mismas entrañas de la Casa Blanca.
Por si fuera poco, en el plan de Franco se incluía la instalación de una planta para enriquecimiento de uranio que dependía de la voluntad de su sucesor en la Jefatura del Estado y del gobierno que se formase tras su muerte. Del citado informe, de 50 páginas y con el membrete de «Top secret, se hizo eco en España el diario «El País» el 18 de enero de 2008, días después de la desclasificación del mismo, el cual decía textualmente con detalle: «España es uno de los países de Europa merecedores de atención por su posible proliferación (de armas nucleares) en los próximos años. Tiene reservas propias de uranio de moderado tamaño, un extenso programa de desarrollo nuclear (tres reactores operativos, siete en construcción y otros diecisiete en proyecto), y una planta piloto para enriquecimiento de uranio».

Diez años por delante

La CIA incluía a la España de Franco entre los países que necesitaban «al menos una década para desarrollar su programa de armas nucleares». La Agencia advertía que el gobierno de Franco no había firmado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), pero señalaba que el Caudillo mantenía un acuerdo bilateral con Estados Unidos que los gobernantes españoles veían como una oferta de mayor seguridad que su independiente capacidad nuclear.
Se preguntará el lector, con razón, por qué Franco planeó la obtención de un arma de destrucción tan masiva. El Caudillo no era ajeno, ni mucho menos, al enorme poder disuasorio de la bomba atómica; sobre todo, a raíz del genocidio cometido contra las poblaciones japonesas de Hirosima y Nagasaki en plena Segunda Guerra Mundial, saldado con casi 100.000 muertos.
Entrar en el selecto club nuclear constituía así todo un privilegio para una nación como la española, que podía fortalecer su poder geoestratégico en Europa si se convertía, junto con Francia, en el único país del continente poseedor de la bomba atómica. Qué duda cabe, además, de que un arma de semejante poder destructivo supondría para España una enorme baza disuasoria sobre su sempiterno rival, Marruecos, haciéndolo extensible a todo el Magreb. ¿Acaso no eran éstos motivos suficientes para que Franco se plantease en serio la anhelada y difícil meta nuclear?
Todo empezó en la primera mitad de la década de los años cincuenta, cuando Franco encargó al almirante Luis Carrero Blanco y al general Juan Vigón, jefe de Estado Mayor, que pusiesen en marcha los resortes necesarios para iniciar la gran aventura nuclear. José Luis Hernández Garvi, en su excelente investigación «Episodios ocultos del franquismo», relata los pasos de ese frustrado anhelo que llegó a convertirse para Franco en toda una obsesión. El 22 de octubre de 1951, se constituyó la Junta de Energía Nuclear, presidida por Juan Vigón, cuyo objetivo fue buscar yacimientos de uranio por todo el territorio español.
Fallecido el general Vigón el 25 de mayo de 1955, le sustituyó el almirante José María Otero al frente de la Junta de Energía Nuclear, quien, junto con Carrero Blanco, prosiguió con más ahínco aún con los planes de Franco. Las ayudas de Estados Unidos permitieron al Generalísimo inaugurar también el Centro de Energía Nuclear Juan Vigón, el 21 de diciembre de 1958, en la Ciudad Universitaria de Madrid.
El almirante José María Otero encargó un informe en 1963 para averiguar las posibilidades reales de España para construir la bomba atómica. Pero las conclusiones no fueron edificantes: los expertos españoles poseían los suficientes conocimientos teóricos y técnicos para fabricar la bomba atómica, cierto, pero les faltaba el uranio enriquecido, imprescindible para su obtención.
España dispuso de otra oportunidad a finales de 1963, cuando el entonces embajador español José María de Areilza fue convocado por el Gobierno francés a una reunión muy importante en la que se le ofreció a Franco la adquisición de una central nuclear de tecnología gala. Fue así como se inauguró la central de Vandellós I. Las posibilidades atómicas del Gobierno de Franco eran ya una realidad insoslayable en 1971, pero finalmente se truncaron.
ADIÓS AL SUEÑO NUCLEAR
El empeoramiento de la salud de Franco aplazó los planes nucleares pero en modo alguno los desbarató. Sin ir más lejos, en 1976 el ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, manifestó que España estaba en condiciones de fabricar la bomba atómica «en siete u ocho años si nos pusiéramos a ello». Y añadió: «No queremos ser los últimos de la lista». Pero finalmente, el Gobierno del socialista Felipe González ratificó en 1987 el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, renunciando así al sueño nuclear de Franco.