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Arte

María Porto: "Las grandes galeristas en España siempre han sido mujeres"

La prestigiosa gestora del Espacio Villanueva, presente en la Feria Estampa, analiza los cambios en el circuito artístico y reflexiona sobre su trayectoria

La galerista María Porto
La galerista María PortoAlberto R. Roldán© Alberto R. Roldán

En la volcánica y apasionada cabeza de María Porto habita un fascinante escenario satelital de curiosidades activadas, magnéticas luces irradiadas y contornos de trazos de vida estallada y agradecida coherencia conscientemente alejada de la impostura, que se transparenta durante los primeros segundos de intercambio que mantenemos nada más cruzar la puerta de su galería ubicada en la céntrica calle Villanueva. También hay un Picasso, un Rothko, un Bacon, cualquier obra de Ángela Mena (joven artista plástica que ha empezado a trabajar con ella recientemente), el consejo repetido de su padre cuando era niña, charlas dilatadas con Antonio López y el perdón confesado a su hijo Diego por los malabarismos con el tiempo que tuvo que aprender a abrazar propios de una mujer trabajadora y un cansancio compartido en la intimidad de la confidencia por el reduccionista acompañamiento mediático con el que algunos todavía la siguen identificando: ex mujer de. Ahí dentro, en la cabeza de esta prestigiosa y más que consolidada galerista que estará hasta el domingo presente en la Feria Estampa (Ifema), siempre están pasando cosas. Y desde LA RAZÓN nos metemos un rato dentro para ver qué forma y qué nombre tienen.

¿Recuerdas la sensación que experimentaste la primera vez que te conmoviste con una obra de arte?

Cuando iba al Prado con mi padre de pequeña, que además de dedicarse al mundo del cine era un gran amante de los museos, aquello ya me llamaba muchísimo la atención, me generaba emociones. Pero luego ya de mayor, con unos 14 años, recuerdo que recuperamos en España el Guernica y se lo llevaron al Retiro. Y entonces yo, que iba a correr con mis amigas por esa zona, recuerdo contemplarlo y quedarme muda. Creo que fue la primera vez que me sentí pequeña en frente de algo. No en el sentido físico, que también, sino a nivel emocional, sentirme encogida y pensar «guau, qué tío, qué capacidad de síntesis, qué capacidad de, con un candil dibujado, iluminar todo un cuadro en blanco y negro». Es curioso porque a día de hoy sigo pensando que una obra de arte es aquello a lo que yo me enfrento y me hace sentir pequeña.

Entró muy joven en Marlborough.

Entrevista con la galerista María Porto. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón.
Entrevista con la galerista María Porto. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón.Alberto R. RoldánFotógrafos

¿Cómo era el ambiente de una galería con corte internacional en ese momento de principios de los noventa y hasta qué punto el estado del circuito artístico cumplió con las expectativas depositadas?

Pues mira, lo recuerdo como un escenario absolutamente novedoso, de sentir que cualquier cosa podía pasar, porque yo había estudiado Derecho pero me interesaba muchísimo el arte. Este país ha cambiado mucho en muy poco tiempo, se ha abierto muchísimo. En mi época, hace treinta y dos años, lo de ser galerista era raro, la gente no entendía muy bien en qué consistía esto. Inauguramos con una mega exposición de Francis Bacon: algo que yo había visto en los libros, pero a lo que no había podido enfrentarme aún en la realidad. De repente la galería se llenó con 14 Bacon, los grandes coleccionistas del mundo estaban en la inauguración, el barón Thyssen hablando de arte… Todo me parecía fascinante. Era un mundo absolutamente nuevo, era aprender algo cada día, era estimulante, era un mundo, el de las galerías en ese momento, mucho más comprometido. Los artistas y las galerías tenían una relación más cerrada. Estabas por la tarde allí y aparecía Lucio Muñoz, que había estado cortando unas maderas, aparecía Luis Gordillo, aparecía Antonio López, que había ido a recoger unas flores de su huerto y te sentabas y tenías una tertulia con la gente a la que admirabas, la gente que habías conocido a través de los libros de texto y era como estar dentro de un sueño que resulta que se había convertido en tu trabajo.

¿Cómo has gestionado durante estos años desde el punto de vista de una mujer trabajadora esa evidente desproporción masculina en algunas áreas de un ámbito laboral como el circuito del arte?

Tengo la suerte de que las grandes galeristas en España siempre han sido mujeres. Mis propias colegas galeristas son un gran ejemplo como Elba Benítez o Elvira González. En el mundo del comercio sí que había un matriarcado pero por desgracia en el mundo del coleccionismo, el 95% eran hombres. Reconozco que un coleccionista, cuando se acerca a ti, viene de una manera muy suave, quiero decir, al final viene a comprar y lo hace por lo general muy relajado, pero en el mundo artístico, las mujeres pintoras prácticamente estaban desaparecidas o ayudando a sus maridos a convertirse en artistas. El mundo más injusto ha sido quizá el de las subastas, que las mujeres también estaban mucho más tapadas, el de las galeristas internacionales, era mucho más masculino también y el de la crítica de arte. A veces el físico se convierte para nosotras en un impedimento. Si tú medías 1’75 y eras rubia, la gente ya presuponía que eras tonta o que habías llegado ahí por acostarte con alguien. Yo misma cuando entré en Marlborough tan joven, tan «mona y graciosa» llegué a sentir ese tipo de percepciones por parte de otros. Por fortuna eso está cambiando, lo estamos cambiando, pero todavía nos queda mucho. Es como esa idea de que entre nosotras nos comportamos como brujas y nos traicionamos. Qué cosa más antigua y más ridícula. Mis mayores apoyos a día de hoy siguen siendo mujeres, grandes profesionales a las que admiro, compañeras, amigas.

¿Se puede equilibrar la parte más comercial, mercantil y económicamente desorbitada del arte sin desvirtuar su esencia más pura relacionada con la creación y con la belleza?

Siempre me parece importante diferenciar entre el arte y el mercado del arte. Hay grandes artistas que nunca van a entrar en el mercado y no por eso dejan de ser grandes artistas. Esa mirada educada para saber diferenciar las grandes obras por supuesto es importante, pero para comprar a tus contemporáneos no hace falta ser la persona más rica del mundo. Mi mayor lujo ahora es tener tiempo si te soy sincera, poder escoger, descubrir, ser curiosa. Eso era lo que siempre nos decía mi padre, «sed curiosas».