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Moneo contra el Guggenheim: «Es un edificio simple»

Rafael Moneo, ayer, en las inmediaciones del Museo Thyssen de Madrid
Rafael Moneo, ayer, en las inmediaciones del Museo Thyssen de Madridlarazon

Rafael Moneo es de esas personas que aún usan sombrero. Sombrero de fieltro. Y lo hace por un motivo práctico: para guarecerse de la nieve, en este caso. Probablemente con eso esté todo dicho. Es decir, que Moneo cree en el sentido de las cosas y en la adecuación de los medios a los objetivos que es, como decía Balzac en su «Tratado de la vida elegante», la base de eso mismo: la elegancia. Moneo es un arquitecto de otra época. Un artesano en el reino de las «vedettes», de los Pritzker de relumbrón, con oficinas franquicia en todo el mundo, megaproyectos de impacto y cohortes de becarios por cada línea trazada en el AutoCAD. ¡Qué poco nos extraña que al navarro el Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, le resulte «simple»! «Aunque con un gran despliegue formal», añade, por ser ecuánime. Es decir que, contraviniendo a Balzac, el Guggenheim no adecúa los medios a los objetivos: no es elegante porque, asegura Moneo, «no permite la atención a todos los matices». Más que un sombrero bajo la nieve sería una pamela de Ascot. Lo dijo ayer en la presentación de su excelente libro «La vida de los edificios» (Acantilado), que es tanto un credo estético como un canto nostálgico a la época en que un edificio tenía más sentido que firma, más vida que nombre. Como la mezquita de Córdoba: «No conozco ninguna obra con un gran despliegue formal con esa complejidad», asegura. Tampoco nada equiparable a la Lonja de Sevilla, de aquel Juan de Herrera padre de El Escorial que, cuentan, Alvar Aalto se negó a visitar tras, en cambio, pararse en un recodo del camino a dibujar una modesta casita de campo. Modos de entender un edificio o una profesión. Maneras de interpretar un sombrero.