Concierto de Año Nuevo 2022: El tranquilo fluir de los vieneses
Por tercera vez se situaba Daniel Barenboim ante la Orquesta Filarmónica de Viena para dirigir este famoso concierto que pudo contar con espectadores
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Por tercera vez se situaba Barenboim en el podio de la Musikverein para dirigir este famoso concierto, transmitido por radio y televisión a todo el mundo. En esta ocasión, a diferencia del año pasado, en el que discurrió sin público, en esta sí hubo espectadores, aunque solo en una parte del aforo; que disfrutaron de lo lindo, como lo hemos hecho los telespectadores y oyentes. Es un privilegio escuchar y ver a estos músicos tocando piezas que llevan en la sangre, y hacerlo bajo el mando de un músico de la solvencia del maestro argentino-israelí, que por cierto hace poco que ha adoptado también la nacionalidad española.
El pulso de este artista late de manera regular y consigue por lo común establecer y mantener un equilibrio entre forma y fondo. Conserva esa palpitación que define a una partitura de principio a fin y que marca su devenir. Sus acercamientos a la música de los Strauss y demás familia vienesa son sólidos y establece unas pautas constructivas lógicas a partir de un fraseo bien modelado, bien acentuado, aunque sin la ligereza que saben -o sabían- imprimir otras batutas.
No es el suyo por tanto, un Strauss espumoso, de acusado rubato, de alternancias excesivas. Es un Strauss -y aledaños- firme y cabal, fluido y, a veces, tocado de una veta poética no exenta de calor. El maestro, muy atento siempre a la partitura, dirigió muy suelto, casi siempre serio, dejando tocar, marcando en ocasiones lo imprescindible, con gestos muy económicos; incluso quedándose quieto por unos instantes. Sabe que a los profesores se la Filarmónica, que han tocado muchos de estos pentagramas decenas de veces, no les hace falta una guía en exceso precisa e insistente.
Se pudo apreciar todo ello desde el mismo comienzo de un programa bien construido, con piezas ya habituales, pero acompañadas de otras desconocidas, auténticas rarezas, como el sorprendente vals “Noctámbulos” de Carl Michael Ziehrer, en la que los miembros de la orquesta han de cantar a coro y silbar algunos de los temas principales. La sesión comenzó con la poco tocada “Marcha Fénix” de Josef Strauss y siguió muy lógicamente con el vals
“Alas de Fénix” de su hermano Johann, discretamente acentuado, expuesto con un fraseo natural y con rubato muy justo. Ahí ya se puso de manifiesto que Barenboim favorecía un flujo lógico, nada enfático, de la música.
“La sirena”, polca-mazurca de Josef, se expuso de manera lenta y persuasiva, quizá a falta de una mayor gracia acentual. Luego tres composiciones alusivas al mundo de la prensa. Primero “Pequeño boletín” de Joseph Hellmesberger hijo, galop dinámico ofrecido en su justo termino. Luego el vals “Periódicos de la mañana” de Johann hijo, a falta quizá de un mayor contraste fraseológico, pero con hallazgos notables, como el de las retenciones bien medidas en la repetición postrera del tema principal. Finalmente, “Pequeña crónica” del hermano Eduard, cuya levedad fue resaltada con acierto por la batuta.
Con ello concluía la primera parte del concierto y se daba paso a un documental titulado “Patrimonio de la humanidad”, un recorrido en volandas, al compás de las alas de una mariposa, por los 12 lugares ciudades, parajes, monumentos de Austria que son Patrimonio de la Humanidad. Todo ello al compás de la música de Mozart, Schubert y otros. Y enseguida, sin perder comba, la obertura de “El Murciélago” de Johann hijo, en la que advertimos que bastantes de los profesores no perdían ojo de la económica batuta. Nos gustó la manera en la que esta expuso, cadenciosa y suavemente, el tema lírico, que inaugura la segunda parte de la composición, rematada de forma fulgurante, pero sin ningún tipo de desbocamiento y dejando oír, sin prisas, frases tan hermosas como las que protagoniza la madera en la quinta sección de la partitura.
Espumosa lo justo -nunca mejor dicho- la polca “Champan” de Johann, en la que el director apenas se movió, y, tras el comentado vals de Ziehrer, de nuevo pentagramas del mayor de los hermanos, la conocida “Marcha persa” y el menos célebre vals “Alibabá y los 40 ladrones”, durante el cual actuó -en toma previa- el Ballet de la Ópera de Viena, bien adiestrado por su actual director Martin Schläpfer, que mostró una sugerente síntesis de estilos -con coreografía tocada a veces de técnicas Graham- en sus evoluciones en el citado Palacio de Schönbrunn. Después “Saludos a Praga”, polca francesa de Eduard, y Duendes”, pieza de carácter de Hellmesberger, donde escuchamos matices y colores, dinámicas y acentos muy sugerentes.
Siguieron dos obras de Josef: la polca de las “Ninfas” -con las cámaras mostrando la exhibición de ocho jinetes de la academia Española de Equitación- y el gran vals “Armonía de la esferas”, que tuvo una excelente recreación desde el mismo inicio con la exposición cuidadosa y medida del tema principal, que se va desenvolviendo progresivamente. Y llegamos a los bises. El primero la polca rápida “A la caza” del propio Josef, en la que Barenboim desplegó, aquí sí, una gesticulación muy animada. A continuación los tradicionales luego de la felicitación del conjunto, el ramo de flores y una alocución del maestro alusiva a la pandemia, de un loable humanismo. “El bello Danubio Azul” fue tocado cadenciosa y elegantemente. Los chelos, en el moroso comienzo, dejaron la impronta fraseológica y tímbrica de la gran formación vienesa. Frases acariciadoras y sonoridades controladas, sin excesos ni aspavientos. Con la “Marcha Radetzky” de Johann padre, en la que las palmas del público no fueron tan precisas como otras veces, se cerró una vez más este excepcional evento, que tuvo el chisposo y sugerente acompañamiento de la voz de Martín Llade.