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Luis Zahera: «Prefiero sexo, Goya y rocanrol. Drogas no, son el demonio»

Con dos Goya en su haber, este gallego es uno de los actores del momento
Luis Zahera, un actor al que le ha llegado la fama de manera tardía
Luis Zahera, un actor al que le ha llegado la fama de manera tardíaGonzalo PérezLa Razón
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Estamos ante uno de esos superdotados actores de reparto capaces de devorar a los protagonistas. Un intérprete químicamente puro que lleva casi 40 años en la profesión y que, por fin, recibe los honores merecidos.
Lo de ser el actor de moda, qué putada ¿no? Lo digo por lo de la responsabilidad.
(Ríe) Es una buena pregunta. Sí, da un poco de vértigo. Me convertí en un niño que piensa que lo van a descubrir por algo malo. Como un mago al que le van a ver el truco. Dios mío, van a ver el fraude que soy...
El síndrome del impostor.
Sí. Pero son unas pinceladas, el grueso es muy satisfactorio. La satisfacción del alpinista que llega al sitio que quería llegar. Porque no me gusta decir la cumbre.
¿Ser un famoso tardío mola?
Sí, porque ya te libraste de muchas tonterías. Ya la interpretación tiene esa cosa egocéntrica; te subes a un escenario que está más elevado que el resto de la gente y encima te aplauden, y eso te puede llevar a que te creas cosas. Y a ciertas edades puede ser demoledor. Ya tuve ese momento de ser un estúpido, de creerme que lo sabía todo. Y con los años, gracias a Dios, voy descubriendo que yo lo sé todo, pero tú, Javier, también lo sabes.
Pese a su buena fortuna, ¿si mira atrás cree que se le han escapado algunos trenes?
Me considero un afortunado, pero puede que algún tren se me escapase. Y puede que fuera por mi culpa. Por no haber buscado el azar de otra manera o por haber sido un estúpido. Cuando hice «Celda 211» toda la gente me paraba por la calle por aquel heroinómano, me decían cosas maravillosas. Fue mi boom personal. Y eso no se tradujo en nada. Hablo de esos trenes.
Después de que le dieran el alegrón de un papel importante, o tras conseguir un premio, ¿se ha sorprendido en una habitación de hotel, solo, llorando de felicidad?
No, sinceramente no. Porque... Ostras. ¿Sabes qué echo de menos? Cuando te ilusionabas.
¿Ha perdido la ilusión?
Claro. Recuerdo los momentos de los cortometrajes, que me daban un papel y llegaba al hotel y estaba en la gloria. Esos momentos de ilusión los perdí. Se convierten, no en rutina, pero sí en un trabajo, y ya no me emociono tanto. Me sigue emocionando el público. El otro día me paró un señor superagradable y me dijo: «Te quiero sin conocerte», y eso me sigue emocionando mucho. Me revuelve por dentro, hasta el llanto. Pero los pequeños triunfos ya no. Antes mentía un poco en las entrevistas, pero ahora creo que hay que decir la verdad.
Ahora, como buen gallego, es franco.
(Ríe con ganas) ¡Eso ponlo! Mi padre hacía un chiste de Franco: «Reina un fresco general procedente del noroeste de España».
¿Cuándo dejó de ser un problema el dinero? Hablo de llegar a fin de mes y esas cosas tan pedestres que sufren los mortales.
Yo hace tiempo de eso, es increíble. Y es una liberación. Aunque hay una parte enferma. Tienes un mes que entre esto, lo otro y lo de más allá, ganas una barbaridad, y aún hay un demonio que piensa: ostras, algo más podría ser... «El avaro» de Molière. ¿Y en qué me gasto el dinero? Me estoy haciendo una casa muy bonita en la isla de Arosa, y si sigue todo bien me compraré algo aquí, en Madrid, porque es donde está el trabajo.
¿Ganar un Goya mola más que el sexo, las drogas y el rocanrol?
¡Ostras! Mola más que las drogas. Que el sexo y el rocanrol…
A lo mejor es lo mismo. Ganar un Goya que el sexo y el rocanrol.
El sexo y el rocanrol muy bien. ¿Las drogas? Viví los ochenta y, hostia, llegué a la conclusión de que son el demonio. Prefiero sexo, Goya y rocanrol, drogas no.
No ha tenido hijos. ¿No dio con la persona adecuada o el no adecuado es usted?
Me arrepiento. No tuve hijos por mi adicción al trabajo, por el alpinista, porque quería llegar a un sitio y aquello iba a ser un impedimento. Cuando recibí el primer Goya, llegué extenuado al hotel con aquella estatuilla y me vino a la cabeza un «hostia, no hay nadie esperándome». Me empeñé en la parte solitaria del éxito, que es voluntaria, y ahora me doy cuenta de que fue un error. Me digo: hostia, tío, todo esto para, al final, vivirlo solo.
¿Se siente incompleto?
Sí. Me digo: esta persona que quería tener hijos conmigo… y yo me fui de ahí. Fui un poco egoísta. Quizá lo que me jodió el amor fueron las drogas. La etapa aquella terrorífica, en el 86, con 20 años, y no voy a detallar más. Las drogas fueron mal negocio. Se pierde mucha energía, vida, amores.
¿Qué rasgo típicamente gallego detesta?
El pesimismo. Somos un país que se quiere suicidar y no lo consigue. No sé si es climatológico, genético, adquirido, cultural... Pero no me gusta.