Libros

«V13. Crónica judicial»: Carrère rememora el horror de la sala Bataclán

El autor, en un ejercicio de humanidad, acudió al juicio del atentado: refleja que fue una lección de realidad, dolorosa y paliativa

Noémie Merlant (dcha.) y Nahuel Pérez Biscayart son una pareja afectada por el atentado de la sala Bataclan
Noémie Merlant (dcha.) y Nahuel Pérez Biscayart son una pareja afectada por el atentado de la sala BataclanLa RazónLa Razón

Muchos actores cuando suben a recoger su Oscar se quedan sin palabras... y eso es lo que le ha ocurrido a Carrère. Ha abandonado su ampulosidad verbal en este libro en el que se convierte en una especie de director de un gran coro de personajes, mártires, asesinos, funcionarios, periodistas, jueces, políticos, familiares... personajes centrales y periféricos que tuvieron algo que ver con aquel trágico viernes que terminó con 130 muertos –131 si consideramos el suicidio de un sobreviviente tiempo después–, 138 si contamos los suicidas y 350 heridos.

Fue la noche que tuvo a todo el mundo en vela por los disparos y explosiones en distintos puntos de París, y que se convirtió en uno de los capítulos más aterradores de la historia reciente del terrorismo en Europa. El objetivo principal de los terroristas eran los jóvenes que se divertían. Muchachos y muchachas franceses, no musulmanes. Una decena de terroristas con Kalashnikovs y cinturones explosivos llegaron en automóviles y comenzaron a disparar al azar. Todo ello, a muy poca distancia del atentado de Charlie Hebdo, tanto temporal –el 7 de enero- como geográficamente. Cuando llegó el momento del juicio, fueron diez los meses a los que acudió Carrère de forma religiosa y cuyas crónicas para «Le observateur» le proporcionaron material para esta historia de no ficción. «V13» es el nombre que los asiduos daban a la causa que transcurría en el Palacio de Justicia, y queda muy claro que la experiencia del macroproceso antiterrorista le transformó: «Escuchar aquel grupo de experiencias humanas extremas, de sufrimiento, de piedad, de terror modifica algo en tu sensibilidad», dijo. El autor es un reportero visual y descriptivo que prefiere mostrar en lugar de decir, contar en lugar de aseverar, y reflexiona abiertamente sobre sus dudas y contradicciones.

Durante los discursos de los fiscales y los abogados de la defensa, él mismo admite que está dispuesto a dejarse convencer mientras escucha ambos argumentos. Pone reparos –por ejemplo– a la condena a cadena perpetua para el principal acusado, Salah Abdeslam, único superviviente del comando, porque no activó su cinturón explosivo, ¿por un fallo mecánico, cómo consideran los jueces, por miedo o, como alegó él, por humanidad? También cree que la voluntad de ejemplaridad prevaleció sobre la de proporcionalidad y vio en el veredicto y las penas motivos cuestionables, lo que en ningún momento le impide pensar que el proceso fue muy bien... ni saber cómo asumirlo. La primera parte del texto es una sucesión de voces que nos encogen el estómago y nos invaden los lagrimales. Las voces de los sobrevivientes. De los que quedaron vivos entre el «confeti de sangre» del suelo de Bataclan, aplastados por cadáveres o escondidos como bien pudieron. Tanta desesperación es casi pornografía del dolor; demasiado real para ser escuchado.

Cuestiones no resueltas

Carrère se sentó en un palco especialmente construido fuera del juzgado para ver el juicio, justo en el corazón de París, y eso, según sus palabras, lo cambió. En el estilo sentimos los ritmos periodísticos que precisan de inmediatez, sentimos la serialidad de los capítulos, pero quedan pasajes propiamente literarios absolutamente impagables. Un texto que se debate entre la justicia, o su imposibilidad. Tal vez sobre el perdón. Tal vez en las raíces de la radicalización. Quizá sobre los defectos o la ceguera de Occidente. Tal vez sobre el sadismo de los fanáticos. Pero es sobre todo un libro sobre cuestiones no resueltas: ¿Es una guerra? ¿Qué pensaban los terroristas en el coche cuando iban a realizar las masacres? ¿Por qué uno de ellos decidió en algún momento desabrocharse el cinturón con los explosivos y huir? ¿Por qué la policía no detuvo a algunos de ellos cuando tuvo la oportunidad? Estamos ante un escritor de culto que se convierte en noble periodista. Un hombre curioso que se hace preguntas ante un momento de desestabilización cotidiana, ante la incapacidad emocional para superar el dolor y ante una máquina, la de la justicia, que parece cautiva ante el horror inesperado. Carrère saca una lupa y levanta las faldas a los hechos, a los personajes de esta historia, y con algunos empatiza. Por eso no sufre sólo como espectador, sino que aumenta su sufrimiento dejando la periferia reservada a los observadores, como si quisiera masticar el dolor de las familias. Carrère complementó sus textos originales con muchas notas.

Para el escritor, esta experiencia fue de gran humanidad pues se dejó media vida intentando sintonizar con cada una de las partes; las coherentes y las que no tenían sentido lógico. A fin de cuentas: explicar ya es querer disculpar un poco... La particularidad de este juicio es que los acusados eran personas periféricas a los atentados, ya que los terroristas están todos muertos, excepto Salah Abdeslam, el protagonista del juicio, que iba a inmolarse en el café Comptoir Voltaire y que renunció el último momento. Un cambio de actitud que sigue siendo misterioso, incluso después de semanas de prueba. «La importancia que le dimos a Salah Abdeslam fue que, aunque no matara, tenía que ser parte del comando», apunta Carrère. El autor se sintió conmovido por presenciar el relato de su historia. Fue para él lo más fuerte de esta prueba.

El primer susto

«V13» se lee como una novela policíaca, con la diferencia de que siempre hay detalles que solo pueden pertenecer a la realidad más ordinaria, incluso en un caso tan dolorosamente extraordinario. Un fresco humano dibujado ante nuestros ojos y es, al tiempo, la transformación de un reputado intelectual de izquierdas ante el choque de la barbarie. El lenguaje de los hombres y mujeres de ley que bien puede transformar la realidad en una extraña abstracción, el vídeo de protesta difundido por el Estado Islámico tras los atentados aunque ha sido en gran parte «expurgado de su atrocidad»... todo le deja atónito y así se lo transmite al lector. Vemos a «los nueve leones del califato», futuros terroristas suicidas en París, entrenándose en un desierto para decapitar a los prisioneros, riendo. Este es el primer susto: «La propaganda nazi no mostraba Auschwitz», recuerda Carrère. La propaganda estalinista no mostró el gulag, y también lo rememora. La propaganda de los Jemeres Rojos no mostró el centro de tortura S21... ¡Pobre Carrère luchando consigo mismo! La propaganda normalmente esconde el horror pero aquí nos lo mostró, porque, «el Estado Islámico reclama sadismo. Es sobre el sadismo, la exhibición del sadismo, la autorización para ser sádico lo que cuenta para convertirse», resume. Siempre tenemos valor suficiente para el sufrimiento de los demás. Es cierto y, sin embargo, aún en nuestras filas, las de los observadores que se limitan a escuchar y transcribir, seguimos durmiendo cada vez peor. Tenemos pesadillas, nos volvemos irritables. Y una vez que llegamos a casa, lloramos cada vez, aunque Dios sabe que lloramos con mucha facilidad. No pierdan el tiempo: compren este libro. Es salmuera tan dolorosa como paliativa.

▲ Lo mejor

Lo que hace que sea interesante es su necesidad. Es esencial que escuchemos a las víctimas

▼ Lo peor

Escuchar todos los horrores y las reiteraciones propias de un juicio pero no de un libro