Lecturas
Martín Caparrós: "Ahora aprovecho el tiempo como nunca lo había hecho antes"
Publica "Antes que nada", sus memorias, donde habla de manera abierta del ELA, enfermedad que le diagnosticaron hace dos años
Todo comenzó con un acto de rebeldía imprevisto: un dedo sedicioso, el gordo, el del pie derecho, que no respondía a ninguna voluntad y que se negaba a recuperarse de un golpe inofensivo, del montón. Martín Caparrós había sufrido un accidente de bicicleta en París. Nada extraordinario. Pero la caída rebeló un mal callado. Primero, a través de esa prolongación de su cuerpo. Luego por medio de un síntoma que despertó su preocupación. "Piernas débiles, reacias a sostenerme como siempre".
Caparrós, que es de buena alzada y envergadura notable, de corpulencia amplia y presencia imposible de disimular, notaba que algo fallaba. "Fui a ver a un médico, después otro y otro; los cinco o seis se enredaron en explicaciones menos graves". Todos eludieron el diagnóstico. Pero al final llegó. Padecía ELA: esclerosis lateral amiotrófica. "De pronto te dicen lo que toda tu vida temiste oír", escribe en su último libro. También ahí consigna que cuando escuchas esa noticia «no pasa nada: solo te dicen que te vas a morir mal mucho antes que lo que habrías querido –mucho antes que lo que podías esperar. Y no sabes qué hacer con eso".
El escritor está en su casa sentado en una silla. Mantiene el humor. Habla sin reparo. "Supongo que la razón por la que pensé en escribir unas memorias es por esta percepción de que el tiempo se me acaba, de que se termina el recorrido de lo que ha sido mi vida. Mi idea del tiempo ha cambiado. Uno suele imaginarlo infinito, pero ahora sé que no lo es". El escritor argentino publica "Antes que nada" (Random House), su biografía, donde habla de todo, de su familia, de periodismo, de política. "Estoy tontamente contento de lo que he vivido. Me hubiera gustado ser mejor escritor, contribuir a que mi país de origen no estuviera tan deteriorado. Si en algo siento el peso del fracaso es en los débiles intentos que hizo mi generación por mejorar Argentina. Fracasamos. Absolutamente. Nos fue muy mal. El país era mejor hace cincuenta años que ahora".
"Argentina era mejor hace cincuenta años que ahora"
Martín Caparrós, delante de su ordenador, reconoce que "ahora doy mucha importancia a cada cosa que hago, porque no sé si volveré a repetirla. No sé si volveré a hacer un movimiento que hago ahora. Pero me río. No quiero ser dramático. El humor es muy importante, básico, en este punto. Es la forma de inteligencia que más respeto, de hecho".
El novelista, el reportero, con su cabezada rasurada, bismarckiana, y su fidelidad entregada a los desfavorecidos, reconoce que uno de los puntos de inflexión de esta enfermedad será cuando no pueda atusarse el bigote. Lo comenta, con ironía, en este libro, donde habla de Rodolfo Walsh: "Fue mi primer jefe. Lo admiraba como escritor, pero como jefe me enseñó mucho menos que leyéndole porque era un tímido, aunque aprendí una cosa: siempre es mejor saber que no saber". En estas mismas páginas recuerda a Borges –"Es la maldición que pesa sobre todos los escritores argentinos de los últimos años. Es un sol que todo lo quema. Y encima tenía esa falsa modestia... Sabía que era absolutamente genial, pero disimulaba que era un poco tonto, lo que hacía que todo fuera más insoportable"–.
Y, también, tiene palabras para lo que ocurre hoy. "¿Milei? El desastre. Nunca pensé que mi país votara a semejante bestia, porque ya antes de que lo hicieran, él había autorizado la venta de órganos humanos y de niños. No es que no lo supieran. Lo votaron por el hartazgo de los gobiernos anteriores, llevados por una dificultad económica enorme, pero este señor ha aumentado la pobreza. Es una calamidad". El autor, que está enfrente del jardín, comenta: "No escribí la obra para publicarla, pero hoy me da cierta intriga ver qué pueden leer en ella mis compañeros de enfermedad". En esta autobiografía, Caparrós tiene frases duras, contundentes: "Ya me cuesta lavarme la cara, llevarme a la boca la comida, subir a la cama es un deporte olímpico, darme media vuelta en ella un buen recuerdo, pero sigo pudiendo escribir".
¿En qué le ayuda escribir? "Me gusta. Lo paso bien. Me entretiene. Me hace sentir vivo. He tenido un privilegio absoluto, que tenemos un pequeño porcentaje de personas, que es entregar ocho horas a la escritura y recibir un dinero a cambio. Cada vez tengo menos fuerza, pero seguir haciéndolo me mantiene vivo. No estaba pensado para publicarse. No lo hice con esa idea. En él mantengo un diálogo muy abierto con la enfermedad. Me ha servido mucho escribir lo que me estaba pasando. Nunca creí en ese aspecto catártico de la escritura, pero la verdad es que escribir me ha servido".
"Lo más importante y lo más placentero es escuchar y mirar. Y escuchar y mirar en serio"
Comenta que la enfermedad no le ha enseñado nada especial: "No sé si he descubierto algo, solo que hay distintas formas de enfrentarse a la vida". Caparrós admite que le gusta que le tilden de rebelde –"me siento cómodo con esa palabra, no sé si la merezco, pero me gustaría identificarme en ella"– y todavía muestra esa insubordinación hacia lo que le disgusta, como cuando saca a relucir aspectos molestos de nuestra realidad, como los nacionalismos: "Los movimientos identitarios reafirman el pasado, pero no crean nada. Son un chiste. Si los sesenta querían inventar al hombre nuevo, estos quieren inventar al individuo viejo. Lo que hacen es remitirse a lo invariable. En la década de los 60 se querían cambiar las cosas, pero estos hacen hincapié en lo que, según ellos, no se puede cambiar. Me parece pobre como voluntad, totalmente innecesario".
Caparrós todavía guarda su vieja inquietud de reportero y tiene consejos que dar: "Lo más importante y lo más placentero es escuchar y mirar. Y escuchar y mirar en serio. Hay que tener la actitud de cazador. Esa es la idea, la de los hombres primitivos cazadores, que sabían que, si estaban distraídos, no comían. Me gusta mucho ese momento cargado de adrenalina del periodismo. Deberíamos tener en cuenta que es todo un privilegio que los demás te hablen, te cuenten su vida. Es extraordinario. Ser reportero es como ser un “voyeur”, pero con licencia", comenta riéndose. Caparrós comenta que, para él, "el tiempo es limitado y ahora lo aprovecho como jamás antes aproveché el que tuve".
Se agranda cuando comenta que tiene seis libros pendientes de publicación, entre ellos, ensayos y novelas. Y le hace especial ilusión que salgan en España una serie policiaca que publicó en Argentina y escribió durante la pandemia. Una saga sobre un detective que aspira a ser letrista de tangos. Luego piensa: "Siempre quise ir a Tombuctú. No fui porque pensaba que hay que guardarse algo que no se ha hecho. Ahora que me voy a acabar, pienso que tendría que haber ido".
[[H2:"Antes que nada": Entre la vida y el dolor ★★★★]]
Empujado por su enfermedad, Martín Caparrós borda unas memorias intensas, lúcidas, tejidas con una gran y amena prosa
Por Diego Gándara
«Se va la vida, se va y no vuelve», dice un conocido tango, y lo que el tango dice, generalmente, es la verdad. Aunque duela. Y duele, de alguna manera, leer «Antes que nada», estas memorias que entrega a sus lectores el notable escritor argentino Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), autor de novelas, crónicas, reportajes, ensayos y periodista que ha trajinado países y redacciones.
Un deambular que ha reflejado en obras de claro impacto, como son «El hambre» (Anagrama), donde abordaba con una prosa directa el asunto que menciona en el título; «Ñamérica» (Random House), en la que reflexiona sobre lo que une Latinoamérica y meditaba sobre las desigualdades de estos países; «Sinfin» Random House), una novela arriesgada y valiente; y «Los living», donde ahonda en la muerte y su descubrimiento.
Atravesado por la enfermedad
El escritor Martín Caparrós no duele porque cuente cosas en estas memorias, valga la redundancia, dolorosas, sino porque lo que cuenta en ellas está atravesado por una enfermedad: la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una patología degenerativa del sistema nervioso que afecta a las neuronas motoras del cerebro, el tronco cerebral y la médula espinal y de la que fue diagnosticado hace un par de años aunque la mantuvo en silencioso secreto. Hasta ahora.
«No pasa nada: solo te dicen que te vas a morir mal mucho antes que lo que habrías querido –escribe Caparrós al comienzo de «Antes que nada»–, mucho antes que lo que podías esperar. Y no sabés qué hacer con eso. El hormigueo, el nudo en la garganta, el peso en el cerebro. No sé qué hacer con eso».
Y lo que hace, pues, es ponerse a escribir unas memorias en las que la enfermedad no es el tema central, pero sí el impulso, el motor que lo lleva a recordar su vida, momentos de su vida, y a contar cómo es eso de sobrellevar una enfermedad que se va haciendo cada vez más presente, más intrusa, y que no tiene remedio. Caparrós, en todo caso, en ningún momento se muestra piadoso o compasivo consigo. Sabe que la vida se va y que lo único que puede hacer, antes de que las manos ya no le respondan, es lo que siempre hizo: escribir.
Y escribir, en este caso, su vida, hecha de militancias, de lecturas, de amores, de exilios, de periódicos, de redacciones, de fútbol, pero también del mundo que vivió mientras vivía su vida: el encuentro con Perón en Madrid, los milagros de Sai Baba, el asesinato de Kennedy, el capitalismo en la Unión Soviética y todo lo que ocurrió en aquel país llamado Argentina y en el que Caparrós hace tanto no vive. El resultado es un libro doloroso, sí, pero profundamente conmovedor. Un canto de cisne, quizá, aunque, como señala Caparrós, «creo que voy a estar vivo mientras pueda seguir escribiendo». Y sus lectores, claro, leyéndolo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar