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Emblemas de la españolidad
Luis Mariano: el amaneramiento y la «grandeur» de un tenor apreciado por Franco
La posmodernidad ha reciclado las imágenes del orgulloso afeminamiento del tenor que triunfó en Francia

Si los románticos franceses inventaron la espagnolade, quienes la reinventaron en París fueron dos exiliados vascos, Luis Mariano y Francis Lopez. Y lo hicieron con una serie de exitosas operetas andalucistas. «La bella de Cádiz» (1945), pasó del Casino de Montparnasse de París al cine, seguidas de «El sueño de Andalucía» (1950), «Violetas imperiales» (1952) y «La bella de Cádiz» (1953), formando pareja con la bellísima Carmen Sevilla. Un enamorado de la España trágica, Prospero Mérimée, fijó el cuadro pintoresquista por donde discurriría la españolade con su novela «Carmen» (1845), repleta de clichés costumbristas de una Andalucía de toreros, tonadilleras, bailaores, gitanos y bandoleros. Sintetizados y magnificados por Bizet en su ópera «Carmen» (1875), con el triángulo trágico de la gitana Carmen la cigarrera, don José y el torero Escamillo.
Justo recién acabada la Segunda Guerra Mundial, Luis Mariano estrenó la opereta de Francis Lopez «La bella de Cádiz». Frente a la penuria y tristeza de aquellos años, las espectaculares operetas de Luis Mariano, el tenor con la sonrisa más encantadora de Francia, eran una explosión de alegría y exotismo. Espectáculos llenos de color andalucista que entusiasmaba a los franceses. Luis Mariano propuso situar la acción de «Boda gitana» en Andalucía, hacer del gitano un toreador, cambiar el titulo por «La bella de Cádiz» y sugerir que las canciones fueran con estilo español. Al finalizar el estreno, Luis Mariano se convirtió en un mito erótico y fue coronaron como «el Príncipe de la Opereta».A la trágica Carmen de Bizet se le superponía la alegre España de pandereta, frívola y desinhibida de Luis Mariano. Una fantasía de toreros y gitanas de ropería suntuosa con muchos brillos. Como corresponde a espectáculos grandiosos con decenas de figurantes, coros, ballets y abigarradas escenas con decorados barrocos.
Estas comedias musicales, entre el Lido de París y Broadway, sólo buscaban divertir a los franceses con historias frívolas, romances apasionados, canciones pegadizas y situaciones de lo mas extravagantes. En el París liberal, el afeminamiento del cantante estaba fuera de discusión pública. Se daba por sentado que Luis Mariano era homosexual, quizá bisexual por el interés que le puso a sus romances con Martin Carol y Carmen Sevilla, con la oposición de su madre al matrimonio. El mundillo profesional sabía que le gustaban los extras, con los que se veía discretamente.
Torero peculiar
El conflicto lo tuvo con la España real. Mientras rodaba «La bella de Cádiz», dio un recital en su Irún natal y un malnacido rompió el hechizo gritando: «¡Maricón!» Algo que sucedería a menudo en los cines de barrio y en los colegios donde se proyectaban sus películas, tildadas de cursis. En cambio, a la burguesía franquista le encantaba. Les parecía muy elegante y tres charmant. Apreciaba su voz de oro, su falsete que lo afeminaban todavía más y pasaban por alto su pluma, atemperada por la voz más viril de doblador Rafael Arcos. Franco apreciaba sus canciones y a Carmencita Franco le rechiflaban.
El 18 de julio lo invito a los recitales de La Granja donde le pidió al Generalísimo que le concediera pasaportes a sus padres, republicanos que como él seguían siendo españoles en París. «Violetas imperiales», sobre Eugenia de Montijo y Napoleón III, fue la peli que hizo de Luis Mariano un mito en España y Suramérica. Francis Lopez compuso una partitura excepcional, con media docena de éxitos: «Violetas imperiales» y «Milagro de París», con letras de Arozamena, muy superiores a las francesas.
Ver a Luis Mariano disfrazado de torero, símbolo de la masculinidad desafiante, gritando «Ole, torero», o de macho mejicano, cantando con su amaneramiento inocultable y ese falsete «¡Méjico, Mejiiicóóóó!» sigue siendo tan chocante, que al espectador actual le da más vueltas la cabeza que a la niña del Exorcista. Si ya era sorprendente en los años 50 su amaneramiento, unido al falsete más taladrante que el de los Bee Gees, Luis Mariano desafiaba al público con su masculinidad equívoca. Pero enamoraba con su voz a las jovencitas, con ¡ese vestuario que le hubiera robado Ziggy Stardust!
La posmodernidad ha reciclado esas imágenes de orgulloso amaneramiento como basura buena friqui-gay y pueden gozarse sin culpabilidad la quincalla kitsch y su cursilería. Podría decirse que lo friqui es como una gafas 3D para apreciar construcciones absurdas y contradictorias, suturadas por la historia, como las españoladas de Luis Mariano, convertidas en emblemas de la españolidad y divertido arte pop.
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