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Objetos universales
La moda como problema moral
En la Edad Media llegó a ser vista e interpretada como signo de vanidad y desorden social, ya que desdibujaba de alguna manera las fronteras entre clases y religiones

Desde sus orígenes la moda fue considerada como una invitación a la inmoralidad por parte de teólogos y tratadistas, un perfecto reflejo de la “vanidad femenina”. Bernardino de Siena, quien había sido elegido por el mismo Vicente Ferrer en Italia para la predicación, escribía en 1427 un tratado donde criticaba durante las modas del “sexo débil” y aconsejaba a las mujeres evitar sedas, damascos, perlas, piedras preciosas, zapatos con puntas alargadas, chaquetas adornadas de armiño, colas y cosméticos, catalogando la moda de novedad que impedía distinguir a la mujer virtuosa de la inmoral. Un exceso de pompa constituía la base de las críticas a las reinas que se excedían en el vestir como en el caso de Juana de Portugal, esposa de Enrique IV.
La dama portuguesa fue criticada, entre otros, por Hernando de Talavera, jerónimo que llegaría ser confesor de Isabel I desde antes de llegar al trono en 1474, quien menciona hasta doce motivos por los cuales el traje de la futura reina en su presentación era inadecuado, “descomulgado de caderas y verdugos “, lo que podía exaltar la imaginación femenina. Juana de Portugal fue atacada por todos los cronistas por su ostentación del lujo, como Alonso de Palencia quien la acusa de excitar la audacia de los jóvenes con sus trajes provocativos, e incluso de ocultar los embarazos bajo las enaguas de aros duros “ocultos y cosidos bajo la tela que hacían parecer gordos e hinchados los cuerpos de incluso de las mujeres más flacas”. Desde 1420 se había producido en Castilla una mejora de las condiciones económicas hecho que provocó un aumento demográfico y el desarrollo de las finanzas desde la llegada de los Reyes Católicos.
En las Ferias de Medina del Campo se vendían bolsas, sombreros, gorros, cordones, cuentas, brocados, pieles muchos de ellos de procedencia francesa ya que Castilla miraba al Ducado de Borgoña, pero adaptando el estilo a las costumbres hispánicas. El aumento de la riqueza provocó una mayor demanda y una permeabilidad social de las modas en las familias acomodadas, provocando desórdenes sociales para la mentalidad de le época, ya que no era posible distinguir un noble de un caballero, una dama piadosa de una mujer deshonesta, o una judía de una cristiana. Ya en la redacción de las Sietes Partidas de Alfonso X (c. 1250) se regulaba la indumentaria con la que judíos debían ir identificados, una seña sobre la cabeza ya que “muchos yerros et cosas desaguisadas acaescen entre los cristianos et los judíos et las cristianas et las judías, porque viven et moran de so uno en las villas, et andan vestidos los unos así como los otros”.
Si bien las Partidas adquieren fuerza legal en el Ordenamiento de Alcalá en 1348, lo cierto es que estas disposiciones no se cumplen y en las reuniones de cortes posteriores se repite sistemáticamente la necesidad de cumplir la normativa. En 1412 durante la regencia de Catalina de Lancaster por la minoría de edad de Juan II se promulgan las leyes de Ayllón (1412) con severas medidas, tales como la regulación del vestuario: la obligación para los judíos de llevar una señal bermeja cosida en la ropa, el crecimiento de la barba y el cabello cortado para los musulmanes, mientras que para las moras era receptiva la utilización de mantos grandes y llevar la cabeza cubierta en las ciudades de Castilla. El cumplimiento de la normativa fue desigual, si bien en Valladolid se aplicó la norma, en otras ciudades de Castilla volvieron a las prácticas habituales durante el reinado e Juan II. El furor de la moda y los esfuerzos emuladores por vestir como otros provocó que la normativa no se cumpliese.
En las Cortes de Madrigal de 1438 se vuelve a insistir en la necesidad de la diferenciación prohibiendo que las mujeres de pecheros y campesinos, moras, judías y mancebas llevasen faldas largas ni usasen pieles. Si bien las normas parecen claras también lo es que no se cumplen y que las gentes adineradas con independencia de su religión u orden social llevan las prendas de moda. Si bien parecía claro que cada grupo religioso tenía unas normas claras de vestimenta lo cierto es que las modas cruzaron fronteras religiosas. Desde los reinados de Enrique IV y Juan II se puso de moda entre los nobles castellanos vestir a la morisca para acudir a festejos públicos como los juegos de cañas, las justas o torneos.
Esta indumentaria consistía en el uso de la aljuba, túnica larga de origen andalusí, los zaragüelles, calzones anchos y el uso del almaizar, o turbante en la cabeza. Esta moda de lujo todavía era evidente a principios el siglo XVI, cuando podían confundirse con los moriscos para los que el uso de su indumentaria tradicional era obligatorio y así los pintó el alemán Christoph Weiditz, en su visita a Granada en 1528. Estas costumbres no afectaron a los campesinos, pastores, artesanos humildes o criados quienes vestían de manera tosca y ruda. Los tejidos eran vastos, sin color, básicos: camisas, camisones, sayas deslucidas, alpargatas, zuecos, cofias y algunas prendas de abrigo de lana tosca. El refrán “dime cómo vistes y te diré quién eres” refleja la idea de que la indumentaria no es solo una cuestión estética, sino un símbolo de identidad, estatus y valores. En la Castilla medieval y moderna, la ropa distinguía religiones, clases sociales y hasta la moralidad de las personas: el lujo se asociaba con vanidad y poder, mientras que la sencillez se relacionaba con modestia y virtud. Así, el vestido funcionaba como un lenguaje social que permitía -o impedía- diferenciar a cada grupo.
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