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Los libros de la semana: de la españolidad perdida a fotografías del Holocausto

Víctor Gómez Pin rescata para el lector el carácter español a partir de su cultura y tradiciones, así como Wendy Lower cuenta toda la historia que hay detrás de una fotografía de la IIGM, entre otras publicaciones literarias
Ignacio Zuloaga

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«La España que tanto quisimos»: Recuperemos la españolidad que tanto quisimos
Por Toni MONTESINOS
En 2018, Mauricio Wiesenthal publicaba un libro audaz y valiente en el que analizaba el carácter español a partir de su cultura y tradiciones, «La hispanibundia. Retrato español de familia». El raro término venía a caracterizar cierta «vehemencia del corazón» que se manifiesta en nuestros conquistadores, políticos, escritores o personajes de ficción. Así, con ejemplos de formas implacables de mirar lo autóctono, surgían opiniones de viajeros que visitaron España y dieron pábulo a tópicos que aún persisten. Se hablaba de la honra y la corrupción, la picaresca, el bandolerismo, la fiesta de los toros, el nacionalismo, la emigración, las dos Españas en litigio… Bien, pues ese ensayo podría relacionarse con este de Gómez Pin, que se subtitula «Cuándo y por qué se quebró el sentimiento de arraigo de los españoles».
Este autor barcelonés publicó entre nosotros hace poco «El honor de los filósofos», donde examinó cómo una gran cantidad de grandes genios acabaron sus días abandonados o traicionados. De tal modo que estamos ante un pensador al que le preocupa lo moral. Y «La España que tanto quisimos» responde a esa llamada a la conciencia personal para aportarnos una visión de España histórica y actual, conflictiva y conciliadora, muy señaladamente en torno a la «lucha de intereses económicos entre zonas de España».
De una vez por todas
El núcleo del trabajo se resume en el tópico de la visión de inferioridad propia del español, que participa de esa pérdida del sentimiento de arraigo de muchos individuos; esto, sumado al enfrentamiento político y las secuelas del franquismo, provoca una idea de incomodidad por el suelo que pisamos. Todo dirigido a intentar crear un necesario debate alrededor del «sustrato del obsesivo problema de la compatibilidad o incompatibilidad entre las comunidades de nuestro país», y de pensar en España como «una suerte de provincia europea de esa América hispana forjada a partir de tremendos acontecimientos históricos que debemos asumir de una vez por todas a uno y otro lado del Atlántico».
«La España que tanto quisimos», Víctor Gómez Pin. ARPA. 280 páginas, 21,90 euros
▲ Lo mejor
Que el autor propone entre líneas un intento de querer recuperar nuestra españolidad
▼ Lo peor
Tal vez al lector le parezca excesivo el tono nostálgico del libro en algunas partes
«Melilla 1936»: ¿Qué relación tuvo un juez de Melilla con la Guerra Civil?
Por Ángeles LÓPEZ
En pocos días se cumplirán 86 años del inicio de la Guerra Civil española, motivo por el cual la novela del catedrático, académico y escritor Luis María Cazorla se antoja más que oportuna. Con ella, cierra la trilogía que ha realizado sobre la etapa del Protectorado y la Segunda República iniciada con «La rebelión del general Sanjurjo» y seguida de «La bahía de Venus». A través de la peripecia del magistrado Joaquín María Polonio Calvente –a quien Joaquín Garrigues definió como «el juez culto»– conocemos el origen de la contienda fratricida, pues la génesis del fatal desenlace tiene en Melilla su epicentro. Una ciudad que vive un dramático momento después de que el Frente Popular ganara las elecciones generales en febrero de 1936.
El juez, en medio de esa tensión frentista –reflejo acentuado de lo que estaba sucediendo en toda España–, aplica la ley según su entender, a veces en favor de un lado político y a veces en favor de otro, como muestra acentuada de «la tercera España».
A diferencia de sus dos anteriores entregas, en estas páginas que ahora publica se deshace de personajes ficticios en tanto que el protagonista, el culto y competente juez, resulta un personaje real con enormes posibilidades novelísticas hasta ver con sus ojos las huelgas permanente, el Ateneo, los bares, el Casino Militar donde aparece el teniente Arrabal, padre del novelista... Un cierre de trilogía memorable.
«Melilla 1936», Luis María Cazorla. ALMUZARA. 352 páginas, 21 euros
▲ Lo mejor
Conocer los motivos por los que se adelanta el levantamiento del General Franco en Melilla
▼ Lo peor
Llegar a pensar que el juez Calvente podría haber llegado a parar el alzamiento
«La vida privada de los árboles»: No mancillen a los árboles con proclamas de amor las cortezas de los árboles
Por Jesús FERRER
La narrativa de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) se incluye en un realismo simbólico centrado en los procesos de la creatividad literaria, el protagonismo de la memoria en el presente de los personajes, el concepto de identidad cultural y la relación entre vida y ficción. Su obra juega con las apariencias de lo vivido como imaginado y viceversa en un ocurrente ejercicio metaliterario de sugestiva conformación. Se precisa así un lector cómplice, partícipe de unas figuraciones narrativas donde casi nada es lo que parece.
En «La vida privada de los árboles», Julián es un escritor de fuerte intención autorreferencial que, contradictoriamente, no desea ser reconocido como autor. Verónica, su pareja, tiene una hija –Daniela– ya adulta a la que su padrastro, nuestro protagonista, le contaba siendo niña historias sobre la vida de los árboles en una original personalización de la naturaleza.
En noches de febril escritura, Julián vigila el crecimiento de su bonsái, en clara metáfora de la evolución de la novela, en la que espera conseguir una narrativa sin presencia autorial de desarrollo autónomo y liberada expresión. En el trasfondo de este proceso creativo anidan secretos familiares que regresan del pasado con sorprendente fuerza dramática. Fluye así una emotiva historia bajo banales incidencias cotidianas; en este sentido, señala la escritora Margarita García Robayo en su epílogo: «Este narrador consigue que el lector se dé cuenta de que aquello que sí está contando representa la línea delgada de un contorno. (...) Uno sigue esa línea sabiendo que la verdadera historia está por debajo».
La vida como inspiración
A diferencia de sus amigos, en la familia de Julián no había libros ni contacto alguno con la literatura; esto le llevará a un autodidactismo donde la materia de inspiración es la propia vida que, por otro lado, intenta ocultar. El germen de su capacidad fabuladora estará en aquellas historias de árboles que, por ejemplo, se indignan porque graban en sus cortezas amorosas proclamas. Con el pretexto de esos infantiles cuentos se medita aquí sobre el poder de la ficción, el papel social del arte y la responsabilidad civil del escritor. No falta una soterrada ironía crítica con el histrionismo intelectual y las envaradas convenciones sociales. En suma, una bien conformada novela.
«La vida privada de los árboles», Alejandro Zambra. ANAGRAMA. 110 páginas, 14,90 euros
▲ Lo mejor
El original planteamiento narrativo con el que se reflexiona sobre la creación literaria
▼ Lo peor
Que la historia daba para más subtramas argumentales e incidencias varias
«La fosa»: Una imagen (del Holocausto) vale más que mil palabras
Por Sagrario FERNÁNDEZ-PRIETO
El subtítulo que aparece en la portada es un resumen objetivo del contenido: «Una familia, una fotografía, una masacre del Holocausto revelada». La historiadora Wendy Lower estaba investigando en los archivos del Museo del Holocausto en Washington cuando le mostraron una imagen tomada el 13 de octubre de 1941 en Mirupol, Ucrania. En el centro se ven a una mujer y dos niños y detrás de ellos los asesinos armados que están fusilándolos en el borde de un barranco. El fotógrafo captó el momento exacto en que las armas acaban de ser disparadas, ya que se percibe el humo de los fogonazos de los fusiles en manos de soldados alemanes y ucranianos.
Lower comenzó desde el primer momento una minuciosa investigación sobre el exterminio de los judíos ucranianos y las leyes que fueron promulgadas bajo instancia directa de Goebbels, el ministro de Propaganda nazi que alentó en Hitler el fervor por mantener la pureza de la sangre aria. La Segunda Guerra Mundial fue, seguramente, el conflicto armado más sangriento de la Historia (seis millones de muertos es el balance final) y también el más fotografiado: era habitual que los soldados alemanes llevaran sus cámaras preparadas para disparar tan rápidamente como sus armas. El gusto por la fotografía y por documentar todos sus crímenes ha legado un material espeluznante para los historiadores que sirve para reconstruir, como en este caso, no solo una matanza puntual, sino también la implicación local y las seculares tradiciones antisemitas que dieron lugar al Holocausto.
«La fosa», Wendy Lower. CONFLUENCIAS. 306 páginas, 21,90 euros
▲ Lo mejor
El análisis sobre el «Holocausto por balas»: judíos que no fueron asesinados en los campos
▼ Lo peor
Ninguna cosa que alegar, es un magistral ejercicio histórico a través de una sola fotografía