Miles Morales, última víctima del multiverso
Cinco años después del milagro de Ramsey, Lord y Miller, el 2 de junio se estrena "Spider-Man: cruzando el multiverso", nueva aventura del trepamuros de ascendencia boricua
Madrid Creada:
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Son los tiempos de las inteligencias artificiales, quizá, los que fuerzan la conversación sobre el alma en el cine. ¿Cómo demonios definimos aquello que se siente, pero no existe, precisamente, en el arte más empírico, el que se ve y se oye? Lejos ya del tren que se acerca a la pantalla, cada vez es más complicado encontrar cines que se atrevan a desarrollar un espíritu propio, una identidad que vaya más allá de una marca, de un universo compartido o de la caja registradora.
Por eso, cuando apareció en nuestras salas -y, por qué no, en nuestras vidas- «Spider-Man: un nuevo universo» (2018), la revelación fue inmediata. Aquella aparición mielguiana (de Alberto Mielgo, el animador español que parió el estilo del filme) no solo venía a redefinir el cine de superhéroes, ya fatigado en términos narrativos, sino que era capaz de insuflar aire nuevo a un viejo conocido del séptimo arte como el Hombre Araña. El éxito, arrollador en taquilla y en reconocimientos (Oscar mediante), puso en marcha la sed de propiedades intelectuales y, un lustro después, se estrena «Spider-Man: cruzando el multiverso», donde el bueno de Miles Morales tendrá que enfrentarse a las consecuencias de su primera aventura y a responsabilidades más adultas que, claro está, pasan por la vida de quienes más quiere y admira.
Apelando al nerdgasmo
Con un reparto de voces cargado de estrellas, en el nuestro también pero sobre todo en el idioma de Shakespeare (desde Oscar Isaac a Hailee Steinfeld), la secuela del milagro se parece más a una sacra reliquia que al nuevo acto de fe que demandaba a estas alturas la franquicia. El filme, de nuevo con Phil Lord y Christopher Miller («La LEGO película») al guion, pero con un nuevo equipo de directores que sustituyen al liderado por Peter Ramsey, convierte al Spider-Man boricua en una «víctima» del multiverso, en un damnificado por ramificaciones de actos que ni siquiera forman parte de su realidad y, en el fondo, en un niño al que nadie quiere dejar crecer por sobreprotección o mera venganza.
Apabullante de nuevo en el apartado técnico, con escenas que de verdad quitan la respiración por momentos, la definición de la nueva «Spider-Man: cruzando el multiverso» pasa irremediablemente por la alienación. No tanto la narrativa, que nos entrega a un protagonista mucho más maduro e interesante, más poliédrico incluso, pero sí la estructural, llenando de cameos, referencias (desde las veladas hasta las obscenas) y guiños un metraje titánico que, para terminar de gozar de sí mismo en pose onanista, nos invita en su final a una tercera entrega de la saga, donde ya sí se resolverán del todo los conflictos que aquí se plantean. O no, dependiendo de la avaricia de su estudio responsable. El alma de Morales, motor de la primera entrega, parece aquí en barbecho en pos de un cierre épico, haciendo cuestionable entonces la existencia misma de la película. Apelar al nerdgasmo, a la carcajada por meme, no es más que un cínico ejercicio de rentismo.