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Manuel Espadas Burgos, maestro y amigo

En memoria del profesor e investigador en materia de historia y las relaciones internacionales, fallecido a los 87 años
El profesor Manuel Espadas Burgos, maestro y amigo
El profesor Manuel Espadas Burgos, maestro y amigoLa Razón
La Razón
  • José Ramón Urquijo Goitia

    José Ramón Urquijo Goitia

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El pasado domingo falleció el profesor Manuel Espadas Burgos. Conocí a Manolo en febrero de 1976, cuando iniciaba mi carrera investigadora. Nació en Ciudad Real en marzo de 1936, y se puede decir que su vida estuvo marcada por la Guerra (en la que hasta siete miembros de su familia fueron asesinados), aunque ello nunca le empujó a refugiarse en posiciones de odio.
En 1953 llegó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, al tiempo que disfrutaba de una beca de la Fundación Universitaria Española. Aunque inicialmente da clases en la Universidad, poco después logra una cátedra de instituto. Pero en ese momento le surge la posibilidad de dedicarse a la investigación en el CSIC, hecho que ha marcado su vida durante 40 años.
La constatación de que no se puede escribir la historia de un país, sin tener en cuenta lo que sucede en los de su entorno político, le llevó a adentrarse en archivos y bibliotecas extranjeros. En 1975 publica «Alfonso XII y los orígenes de la Restauración», que supone un hito en los estudios sobre dicho período e insertó a Cuba en la historia de España. A partir de esa obra acentúa su dedicación a las relaciones internacionales.
Italia es una parte importante en su biografía personal y científica, plasmada en su colaboración con el Istituto per la Storia del Risorgimento Italiano. Y además de sus numerosas colaboraciones en congresos del Risorgimento hay dos obras que merecen ser singularizadas. La primera forma parte de su interés por las relaciones entre ambos países y de su compromiso con el CSIC: la historia de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, institución nacida en el seno de la Junta para Ampliación de Estudios cuyo objetivo programático era sacar a España del aislamiento cultural y científico en que se encontraba. Pero sin duda su última aportación en este campo fue la mejor culminación de su estancia en Roma. Buscando a España en Roma es el producto de un maestro, de una persona con un gran bagaje cultural, que le permite interpretar adecuadamente los numerosos restos de esa presencia creando un hilo conductor del relato.
En el campo de las relaciones internacionales es necesario señalar la importancia de su interesante síntesis sobre la política exterior del Franquismo, que iba precedida de una introducción sobre la situación de la especialidad en España. Junto a su producción científica no se puede olvidar su labor en pro de la internacionalización de la historia de España a través de su trabajo en el Comité Español de Ciencias Históricas, especialmente su labor en la organización del Congreso Internacional de Ciencias Históricas que reunió en Madrid a 2.000 especialistas de todo el mundo.
Sus trabajos por la proyección internacional no le hicieron olvidar sus compromisos por la historia local, llevada a cabo a través del Instituto de Estudios Madrileños y del Instituto de Estudios Manchegos, en los que se afanó por dignificar su actividad insertándola en niveles universitarios.
No puedo olvidar su compromiso con la Universidad de Castilla La Mancha, en cuya gestación participó activamente, y que la institución le agradeció con el Doctorado Honoris Causa. Pero su trayectoria no se comprende sin su vinculación al CSIC, y sin su trabajo en y por la Institución: director del Instituto Jerónimo Zurita, y de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Pero sobre todo vocal del Comité Científico y la Junta de Gobierno (1978-1981), en unos momentos en que se sentaron las bases de su adaptación a la democracia.
A lo largo de su vida científica ha dirigido numerosas tesis doctorales que en muchos casos han significado aperturas de líneas de investigación importantes. Las tres primeras fueron la de Juan Sisinio Pérez Garzón sobre la Milicia Nacional; la mía sobre la Revolución de 1854; y la de José María Barreda, sobre elecciones en Castilla-La Mancha.
Un segundo núcleo lo constituyen las de tema militar, como la de Rafael Núñez Florencio sobre el antimilitarismo; la de Fernando Puell de la Villa sobre el reclutamiento; y la de Elena San Román sobre el papel del Ejército. Otros temas novedosos fueron la de Francisco Villacorta sobre las clases medias profesionales o la de Francisco Alía sobre la represión en Ciudad Real. Y también las de relaciones internacionales de Lorenzo Delgado, Fernando García Sanz e Isabel Pascual. Francia le reconoció con las Palmas académicas (1984) y Austria con la Cruz de Honor de las Ciencias y las Artes (1996). Voltaire escribió en su Edipo que «la amistad de un gran hombre es un don de los dioses». Estoy agradecido de haber podido disfrutar de ese don a lo largo de 47 años.