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Crítica de clásica

«La muerte y el industrial»: Parábola de nuestros días

Fundación Juan March. Obra: Jorge Fernández Guerra. Voces: M. Chauvin, L. Bosom, N. Calderón, J. Agudo. Clarinete: M. Campillo. Violín: Juan Luis Gallego. Director musical: Fran Fernández Benito. Madrid, 13-XII-2023

Imagen de «La muerte y el industrial»
Imagen de «La muerte y el industrial»Fundación Juan March

Conocimos las aptitudes líricas de Fernández Guerra allá por el año 1988, cuando estrenó su primera ópera, «Sin demonio no hay fortuna», que inauguró una fructífera época de estrenos en el Teatro Olimpia. Después, de la mano del compositor, vinieron «Tres desechos en forma de ópera» (2012), «Angelus Novus» (2017) y «Un tiempo enorme» (2019). Hombre culto y preparado, no para de hacerse preguntas en busca de reflexiones que conduzcan a la plasmación musical de unas ideas bien trabajadas y que evolucionan sin parar. Maneja un lenguaje musical muy libre y lleno de giros expresivos de la mejor ley y de gran personalidad. Su ópera anterior, la citada «Un tiempo enorme», nos daba la clave para saber por dónde camina en estos tiempos el músico, siempre en busca de la bien orientada y trabada proyección intelectual. En este caso nos habla del anhelo de inmortalidad de un empresario, que se interroga sobre su existencia eterna recurriendo a la Inteligencia Artificial y a la transmisión de su memoria cerebral a un software. El compositor traza una música que deriva en cierta medida de influencias queridas y buscadas como él mismo reconoce. Parte de una arquitectura basada en la combinación de seis líneas instrumentales y vocales mirándose, como afirma, en sextetos instrumentales de Janácek y de Roussel, escritos para piano y vientos. En el caso que nos ocupa las seis líneas vienen ocupadas por cuatro voces humanas –soprano, mezzo, tenor y barítono– y por dos instrumentos, clarinete y violín. Estos van marcando rítmica y a veces temáticamente la marcha de la narración, lo que da pie a que, sobre su discurso, de signo armónicamente indeciso, pero con frases concordantes, se instalen las líneas vocales, que de vez en cuando se combinan contrapuntísticamente en frases con frecuencia placenteras. Sobre esa base circula toda la narración, que ofrece escasas novedades en su transcurso y en esencia se monta sobre una línea de recitativo muy repetitiva, con inflexiones y fraseos monótonos, y acentos y curvas de previsible ondulación. Las voces no exprimen por ello el esperado lirismo expresivo, lo que cierra con frecuencia la exposición del pretendido mensaje, que se ve constreñido por la permanente y fija delineación. Esperábamos una mayor comunicatividad. Aunque, eso hay que reconocerlo, la gramática, el perfil de los conjuntos, están muy logrados. Más allá de que el libreto, que, como nos dice el autor, se inspira en buena medida en citas y textos de otros autores, busque «dar forma a una historia con un número elevado de textos ajenos», con una cobertura ideológica dada por Georges Perec, aunque la principal fuente de citas venga dada por el clásico «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» de Rilke. Hay también ecos de Nietzsche y Benjamin. No es obra precisamente fácil y necesita rigor en la exposición, finura en la reproducción y afinación superior por parte de todos. Magnífica labor de Mónica Campillo tocando el clarinete y de Juan Luis Gallego tañendo el violín. Marcaron sin problemas el norte de la representación. Los cuatro cantantes se comportaron.