El desafío independentista

Lluis Companys: El Estado catalán que se proclamó a traición

Hoy se cumplen 79 años del fusilamiento del que fuera presidente de la Generalitat de Cataluña y 85 desde que proclamó el Estat Catalá

Jóvenes bárbaros
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Se cumplen hoy 79 años del fusilamiento del que fuera presidente de la Generalitat Lluis Companys y su figura vuelve a estar presente hoy en el panorama político catalán, un día después de la lectura de la sentencia del “procés”, que ha sacado a la calle a miles de catalanes para protestar contra las penas.

Casi 80 años después, la sombra de Companys sigue siendo alargada y se proyecta entre el soberanismo de inicios del siglo XXI, a pesar del tiempo transcurrido.

¿Pero quería Companys la independencia?

Companys, la sentencia de ese traidor de la II República española

En marzo de 1931 nació Esquerra Republicana de Cataluña (ERC). Francesç Macià, su líder, consiguió aunar a fuerzas separatistas y catalanistas en un único movimiento nacional. En cuanto se conoció el resultado de las elecciones municipales, Lluis Companys irrumpió en el ayuntamiento de Barcelona en el mediodía del 14 de abril. Entró en el despacho del alcalde, monárquico, y le anunció que tomaba posesión del consistorio para proclamar la República. Así lo hizo desde el balcón, sin resistencia alguna. Macià entendió que aquello carecía de fuerza política suficiente para negociar con los partidos republicanos que habían constituido en Madrid el Gobierno Provisional. Esa misma tarde, Macià rectificó a Companys. Le sustituyó por el separatista Aiguader y proclamó la República Catalana de la Federación Ibérica.

Aquello era una traición al Pacto de San Sebastián que los catalanistas habían firmado con los republicanos. A pesar de esto, el Gobierno Provisional negoció con Macià la renuncia a la independencia a cambio del privilegio de convocar una asamblea catalana que elaborara su Estatuto de Autonomía antes de que se redactara la Constitución de la República. Ese acuerdo condicionó el desarrollo constitucional del régimen, enturbió las relaciones entre los partidos y alteró las reglas del juego político.

Luchas callejeras

ERC era una coalición de circunstancias en la que pronto saltaron las desavenencias. A la muerte de Macià, en diciembre de 1933, Companys fue elegido presidente de la Generalitat no sin grandes suspicacias internas. Al tiempo, se crearon las Joventuts d’Esquerra-Estat Català, lideradas por Josep Dencàs y Miquel Badía, quien dirigía la Comisaría de Orden Público y al que llamaban Capità Collons, inspiradas en los Camisas Negras del fascismo italiano. Las luchas callejeras entre estos «escamots» y los anarquistas –a quienes consideraban «invasores» por ser inmigrantes– banalizaron el uso de la fuerza.

Companys quiso recuperar la unidad interna de ERC señalando a un enemigo común: el gobierno de la derecha, el de Samper, republicano radical. Aprovechó para ello el conflicto entre propietarios y «rabasaires», y presentó una Ley de Contratos de Cultivo en marzo de 1934 que permitía a los campesinos convertirse en propietarios de la tierra que trabajaban. El Gobierno presentó un recurso ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, quien anuló dicha ley declarando incompetente al Parlamento de Cataluña en materia social agraria.

ERC habló entonces de un ataque a Cataluña y a la República, y auspició un «pronunciamiento civil» de protesta y desobediencia que concluyó con un desfile de masas el 29 de abril de 1934. Los periódicos «La Humanitat» y «L’Opinió» publicaron editoriales llamando a la insurgencia contra el gobierno de la República. En Madrid, los diputados de Esquerra abandonaron las Cortes. Companys nombró entonces a Dencàs consejero de Gobernación, quien organizó a los Mossos d’Esquadra –poco más de 300 hombres– y al Somatén –unos 3.000– al modo de un «ejército catalán».

Los ánimos estaban tan exaltados, la violencia verbal era tal y las movilizaciones callejeras tan frecuentes, que Companys fue abucheado en la Diada de septiembre de 1934 por los separatistas al entender que era «poco catalanista», y su retrato «fusilado» en el Centro del Estat Català de la calle de Las Cortes. A pesar de esto, Companys se sumó a la deriva revolucionaria de socialistas y republicanos de izquierdas.

Samper dimitió el 1 de octubre porque la CEDA le retiró su apoyo parlamentario. Alcalá-Zamora, presidente de la República, nombró un gobierno presidido por Lerroux, quien contó con algunos miembros de la CEDA. Este hecho legal fue utilizado por el PSOE de Largo Caballero y los republicanos de izquierdas para llamar a la revolución. Companys y Azaña, que había calificado el nombramiento de «traición», se reunieron el 4 de octubre. «La Humanitat», diario fundado por el jefe de ERC, publicó el 5 de octubre un editorial que terminaba diciendo: «¡En pie de guerra, Cataluña!». Ese mismo día, la Generalitat organizó una huelga general con manifestación final en la que se reclamó la República catalana. El golpe estaba preparado.

Barcelona se despertó desierta el 6 de octubre. El cuartel general del Ejército quedó incomunicado. A Barcelona llegaron camiones con armas y municiones que Badía repartió entre los «escamots», que en número de 4.000 formaron en la Plaça Universitat. Badía pasó revista a sus tropas desde un automóvil descapotable con una ametralladora al hombro. Dencàs anunció por radio sobre las 12:30 horas que la Generalitat militarizaba Cataluña para prevenirse contra la FAI, lo que era falso. Las emisoras barcelonesas de radio repitieron dicho mensaje cada 15 minutos, alternando «Els Segadors» con «La Marsellesa».

El general Batet y el delegado del Gobierno en Cataluña, Carreras Pons, se entrevistaron con Companys en su despacho a las 15:30. Batet pidió que restableciera las comunicaciones y el tráfico ferroviario, y le advirtió de su imprudencia. Companys contestó que haría guardar el orden, despidió al militar y se reunió con su gobierno. Los consejeros Dencàs y Gassol estaban decididos, no así Barrera y Coromera, que dudaban, y otros tres que no querían dar el golpe. Finalmente decidió Companys con una fórmula intermedia: el Estado catalán en la República federal española. A partir de ahí las emisoras de radio no dejaron de repetirlo.

La Alianza Obrera, compuesta por marxistas y anarquistas, marchó en la Plaza de la República cerca de las siete de la tarde. «Volem armes», «Mori Lerroux» y «Mori Cambó» gritaban, para luego entonar «La Internacional» y «Els Segadors». Entonces, un grupo colocó «la estelada» en el centro de la plaza. La CNT se desmarcó: sus dirigentes se dirigieron a Comandancia Militar asegurando que pedirían a sus afiliados que volvieran al trabajo. Una delegación de la Alianza Obrera se entrevistó con Companys, quien aseguró que proclamaría el Estat Català.

A las 20:00 horas, Companys salió al balcón de la Generalitat para leer una declaración: rompía toda relación con «las instituciones falseadas», asumía todos los poderes, proclamaba el «Estat català en la República federal espanyola», e invitaba a formar allí el gobierno provisional de la federación. De hecho, en ese momento Manuel Azaña estaba en Barcelona. Nada más terminar su discurso, Companys comentó: «¡A ver si ahora diréis también que no soy catalanista!».

Estado de guerra

A esa misma hora Batet habló por teléfono con Lerroux. El presidente del Gobierno le anunció la decisión de declarar el estado de guerra y puso en sus manos elegir el momento más oportuno. Poco después, Companys ordenó a Batet que se pusiera a sus órdenes. La respuesta fue publicar el estado de guerra. Lerroux se dirigió a los españoles por radio a las 22:00 para anunciar que acabarían con la «locura separatista». En distintos puntos de la ciudad, las fuerzas de Dencàs atacaron instalaciones militares, y se combatió en algunos edificios dominados por los Somatens y el Estat Català. Sobre las 2:30 o 3:00 de la madrugada ya no había focos de insurgencia.

El lugar decisivo fue la Plaza de la República, donde estaban la Generalitat y el Ayuntamiento. El comandante Unzué, mandado por Batet, se entrevistó con Pérez Farràs, comandante de los Mossos a las órdenes de Companys. Los golpistas dispararon entonces, causando la muerte de un capitán y varios heridos. Por Vía Layetana apareció un contingente de ciudadanos armados para apoyar el golpe. Unzué aseguró la zona y comenzó el asedio de los edificios oficiales con artillería, ametralladoras y fusilería. Sin embargo, Batet no quiso entrar a sangre y fuego. Prefirió esperar a que Companys fuera consciente de su fracaso y se entregara.

A las 6 de la mañana del 7 de octubre, Companys telefoneó a Batet para anunciarle su rendición. El comandante Unzué entró en la Generalitat y detuvo a todos los miembros del gobierno menos a Dencàs, quien había huido por las alcantarillas. A la vez, el Ayuntamiento, dirigido por el izquierdista Pi y Suñer, adherido a la insurrección, se rindió y fueron detenidos los regidores. El golpe había fracasado, pero la República quedaba tocada de muerte.