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Cortázar, el narrador poético

Se publica la poesía completa del argentino Julio Cortázar, tan conocido por su novela «Rayuela» y muchos de sus cuentos de corte fantástico.

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Esta es la parte de su obra menos conocida, la poética, dentro de un corpus donde no hay que olvidar sus artículos y ensayos, sus traducciones –de Keats, Yourcenar, Defoe y Poe– y en el que destacan también sus libros de cuentos fantásticos, como «Casa tomada», «Continuidad de los parques» o «La autopista del sur». Todo un caudal de imaginación desbordante y valentía creativa que deslumbró en su momento y conserva un gran encanto para diferentes generaciones. Y es que, como dice el narrador nicaragüense Sergio Ramírez en el prólogo a la biografía de Cortázar de Miguel Herráez (editorial Alrevés, 2011), Cortázar se empeñó «en no aceptar ninguno de los preceptos de lo establecido, y poner al mundo patas arriba de la manera más irreverente posible, y sin ninguna clase de escrúpulos y concesiones».

Nació así una literatura libre de ataduras, desconcertante en los relatos, compleja en las novelas, y muy personal en la poesía. Ahora, Alfaguara lanza todos los versos del autor argentino, en edición de Andreu Jaume, que incluye una serie de poemas inéditos encontrados en el Fondo Daniel Devoto y María Beatriz Valle-Inclán, depositado en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid. Ya en 2005, Galaxia Gutenberg había publicado toda la poesía del autor que hasta entonces se había podido reunir, por parte de su estudioso Saúl Yurkievich, pero fue en fechas recientes cuando el profesor Jesús Rubio Jiménez, al estudiar el citado Fondo, encontró un material inédito.

En esta sección aparece, por ejemplo, un libro íntegro, «Fábula de la muerte», escrito en 1941 y firmado con el pseudónimo de Julio Denis, que como se dice en una nota inicial, fue escrito bajo la impresión de la muerte de un amigo de Cortázar llamado Alfredo Enrique Mariscal, de lo cual «sólo se tenían hasta ahora vagas referencias», refiere Jaume. Este informa de que el autor de «Historias de cronopios y de famas», ya en 1969, «se consideraba “un viejo poeta” —Cortázar firmó su primer poemario en 1971—, aunque hasta entonces hubiera llevado en secreto esa otra faceta de su imaginación que ilumina como un fuego oculto la riqueza de sus conocidas ficciones».

Poeta desde los 12 años

En «Poesía completa», así, encontramos su poemario «Presencia», su primer libro de poemas, publicado por primera vez en 1938 bajo el mismo seudónimo. Se trata de 43 sonetos en los que predomina el motivo de la música, pues como es bien sabido el autor era un apasionado tanto de la música clásica como del jazz. Por lo que respecta a «Salvo el crepúsculo», Cortázar dio continuidad a los temas recurrentes de su obra, en que se asoman también el tango, la pintura, lo amoroso o las ciudades de París y Buenos Aires. Y, asimismo, el lector interesado podrá volver a «Pameos y meopas», con poemas escritos entre los años 1944 y 1958, que la editorial Nórdica editó en 2017 acompañado de las ilustraciones de Pablo Auladell.

No en vano, a lo largo de toda la trayectoria de Cortázar el género poético, tanto como creación como estudio o traducción, tuvo un peso específico, pues, como señaló Aurora Bernárdez, su pareja en la década de los cincuenta y sesenta, «la poesía fue la gran pasión de Cortázar. Él era un gran lector de este género literario, pero sus amigos eligieron su prosa. Tuvo tanto reconocimiento cuando se publicaron sus cuentos que todo el mundo se olvidó de que era un creador de poemas desde los doce años». Como muestra de tal cosa, podemos destacar poemas como «Jazz», cuyos dos últimos tercetos dicen: «Bébeme, noche negra de los cantos / con tu boca de cobre y aluminio / y hazme trizas en todos tus refranes; / yo quiero ser, contigo, uno de tantos / entregado a una música de minio / y a la liturgia ronca de tus manes».

O poesía en prosa, dado que las narraciones de Cortázar adquirieron siempre un profundo tono poético. De este modo, tenemos textos como «Background», en que se lee: «Tierra de atrás, literalmente. Todo vino siempre de la noche, background inescapable, madre de mis criaturas diurnas. Mi solo psicoanálisis posible debería cumplirse en la oscuridad, entre las dos y las cuatro de la madrugada —hora impensable para los especialistas. Pero yo sí, yo puedo hacerlo a mediodía y exorcizar a pleno sol los íncubos, de la única manera eficaz: diciéndolos». Un escrito al que podríamos añadir este significativo pasaje posterior: «… porque al despertar arrastro conmigo jirones de sueños pidiendo escritura, y porque desde siempre he sabido que esa escritura —poemas, cuentos, novelas— era la sola fijación que me ha sido dada para no disolverme en ese que bebe su café matinal y sale a la calle para empezar un nuevo día».

Un querido amigo

Entre los poemas de Cortázar se halla un apartado titulado «Sonetos a la presencia», que tiene este encabezamiento: «Estos nueve sonetos te están dedicados, Eduardo A. Jonquières», con piezas como la llamada «Razón», que da inicio así: «Se precisa tener —en esta herida / torturada de lágrima candente— / eje donde girar, razón viviente / que justifique estar, consciente, en vida». Versos pensados para lanzar su recuerdo y afecto hacia un amigo al que el lector pudo descubrir en el libro de escritos inéditos «Cartas a los Jonquières». Se trataba de 127 cartas que recorrían los años 1950-1983 y que estaban dirigidas al poeta y pintor Eduardo Alberto Jonquières (1918-2000), que estaba radicado en Buenos Aires junto a su mujer y sus tres hijos y al que Cortázar confiaba sus planes viajeros más entusiastas, sus problemas económicos y sus impresiones sobre arte, cine y música. Ya fuera desde París, Roma, Ginebra, La Habana o Managua, el escritor no dejó de preocuparse de su amigo, de compartir con él los asuntos culturales que tanto les hermanaban. En las epístolas, se sentía la voz directa del autor, sobre su traducción de los cuentos de Poe o la invención de los «cronopios».