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historia
La mujer guerrera, una leyenda muy real
Los restos de una dama magiar en una necrópolis revela que las mujeres no solo peleaban, sino que también se dedicaban a actividades propias de la guerra

En nuestro presente resulta obvio consignar que la mujer, al igual que el hombre, está plenamente capacitada para ejercer la violencia de una forma regular. Así se observa, por ejemplo, con la presencia de la mujer en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado aunque, desde luego, su integración no fuera fácil ni estuviera exenta de obstáculos. En el pasado tradicionalmente se le asignaban otros espacios y, en especial, el cuidado del hogar y de la progenie, no la guerra ni las armas consideradas dominio del varón. Como afirmase Mussolini, «la guerra es al hombre lo que la maternidad a la mujer». Más allá del fascismo, esta percepción era la norma en buena parte de las culturas pretéritas aunque, sin embargo, no de todas. Si nos retrotraemos a la antigua Roma, en múltiples ocasiones tuvo que afrontar la oposición y liderazgo de poderosas mujeres, desde Teuta a Zenobia pasando por Boudicca o Cleopatra, que generaban gran fascinación a la par que inmenso rechazo por su género. Así, no extraña que Cleopatra fuera calificada por autores como Plinio el Viejo y Propercio de «reina prostituta». Asimismo, más allá de líderes las legiones romanas también se enfrentaron a mujeres como las brácaras que se opusieron a Décimo Junio Bruto, abuelo del famoso magnicida de César, durante sus campañas en la Lusitania y que, según Apiano, «luchaban al lado de los hombres, y morían con ellos, sin dejar escapar jamás grito alguno al ser degolladas», así como las teutonas que combatieron a Mario amén de otros muchos ejemplos plenamente exóticos para los romanos. Aun así, en Roma hubo resquicios de participación de la mujer en actividades violentas pues conocemos la existencia de venatrices y gladiadoras.
Pese a los testimonios textuales de ésta y otras épocas, ha habido una importante renuencia a reconocer el rol de la mujer en la guerra. Afortunadamente la arqueología, en especial la bioarqueología, ha venido al rescate y así se ha constatado la existencia de mujeres guerreras y, en algún caso, contradiciendo identificaciones previas como en el caso de la vikinga de Birka que fue considerada durante décadas un hombre a cuenta del impresionante ajuar bélico con el que fue enterrada. En esta línea versa el fantástico «But no living man am I: Bioarchaeological evaluation of the first-known female burial with weapon from the 10th-century-CE Carpathian Basin», artículo publicado en «PLOS One» y escrito por un equipo encabezado por Balázs Tihanyi, investigador del departamento de antropología biológica de la universidad húngara de Szeged.
Partiendo de la mítica frase que Eowyn pronunciara ante el rey Brujo de Angmar en la batalla de los Campos de Pelennor en «El señor de los anillos», este artículo ofrece una apasionante investigación sobre unos restos humanos procedentes de la necrópolis de Sárrétudvari–Hízóföld. Se trata de un enterramiento colectivo de magiares, es decir de la población nómada de la estepa asiática que alcanzó el este de Europa en el siglo IX y se asentó en la llanura panónica, marcando el origen de lo que acabaría por ser Hungría. Esta investigación se centra en un cadáver hallado en este cementerio del siglo X inhumado de costado y con las piernas flexionadas. Contaba con ajuar funerario. En concreto con un coletero penanular, tres campanillas, un brazalete de cuentas de loza, una punta de flecha perfora armaduras, fragmentos metálicos de un carcaj y un mango de arco de asta. Este último estaba colocado de tal manera sobre el cadáver que con certidumbre parece haber sido aferrado por el finado en su viaje al más allá. Desde un punto de vista puramente arqueológico todas estas piezas, salvo el arco, podrían vincularse a miembros contemporáneos de ambos sexos aunque los elementos de vestir fueran más comunes entre las mujeres al igual que la peculiar colocación de su cadáver.
Esta constatación arqueológica llevó a plantear un examen antropológico y arqueogenético de los restos que, por lo demás, se encontraban en malas condiciones. Los rasgos del cráneo apuntaban a una identificación femenina ratificada a través de su estudio genético, siendo la única mujer magiar encontrada con armamento en su tumba hasta la fecha. Pero no sólo era una mujer, sino que también era una anciana que mostraba signos de osteopenia y osteoporosis además de todo un conjunto de lesiones en el sistema musculoesquelético semejantes a las advertidas en hombres enterrados en el mismo cementerio y en otros yacimientos contemporáneos. Tales daños, señala la investigación, se vincularían con un estilo de vida particular ligado a la monta de caballo y al empleo de armas. Aunque no se pueda afirmar taxativamente que se tratase de una guerrera, y los textos nada dicen de su existencia entre los magiares, se trata de un hallazgo único. Sus huesos revelan una trayectoria propia de una combatiente, dejando entrever una vida plena y llena de aventuras de la que, desafortunadamente, nada más sabemos.
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