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Ruth Ortiz a los ojos de Bretón: la clave de la polémica

Así se trata la figura de la madre de los pequeños asesinados en «El odio». El juez decidirá si se vulneran sus derechos

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Nunca la llama por su nombre. Ni siquiera «mi exmujer». Para José Bretón, la madre de los dos hijos que asesinó no es Ruth Ortiz, es simplemente «la de Huelva». Así la menciona ‑o más bien, la despoja de identidad‑ en todas sus cartas y conversaciones con el escritor Luisgé Martín que se recogen en el polémico libro «El odio», de cuya publicación o no se ocupan estos días los jueces.

La clave más importante en el debate público que ha suscitado el libro está en ella, en Ruth Ortiz, con la que el autor no habló en ningún momento. Hay un debate moral sobre este asunto, pero también uno jurídico y ambos entran a veces en colisión.

Vamos a pararnos en cómo se trata la figura de la madre de los pequeños asesinados. En el escrito, como decimos, no hay nombre, no hay rostro, no hay vínculo. Solo una fórmula seca, distante y profundamente reveladora. «Lo hace con el propósito no confesado de deshumanizarla, de borrarle el rostro y la identidad», escribe el autor en «El odio». Es la misma actitud con la que Bretón intenta reescribir su historia desde prisión: anulando a Ruth, negándole el lugar de víctima, y colocándose él como el verdadero damnificado.

El asesino se envuelve en el lenguaje suave de una justificación. Aunque reconoce haber cometido el crimen, jamás asume el daño causado. «Por muchos condicionantes que tuviera en contra, no debí hacer lo que hice», le escribe al autor. Pero esos condicionantes, una y otra vez, apuntan hacia ella: la ruptura, la custodia, su entorno familiar. En su narrativa, Bretón no mata a sus hijos por odio, sino por salvarlos de la educación que –según él– iban a recibir tras la separación. «Hice lo que hice […] para evitarles el suplicio de ser educados por la familia de su madre», afirma. Y cuando habla de esa familia, su desprecio es absoluto. La llama «nociva», «desestructurada» y se refiere a la madre y la hermana de Ruth como «la madre drogadicta» y «la hermana drogadicta». Es importante señalar que el autor, Luisgé Martín, no se deja engañar: «No busca la verdad. Busca controlar el relato. Presentarse como alguien que un día cometió un acto monstruoso, pero que antes y después fue un hombre correcto».

Ruth Ortiz, en cambio, queda convertida, según Bretón, en antagonista, en detonante de su ruina emocional. En una de las cartas más espeluznantes, su exmarido le dedica una declaración de amor almibarada antes del incontestable crimen: «Creí alcanzar el cielo cuando te conocí. Tú vales mucho y te lo mereces todo. Me acuerdo del día en que te dije: ‘‘Quieres salir conmigo?’’».

Postal envenenada

Luisgé Martín interpreta esas palabras como una postal envenenada: «Un recuerdo edulcorado antes de la herida irreversible». Porque la herida fue brutal: Bretón asesinó a sus hijos, Ruth y José, de seis y dos años, no solo para borrarlos, sino para que su madre viviera con esa ausencia hasta el fin de sus días. Fue un acto de violencia vicaria en su forma más cruel y devastadora: dañar a una mujer donde más le duele, a través de los hijos. «El daño que le hacía debía ser duradero, irreversible, eterno», sentencia el narrador. Ahora, Ruth intenta vivir en paz, pero el asesino sigue ahí, escribiendo, manipulando y negándole incluso el nombre. «La de Huelva». Una forma de decir: tú ya no eres nadie; estás exenta de identidad.

Ruth Ortiz envió un burofax a la editorial Anagrama solicitando la paralización del libro «El odio», que recoge la correspondencia y las confesiones de Bretón, por considerar que vulnera su derecho al honor, la intimidad y la imagen. Pidió la intervención de la Fiscalía de Córdoba, que remitió el caso a Barcelona. «Cuando una madre pide ayuda es porque de verdad la necesita», escribió. La editorial suspendió voluntariamente la distribución del libro y ahora es el Juzgado de Primera Instancia número 39 de Barcelona el que debe decidir si concede la medida cautelar solicitada por la Fiscalía de Menores para impedir su publicación. La resolución marcará un precedente: entre el derecho a narrar el mal y el derecho a no ser silenciada por él.