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cultura
Nietzsche-Wagner: crónica de una amistad
Un libro epistolar refleja la fecunda (y difícil) relación entre el filósofo y el compositor romántico

En el teatro de ópera de Bayreuth, en Baviera, la música de Richard Wagner se divulgó acaso más que nunca en 2013 para celebrar los doscientos años del nacimiento del compositor alemán; se realizó un concierto dirigido por su compatriota Christian Thielemann, y se representó «El anillo del nibelungo». A estos eventos se le sumaron docenas de muy diversa naturaleza que, aglutinados bajo el lema «Wagner para todos», buscaron sacar a la calle a este músico colosal, controvertido y siempre de actualidad editorial, que murió en Venecia en 1883.
El teatro de Bayreuth, empezado a construir en 1872 exclusivamente para la interpretación de las obras de Wagner, fue diseñado por él mismo, con el auspicio de su gran admirador, el rey Luis II, y se inauguró cuatro años más tarde, con la representación completa de la famosa tetralogía. Esta particular relación con el monarca y la evolución del costoso y complejo teatro quedó reflejada en el libro «Cartas sobre Luis II de Baviera y Bayreuth» (editorial Fórcola), que preparó el escritor y musicólogo Blas Matamoro. Éste contextualiza el difícil momento político del Imperio alemán en los años sesenta del siglo XIX, con sus Estados aún dispersos, y explica cómo Luis II y Wagner se conocieron –en Múnich, en 1864, año en que aquél es coronado, con dieciocho años– y fueron entablando una amistad basada en la mutua adoración.
El joven rey, que había visto «Lohengrin» en 1861, encarga a un súbdito que localice y traiga a ese Wagner de 51 años, por entonces «sospechoso de anarquista, mangante e intrigador». A Wagner le precede esta fama de hombre de fuerte carácter y genio abrumador, y Luis no duda en ofrecerle todo cuanto esté en su mano para que se mantenga a su lado: una suntuosa paga y trato directo íntimo. Tanto, que la relación, por parte de Luis, sólo cabe calificarla de enamorada si se ve cómo se dirige al artista. «Por espigar unos pocos ejemplos –apunta Matamoro–: querido y único amigo, suprema belleza de mi vida, íntimo y único amigo, fundamento de mi existencia, amigo amado, encanto de mi vida, amor mío fiel y eterno hasta la muerte, júbilo de mi existencia, mi todo santo y divino, adorabilísimo, el único por quien vivo y por quien muero, mi postrer sueño mundano».
Wagner no se queda atrás, y le dice, por ejemplo: «Mi amado, querido y prodigioso amigo: Sólo el ideal puede unirnos de por vida (...) nos amamos como dos hombres que están por encima de las leyes del mundo. (...) ¡Es el amor entre un rey y un poeta! El sublime fundamento de esa unidad, que nos eleva en una nube esférica por sobre la generalidad, es el arte: ¿y qué arte? El ideal, el más ideal» (1-V-1866). Y empieza otra carta: «¡Mi dulce, excelsa y ahora para mí de nuevo auroral estrella de los reyes!». Al parecer, la homosexualidad de Luis se quedó en amor platónico hacia el maestro, aunque algo les uniría de por vida: «Bayreuth representa la obra maestra del dúo Luis-Ricardón», dice el autor argentino.
En estas cartas, pues, asistimos a los mensajes que Wagner, retórica y líricamente, dedicaba a su mecenas, pero también a personas de su entorno como su suegro el músico húngaro Franz Liszt, su hermana Ottilie, varios directores de orquesta, tenores y médicos; todo en torno a experiencias personales o incidencias que surgieron a la hora de representar sus óperas en Bayreuth. Pues bien, ahora aquellas cartas tienen su continuidad en «Correspondencia» entre el músico y el filósofo Friedrich Nietzsche, lo que se da en llamar en el libro «historia de un desencuentro». Traducido por Luis Enrique de Santiago Guervós, y con prólogo de Miguel Ángel González Barrio, estas páginas llevan al lector a una relación iniciada en noviembre de 1868 y que duró cerca de una década.
El caso Wagner
Al comienzo, pareció una amistad llena de elogios por ambas partes. En el libro se dice que Wagner «llega a confesar en un tono adulador», en carta a Nietzsche en 1872: «Usted es, después de mi mujer, la única adquisición de mi vida».
Y prosigue el editor de esta correspondencia: «Posiblemente lo que necesitaba alguien como Wagner era un discípulo inteligente que le venerase como a un dios: dice Nietzsche: “En él domina una idealidad tan incondicionada, una humanidad tan profunda y emocionante, un rigor vital tan elevado, que en sus proximidades me siento como en las proximidades de lo divino”» (carta de Nietzsche a Wagner del mismo año).
Una amistad de afecto personal y admiración intelectual, claro está: «¡No había leído antes nada más bello que su libro! ¡Todo es magnífico! Hoy le escribo rápidamente, porque esta lectura me excita más allá de las palabras y debo esperar a tener la mente clara para leerlo “como se debe”», escribe el compositor al filósofo, en torno a «El nacimiento de la tragedia» (1872).
Cosima, la mujer de Wagner, se explaya a la hora de comentar este primer estudio filológico de Nietzsche, que es un tributo a su marido por entero, calificándolo de sublime. Por su parte, el escritor se siente complacido por tal cosa y le comunica el deseo de que su amigo sea para él «el mistagogo en los secretos misterios del arte y de la vida [...] Si es verdad lo que un día escribió Ud. –para orgullo mío–, que la música me dirige, entonces es Ud. el director de orquesta de mi música».
En resumidas cuentas, uno y otro sienten que se entienden en el arte, como si la dedicación musical y literaria fuera un complemento mutuo, como si, frente al otro, cada uno se hiciera mejor: «Cada vez que pienso en Usted, siento siempre, intensamente, el impulso de llegar a ser mejor, más maduro, más calmado; no sé de dónde me vendría ese impulso si no lo tuviera a Usted. Porque cualquier otra cosa solo empuja a la precipitación y al éxito inmediato» (de Nietzsche).
El vínculo epistolar seguirá estos derroteros, en al apoyarse tanto, se va desarrollando la idea de que el público alemán aprecie de verdad la obra respectiva, aparte de enfatizar el hecho de sentir, cual enamorados, que sin la aparición de su amistad «de verdad no habría merecido la pena vivir, y no sabría para nada qué hacer con mi tiempo» (Nietzsche a Wagner). El filósofo llega a decir, incluso, que el día de su encuentro fue el de su «cumpleaños espiritual», tal fue el impacto que supuso para el autor de «Así habló Zaratustra» conocer al músico. En «Ecce homo» (1888), poco antes de perder la razón, Nietzsche llegará a decir que no habría soportado su juventud sin música wagneriana.
Sin embargo, algo ocurrirá entre ellos hasta el punto de que Nietzsche se refiera, en carta a una amiga común, la escritora Malwida von Meysenbug, a finales de 1888, a «todo lo malo ocasionado por Wagner que he tenido que vivir». Desde ese momento todo será la nostalgia del tiempo en que vivió con él en intimidad, lo cual también propiciaría «fricciones por la diversidad de puntos de vista», como explica Santiago Guervós. Así, el servilismo del filósofo cambiará a crítica de la creación musical de su ídolo, en especial en el libro «El caso Wagner». Pero, para entonces, el señor Wagner ya había fallecido.
- «Correspondencia» (Fórcola), de R. Wagner y F. Nietzsche, 356 páginas, 29,50 euros.
WAGNER EN HOLLYWOOD
►También la editorial Fórcola se ocupó de publicar «Wagner y el cine. De las películas mudas a la saga de “Star Wars”», una colección de ensayos que estudian cómo el músico ha influido en el séptimo arte. El cineasta especializado en filmes sobre música y director de teatros de ópera Tony Palmer lo tenía claro en el prólogo; tal y como le dijo el mismísimo nieto de Wagner, cuando Palmer estaba preparando la que sería su película «Wagner» de 1983 –con Richard Burton de estrella–, «si mi abuelo viviese hoy, estaría sin duda trabajando en Hollywood. Hubiera sido incapaz de resistirse a la magia tecnológica a su disposición, ni a las hordas de trabajadores ni al dinero. Al dinero especialmente. Siempre iba directo a por el dinero». Y en efecto, tampoco se corta un pelo el propio Palmer, que tilda al músico de «antisemita, racista, avaricioso, deshonesto, poco fiable, falto de escrúpulos, un ladrón y un charlatán, y eso sólo los miércoles». En «Aspectos de Wagner» (editorial Acantilado, 2013), Bryan Magee dedicaba capítulos al «culto a Wagner» y a los colegas judíos del compositor, quien en 1850 publicó de forma anónima el panfleto antisemita «El judaísmo en la música». Magee aludía a cómo «los orígenes personales del antisemitismo de Wagner son asombrosamente similares a los del antisemitismo de Adolf Hitler». Todo nació de la envidia, de sentirse acomplejados y de encontrar en los judíos a los villanos que provocaban su frustrante situación.
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