A. Rojo

Los monjes del Valle: «Nuestra vida no tiene que ver con Franco»

«Somos monjes iguales a los de cualquier monasterio de España». Ajenos a la polémica de la exhumación de franco, los benedictinos del valle continúan en paz su modo de vida -ora et labora- fijado desde hace siglos

Un monje de la abadía, en una imagen tomada esta semana en la que se ha cerrado la entrada al público al Valle
Un monje de la abadía, en una imagen tomada esta semana en la que se ha cerrado la entrada al público al Vallelarazon

Ajenos al hecho de que su colegio se ha convertido en el epicentro de una polémica que polariza la opinión pública nacional, lo 36 alumnos de la Escolanía del Valle de los Caídos finalizan sus clases y salen disparados hacía el patio del recreo a jugar al fútbol. Concentrados en la pelota y en las argucias del contrario apenas alzan la vista sobre lo que se levanta sobre sus cabezas: la cruz más grande del mundo, una mole de 150 metros de altura, tres veces más grande que la estatua de la libertad y cinco más que el Cristo del Corcovado en Río de Janeiro. Acostumbrados a verla a diario como parte del paisaje, los alumnos de la Escolanía del Valle son quizá los ciudadanos españoles más indiferentes al revuelo que ha provocado la decisión del Gobierno de exhumar a Franco a semanas de las elecciones. De hecho, a pocos kilómetros de donde estos despreocupados niños que cursan desde 4º de primaria a 2º de la ESO los jueces de la sala de lo contencioso administrativo del Tribunal Supremo están levantando los últimos escollos para permitir la controvertida exhumación. Es difícil pensar en algo más ajeno a las intrigas de los pasillos del poder que este bellísimo paraje natural en el que reina la paz y el silencio solo roto por los gritos de los juegos de los niños.

Algo de esa misma paz se puede observar en los reposados andares de uno de los 24 monjes que viven en la abadía dedicados al rezo del Oficio Divino a sus trabajos particulares fieles a lo estipulad por la regla escrita por San Benito a principios del siglo VI presidida por el lema «Ora et labora». Como sus predecesores en el tiempo -los monjes benedictinos que transmitieron desde el corazón de la Edad Media las obras de la antigüedad clásica, que desecaron pantanos a lo largo y ancho de Europa, y que sentaron las bases de la agricultura y de la música que aun tocan nuestras orquestas- este monje camina los escasos 100 metros que separan la Abadía de la Hospedería con los pies en el suelo y la cabeza concentrada en regiones que no se dejan afectar por las batallas políticas de la capital de país. «Nuestra vida diaria no es Franco ni nada relacionado con la política, es la vida normal de un monje igual a la de otros monjes que hay en otros monasterios de España», afirma tras ser interrumpido de sus pensamientos por unos periodistas venidos de Madrid. Le acabo de dar la noticia de que, hace unos minutos, el Tribunal Supremo ha levantado todos los impedimentos para que el Gobierno lleve a cabo la exhumación de Franco y lo cierto es que se ha tomado la noticia con total paz y sin perder la sonrisa. Tras rehuir más explicaciones porque «los periodistas sois muy peligrosos», el monje sigue su camino.

Lo cierto es que el pausado ritmo de vida de los monjes apenas se ha visto afectada no solo por la polémica exhumación sino por apenas nada de lo que ha sucedido en la era moderna ya que desde el horario que rige su actividad a la misma dieta fue estipulada por el fundador San Benito en tiempos medievales. En lo esencial la vida de un monje benedictino pivota en torno a tres actividades complementarias: la oración, el trabajo y la «lectio divina» o lectura espiritual. La orden de San Benito ha otorgado al estudio y a la transmisión de la cultura una cantidad ingente de trabajo a lo largo de los siglos. De ahí la formación de grandes bibliotecas y escuelas que en la época altomedieval salvaron la cultura grecorromana y cristiana y sirvieron de fundamento para la creación de una nueva cultura europea. El día del monje comienza cuando aún no ha salido el sol. A las 5:30 de la madrugada suena el toque de campana que llama a los frailes a la primera de las horas del Oficio, maitines. La siguente hora es laudes y tras ella comienzan los trabajos diarios. A las 11:00 tiene lugar la Santa Misa en la Basílica para cuyos cantos tanto ensayan los niños miembros de la Escolanía. La Misa constituye el centro de la vida espiritual del monje y es de ella de donde parten, como las arterias del corazón, la distintas horas litúrgicas desde maitines hasta completas. Entre ellas se va intercalando el «labora», intelectual o manual dependiendo del monje. Algunos de los componentes de la comunidad actual entraron hace décadas como niños en la Escolanía y, tras decidirse a hacerse religiosos, llevan en el Valle la inmensa mayoría de sus vidas.

Noelia, una colaboradora que trabaja en la Escolanía describe el ambiente que se respira en el interior de este colegio interno que dirigen los monjes del Valle. «Es un colegio normal. Los niños tienen además de las clases normales una educación musical muy seria y ensayan todos los días. Entre ellos es como si fueran hermanos, tienen sus peleas y discusiones como todos los niños pero luego hacen las paces. La verdad es que se lo pasan en grande. Con los monjes la relación es estupenda, son como sus tíos. La verdad es que es todo como una gran familia», explica. Además de la educación normal la Escolanía oferta titulaciones musicales de la Associated Board of Royal Schools of Music del Reino Unido. La satisfacción de los padres es plena también por el hecho de que sus hijos estudien en clases con un número de alumnos muy reducido y en plena naturaleza. A pesar de que el Estado ha retenido el dinero que se le debe a la Abadía de 2018 muchas personas e instituciones se han volcado con las necesidades del Valle. La Abadía no recibe ninguna subvención por parte del Estado sino que existe un régimen jurídico y económico desde la fundación de la misma que no se había dejado de cumplir nunca hasta que el actual Gobierno convirtió en propuesta estrella tras la llegada a la Moncloa de Pedro Sánchez.

Otra parte fundamental del conjunto monumental del Valle de los Caídos es la Hospedería, situada en la parte atrás de la Cruz, junto a la Abadía y a la Escolanía. Según su director, Alex Navajas, el desarrollo habitual del trabajo en la Hospedería también es ajeno a toda consideración de índole política. «Estamos en TrypAdvisor y en Google y nos llegan huéspedes de todo el mundo, de Tailandia, de Canadá... Sus comentarios están en Internet y está claro que la gente habla maravillas del emplazamiento, del paisaje y de la paz que se respira aquí dentro. No encontrarás comentario políticos». Navajas no niega que la presencia del Valle en los medios ha hecho que se note un aumento de las reservas y lo cierto es que en todos los fines de semana de octubre y noviembre están ya ocupados las 220 camas de la Hospedería. Sin embargo el perfil de los visitantes no tiene connotaciones políticas y se trata en su mayor parte de grupos parroquiales que vienen principalmente de Madrid pero también de todas partes de España. «Los medios quieren crear polémica pero la gente pasa», afirma el director de la Hospedería, que pasa a relatar los trabajos de reformas que se están realizando.

El hecho de que la mayoría de los clientes de la Hospedería no tengan ningún motivo político para pasar unos días en el Valle no quiere decir que algunos de ellos no tengan una opinión muy definida sobre la polémica que, muy a su pesar, rodea a la Abadía de la Santa Cruz.

El entrañable adiós al padre laurentino

El reciente fallecimiento del padre Laurentino Sáenz de Buruaga, quien durante 60 años de su vida fue uno de los grandes impulsores de la escolanía del Valle de los Caídos, supuso una muestra del espíritu que une a este conjunto vocal, el único de Europa que canta diariamente durante los oficios litúrgicos que se celebran en la Basílica. A su entierro vinieron escolanos desde la generación del 58 hasta los actuales lo que provocó un «lleno en toda regla». Muchos ex alumnos se mostraron muy afectados. El padre Laurentino -que fue uno de los monjes fundadores de la Abadía- era de genio fuerte al que, sin embargo, todo el mundo recordaba con profundo afecto por lo mucho que de él aprendieron.