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Eduardo Infante: "Ha triunfado la banalización y glorificación del ignorante"

El filósofo quiere recuperar el debate en la plaza pública pese a haber sido "adoctrinados en el odio"; también lucha por poner en valor la ética. "Sin ella", dice, "se genera corrupción, sufrimiento e injusticia"

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Eduardo Infante (Huelva, 1977) define la ética como una disciplina "peligrosa y subversiva". A partir de ella, cualquiera puede cuestionar las normas; sin embargo, está en horas bajas. Y es por ello que este filósofo se ha marcado el reto, "el sueño", dice, de recuperar el valor de la plaza pública para el debate. Ese es el trasfondo de 'Ética en la calle' (Ariel), donde Infante va lanzando #FiloRetos para la vida cotidiana que bien pueden resumirse como preguntas con infinitas respuestas.

–Usted pregunta en X si las mentiras sirven como consuelo cuando no hay verdades que nos reconforten: ¿cuál es su respuesta?

–Sin sentar cátedra, creo que la mentira no puede nunca usurpar el lugar de la verdad en la persona adulta y autónoma. Muchas veces nos comportamos con el patrón del niño y preferimos las mentiras que nos consuelen a una verdad angustiosa y dolorosa. Eso tiene que ver con la polarización de la sociedad, incapaz de salir de la trinchera o tribu ideológica cuando nos muestran que estamos equivocados o que el partido en el que militamos, de una manera u otra, lo está haciendo mal. El dolor de una verdad merece la pena porque te hace libre. El pensamiento tiene hambre de verdad. Un mundo justo necesita la verdad. La mentira nunca se ha relacionado en el pensamiento clásico con la virtud y dignidad.

–¿Mentimos más que nunca?

–La mentira siempre se ha utilizado. Somos el único animal que puede hacerlo. Los animales no buscan la verdad. Pero que siempre la hayamos utilizado no significa que debamos seguir haciéndolo. Que en mi pueblo se haya tirado la cabra desde el campanario no es argumento para continuar haciéndolo. Me da pena que la mentira esté normalizada... El poder siempre ha hecho uso de ella para manipular y justificarse, pero entendíamos que eso estaba mal. Ahora, se ha naturalizado: entendemos que es una estrategia política. Ya no se considera algo tan malo; y eso lo podemos ver con los filtros de Instagram. Contaré una anécdota: quedé con una actriz de teatro que no conocía, pero que habíamos hablado por WhatsApp. Pensaba que no había llegado hasta que, de repente, se levanta una chica que no reconocía... Su foto tenía tal cantidad de filtros que era otra persona. No creamos un yo idealizado, sino una mentira. Hacemos una sobrecarga de la felicidad y la positividad. Me comentan mis alumnos que la moda es irse a Decathlon y grabarse con ropa de algún tipo, como el esquí, por ejemplo; luego le pones un fondo y parece que has estado en la montaña.

–¿Perdemos la identidad?

–Eso es. Las personas terminan construyendo personajes a través del consumo. Intentan encontrar su identidad con objetos o experiencias. Ya lo decían Platón y Sócrates: el problema es que al final tú te conviertes en algo falso. Cada uno debería aspirar a la autenticidad. No llego a entender cómo alguien, conscientemente, quiere vivir en la falsedad... Quizá sea más sencillo.

–¿Los bulos son controlables?

–Están en las redes y el algoritmo los potencia. Pero las redes y el algoritmo son una construcción humana. No podemos caer en lo de que las máquinas son las culpables de nuestros males. Es la normalización de la estupidez. Antes, cuando alguien era ignorante intentaba cubrirlo; ahora, estamos ante el triunfo de la banalización y glorificación del ignorante. El que no lee se vanagloria de ello. Y esto me parece preocupante. Por otro lado, las redes sociales son una herramienta de comunicación. Como dice Harari, el mundo digital nos ha transformado. Sabemos que las redes tienen algo muy positivo: la democratización de la información. Aristóteles fliparía si entrase a internet hoy porque en nuestro bolsillo tenemos la biblioteca de Alejandría junto a un montón de mierda, desinformación, estupidez... Entonces, las leyes se ponen cuando no somos capaces de ser autónomos. La disciplina se le pone al menor que es incapaz de controlarse. Por eso no dejamos a un niño de doce años conducir hasta que tiene conocimiento y autonomía moral para manejar la herramienta. Dejar las redes a nuestros menores es muy diferente a legislar las redes para los adultos. Yo puedo utilizar mi teléfono para intentar entender el mundo o para mejorar, aportar o para descargarme cualquier cosa; y luego, hay gente que se hace perfiles anónimos y por la noche se dedica a soltar mierda, espiar a su ex o a ver gatitos. Depende de mí. No se le puede pedir a papá Estado que ponga una medida. Es como pedir al gobierno que, como soy incapaz de mantener una dieta sana, me invite a comer.

–En la calle si insultas...

–Ahí entramos en el tema de la libertad de expresión. ¿Quién determina que la otra persona se sienta ofendida? La ofensa es libre y gobernar los sentimientos es muy difícil. En la era de la desinformación, ¿cómo se prohíben los bulos? ¿Quién determina qué es y qué no? El problema es quién es ese comité de sabios. La libertad de expresión tiene contras, pero los pros son mucho mejores.

–¿Todo eso empieza en la escuela?

–La educación lo es todo. Es el pilar de la democracia. Lo que debemos hacer es educar el pensamiento crítico, tener la capacidad de darme cuenta de que me estoy equivocando. Eso es lo que hay que hacer, y no legislar. Legislar en adultos es paternalismo por parte del Estado. Nos tramos como infantes. ¿No eres capaz tú mismo de abrir un libro y comprobar la información? La clave es educar. Los primeros ciudadanos eran conscientes de que se tenían que formar. Por eso, en Grecia, era importante la ética para participar en la vida de la ciudad.

–¿Para qué sirve la ética?

–Es la rama del conocimiento necesaria para ser buena persona. Mirarte al espejo por la mañana y que no se te caiga la cara de vergüenza. Nos quejamos de falta de ética en redes sociales y en los políticos. La gente ignora lo realmente valioso, bueno, justo... Esta diciplina no es un adorno intelectual; es esencial para vivir bien. Su ausencia genera corrupción, sufrimiento e injusticia. El que no se comporta éticamente nos jode la vida a los demás. La ética es una forma de vida. Vivir dignamente implicaría estar, en cada acto por cotidiano que sea, buscando la dignidad continuamente, preguntándome si lo que lo que voy a hacer es lo mejor que cualquier ser humano en esa misma circunstancia podría hacer. Para ser libre no hay otra que actuar éticamente. Y para ejercer la ética se necesita diálogo.

–¿Qué es una vida digna y buena?

–Nos lo enseñó Sócrates: es preferible perder la vida que la forma en que uno vive.

–¿No son cañas y playa?

–Eso es la falta de conocimiento ético. Una de las claves de la ética es la libertad: si yo no tengo ese conocimiento sobre la libertad soy capaz de reducirlo a eso y, por tanto, prostituir de la libertad.

–¿Ha perdido valor la palabra "libertad"?

–Siento profundo dolor porque muchas de las libertades de las que hoy disfrutamos fueron pensadas por hombres y mujeres que no se contentaron con el "statu quo". Tuvieron los arrestos morales de preguntarse cómo era el mundo y pensaron esas libertades. Otros dieron su sangre por hacerlas realidad. Nosotros, que las disfrutamos, podemos pensar que esas leyes que nos dan libertades son como la ley de la gravedad, natural, y esto es horrible. La historia del ser humano es la de la lucha por la libertad. Es como la neolengua de George Orwell en '1984': si vaciamos los grandes conceptos de contenido seremos incapaces de pensar en ellos. Si la libertad la identificamos con tomar cañas, todos pensaremos que somos plenamente libres.

–¿Sueña con recuperar las plazas públicas para el debate?

–Sin duda, pero no tengo en la cabeza el 15M. Sino la Institución Libre de Enseñanza: formar ciudadanos con altos ideales éticos para que, independientemente de la profesión que tengas, seas capaz de mejorar la sociedad. Pienso en los parlamentos, cualquier tipo de parlamento. Una asociación de vecinos es un parlamento. Hay que ser capaces de recuperar eso que ennoblece la política: la construcción de un bien común. Aportar a la ciudad, que la gente tenga la capacidad de volver a establecer los lazos que se han ido destruyendo progresivamente. Esos lazos colectivos que los humanos somos los únicos de ver porque no existen: la nación, la familia, la sociedad civil... Se han malinterpretado y los hemos entendido como instituciones que alienan al individuo; y lo que hacían era protegerlo. Hemos creado una sociedad de individuos que vivimos juntos, pero solos. No somos más libres. El individuo frente al mercado y su poder omnipotente. Después de lo de Valencia uno tiene cierta esperanza. Decían que el pueblo estaba muerto, que la nación estaba muerta, y parece que no. Ese enlace espiritual que nos une en algo más grande sigue estando presente. El diálogo lo inventan los griegos como una herramienta para generar la democracia. Los que participan aportan sus puntos de vista, intereses y perspectiva y van construyendo una verdad colectiva, universal.

–¿El Congreso y el Senado son espacios inútiles para el diálogo?

–Son lugares que debemos defender la ciudadanía. El problema es que son instituciones en las que no se dialoga. Tenía un amigo con mucho sentido común que decía que eso es como el "pressing catch", que es de mentira. El problema es que en la calle los enfrentamientos son de verdad. Nuestros representantes son puro teatro, pero la polarización en la calle no lo es, es real. Me da pena que los vecinos nos dividamos en amigos y enemigos. Me da mucha pena que juzguemos al vecino que tiene una creencia diferente a la mía como alguien estúpido o inmoral. El Parlamento debería enseñarnos a vivir bien con los que pensamos diferente.

–¿Se ha perdido la capacidad de hablar?

–El algoritmo potencia la polarización, los mensajes de odio y la violencia. Volviendo a Orwell, llevamos mucho tiempo adoctrinados en el odio. Cuando encontramos a alguien con una opinión diferente nos atrincheramos en vez de preguntarnos cómo actuaría un filósofo, un científico o un demócrata.

–¿De quién es la culpa de lo anterior?

–La responsabilidad tiene grados. La hay individual y colectiva. Participamos de este sistema que nos polariza, que impide el dialogo y en el que el propio producto cultural nos obliga a ello. Esto es absurdo. Parece que te obligan a posicionarte: ¿Broncano o Motos? Es un falso dilema. Puedes ser de ninguno o de uno y otro. Los propios discursos que manejamos nos inducen a las puñeteras dos Españas. Seguimos con eso en el ADN. Intuyo que esto da dinero y poder. La parte reptiliana de nuestro cerebro, la más antigua y en la que se encuentra el odio, anula todas las demás, como la reflexión y el análisis. Es muy fácil manipular a través del odio.

–Apel y Habermas otorgaron el triunfo del totalitarismo a la falta de diálogo del pueblo y al discurso emocional de Hitler.

–Y lo veo hoy. Los extremos están hiperrepresentados en el Parlamento. Y ahí, el monstruo del totalitarismo se alimenta de la capacidad de los demócratas de no ponerse de acuerdo. A Hannah Arendt casi la quema viva la izquierda porque incorporó dentro del totalitarismo al comunismo.

–Ella hablaba de la banalidad del mal. ¿Ya no sabemos qué está bien o mal?

–Estamos normalizando que haya gente que se forre vendiendo veneno. La ética habla de lo digno y valioso. Cuando hacemos del placer una medida de valor, estamos degradando la dignidad al estado de animalidad. Los animales saben perfectamente qué les da placer y qué les da dolor. Ese es el criterio por el que se gobierna un animal y un niño pequeño. No conocen virtud ni divinidad. Vivimos en una sociedad en la que nos estamos animalizando e infantilizando. Somos el único ser del universo al que el creador le ha dado el cincel para terminarse y crear algo bello.