Miriam Toews: "Prefiero volver a la comuna menonita que a Hollywood"
La autora canadiense ha escrito la historia de su familia en «No dejar que se apague el fuego» para explicarla a sus cuatro nietos
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Hoy hace justo un año de la última conversación de Miriam Toews (Steinbach, Canadá, 1964) con este periódico. En aquella ocasión la charla tuvo lugar en Madrid, donde la escritora había viajado para presentar «Pequeñas desgracias sin importancia» (Sexto Piso), un libro conmovedor sobre el suicidio de su hermana del alma. Tanto ella como su padre se quitaron la vida arrojándose al tren. En aquella entrevista aseguraba que, si pudiera volver atrás el tiempo, ayudaría a su hermana a morir en una clínica de Suiza, tal y como le había pedido. En estos doce meses han pasado muchas cosas. El mundo suma otra guerra en Oriente Medio y Miriam ha seguido escribiendo, aunque, según confiesa, a veces se le hace muy cuesta arriba centrarse en la tarea con tanto sufrimiento alrededor.
Entre las luces de 2023 está su nuevo libro, «No dejéis que se apague el fuego» (Sexto Piso), un relato a medio camino entre la novela y lo autobiográfico en el que la escritora canadiense trata de adelantarse a las preguntas que tendrán sus cuatro nietos (han leído bien, aún no ha cumplido los 60). Sobre la compleja familia Toews, los padres ausentes, las muertes y la amenaza constante de la enfermedad mental que pende sobre todos ellos. Lo explica a LA RAZÓN en una entrevista realizada por videconferencia desde su casa en Toronto: «He intentado un par de veces usar una voz infantil como narradora y nunca me ha funcionado, así que ahora que soy abuela por partida cuádruple lo he vuelto a intentar. Todos mis nietos tienen menos de seis años. Pensaba en ellos y en cómo contarles la vida de la familia porque sé que los miembros de esta nueva generación, en algún momento, tendrán preguntas».
Otra de las luces de los últimos meses ha sido el Oscar que ha recibido la directora Sarah Polley (también canadiense) por la adaptación al cine de una novela suya, «Ellas hablan», producida y protagonizada por Frances McDormand. Ambientada en una comunidad menonita igual a la que vio crecer a la propia Toews junto a su hermana Marjorie, la cinta está basada en un hecho real y tétrico que ocurrió en Bolivia. La autora y su madre, personaje omnipresente en su literatura, acudieron a Los Angeles para acompañar a Polley. Este no ha sido su primer contacto con la meca del cine, pero la escritora ha vuelto espantada: «No lo soporto. Me gusta Los Angeles, pero el mundo de Hollywood me horroriza. No pienso volver. Tuve hasta una reacción fisiológica y perdí la voz en los días anteriores a la ceremonia de los Oscar. Nunca me había pasado nada parecido. Me quedé muda. Creo que fue una ironía de la vida por el título de la peli. Siempre les digo a mis amigos de broma que prefiero volver a vivir en una colonia menonita que en Hollywood».
Asegura que todo allí es falso, superficial, además de cutre. «La competitividad es terrible, igual que el poder del dinero. La industria en general está a merced de los productores, que no son gente creativa. Son los de la pasta pero toman las decisiones artísticas. Es muy frustrante. Y eso que mi experiencia fue muy buena con Frances McDormand de productora. Reconozco que es interesante desde el punto de vista antropológico, pero no es un sitio para pasar ni un minuto».
De Hollywood, cuna también del movimiento de reivindicaciones feministas #metoo, la escritora no salva siquiera eso. «Es verdad que nació allí, pero en cuanto rascas un poco y preguntas te dicen que el patriarcado de Hollywood está tan fuerte como siempre. Han puesto dinero en películas de mujeres e iniciativas del estilo, pero, a fin de cuentas, sigue siendo un club cerrado de hombres ricos y poderosos. La industria es tradicionalmente masculina y no le interesa la competencia. Ellas tienen que trabajar muchísimo más para conseguir cualquier logro».
El último libro de la autora lo abre una cita de Steinbeck en la que recuerda que «la tristeza no es un sentimiento que tenga que crecer con la edad». La elección, explica, tiene más que ver con la idea de un ideal al que aspirar que con una verdad consumada. «Me parece pertinente en mi caso. La he usado un poco como inspiración, en realidad. Una frase de coraje también para mis hijos y nietos. Como decirles que no se preocupen por lo que pueda venir, que todo estará bien».
¿Y cómo se lleva ella con la noción de la muerte, tan presente en su vida y en sus libros? «Le tengo miedo, imagino que como todo el mundo. Sobre todo por mi historial familiar temo enfermar y tener tendencias suicidas, como mi padre y mi hermana. No parece que vaya a ocurrir pero sé que es algo plausible. A mis casi 60 años me sorprende incluso haber llegado hasta aquí y estar tan bien».
Asegura que ha visto cómo «en la gente mayor se da una suerte de aceptación de la muerte, de la mortalidad. Eso trae cierto bienestar y una tendencia a aprovechar el momento y a vivirlo porque, en el fondo, da todo un poco igual. ¡Qué más da! Pasemos un buen rato, estemos con la gente que queremos y queramos a la gente con la que estamos». ¿Cree que ahora somos más débiles?: «Mi madre y sus amigos han experimentado cosas que les han hecho más fuertes y casi no le dan importancia a nada que les pase ya. En cambio, los más jóvenes dramatizamos más. Necesitamos procesarlo todo, ir a terapia... Aunque no es algo necesariamente malo».