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«Momo»: no permitan que nada ni nadie les robe su tiempo

Michael Ende consiguió que su historia de 1973 reflejase un problema de la sociedad actual: la «obligación» de aprovechar las horas en lugar de vivirlas
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Nos están robando nuestro tiempo. Las prisas por publicar el mejor comentario sobre el asunto del día nos priva de prestar atención a lo que realmente interesa. Querer sacar partido de las horas libres provoca la angustia de olvidarnos de que pasear, leer o escuchar también es aprovechar, que el tiempo no siempre debe ser ocupado con obligaciones autoimpuestas. Y, si no lo entienden, «¡vete a ver a Momo!». Ella sí que sabía cuidarse de sí misma. Sería por su vida al margen de la sociedad, por su crecimiento individual que le hacía no entender la rabia. Sabía comprender mejor que nadie y actuar por su propia voluntad. Este tierno y perspicaz personaje es el protagonista de una de las obras más famosas de Michael Ende junto a «La historia interminable», y cuya trama y mensaje bien pueden ser dirigidos para un niño o para sus padres: «Momo». Aquella niña de pelo rizado y encrespado, de procedencia y edad desconocida –unos «cientodós», según ella–, con un abrigo con las mangas enormes –no las cortaba pues aún tenía que crecer–, de ojos grandes y pies descalzos, veía la vida de una forma que nos serviría hoy día, en una frenética época de dispersión y distracción.
«Existe una cosa muy misteriosa pero cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas». Dicha cosa es el tiempo, ese tesoro tan valioso que en «Momo» unos malvados «hombres de gris» tratan de arrebatar a las personas. Estos personajes, antagonistas de Momo, son el ejemplo de la pérdida de valores de la sociedad, pues a través de la propaganda pretenden quitarles horas y minutos a las personas para que trabajen. Pues, para ellos, «viviendo se gasta el tiempo». Una idea que nunca pudo ser más extrapolable a la actualidad.

Pérdida de valores

El entorno de Momo se vuelve triste y gris. Los ahorradores de tiempo tienen más dinero, eso sí, pero rostros de cansancio y mal humor. Todos se mueven deprisa, viven deprisa, como si tuvieran a alguien persiguiéndoles. ¿Les suena? ¿Acaso no existen hoy esos hombres de gris? ¿No creen que se mira con desdén a quienes tratan de decir y hacer lo que piensan? Esos detractores de la vida no tienen por qué llevar chaqueta y cobarta, sino que pueden ser los «likes», las modas, la necesidad de ser ingeniosos, aunque traidores con nosotros mismos, con tal de decir lo que se debe oír. Por ello hay que atenerse a historias como las de «Momo». Regresar a ella algunas veces, a la esperanza de que la ingenuidad es un don si ella nos aleja del consumismo impuesto, de los hilos de marioneta que nos prohíben «perder el tiempo» o, en otras palabras, vivir. Cuando la obra se publicó en 1973, Ende entendía que el mundo ya estaba poblado de seres fantasmales que absorbían la energía de las personas. Una tendencia humana quizá crónica. Y lo reflejó en esta fábula metafísica que consolidó al autor como uno de los principales escritores de historias fantásticas y juveniles. Un libro maldito para quienes pretenden robar nuestro tiempo.

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