Crítica de clásica

La hora de los jóvenes

David Afkham retornaba tras su enfermedad al podio de la ONE, que contó con una sesión con solistas españoles laureados en concursos internacionales

El director David Afkham al frente de la Orquesta Nacional
El director David Afkham al frente de la Orquesta NacionalRAFA MARTIN
Solistas españoles laureados en concursos internacionales. Obras de Ravel, Chopin, Prokofiev y Debussy. Director: David Afkham. Piano: Martín García. Violín: Javier Comesaña. Auditorio Nacional. Madrid, 24-II-2022.

Tres músicos jóvenes en esta sesión. El primero, aunque ya no tanto, David Afkham, que retornaba después de su enfermedad, al podio de la ONE, y lo hacía bien dispuesto, ágil como siempre, atento, vital, enérgico y rotundo en su gestualidad, firme, clara, aunque no especialmente variada; como es habitual en él, y ya para todo, sin batuta. Adminículo que no le hace falta para establecer la necesaria conexión con los profesores de la formación orquestal. Ofrecía en primer lugar una versión bien diseñada, funcional del «Menuet Antique» de Ravel, compuesto en un principio para piano en 1895, dedicado a Viñes y trasladado a la orquesta en 1930. Faltó en la correcta versión galanura, elegancia y delicadeza, un toque diríamos más acuarelístico en la diáfana parte central.

Algo que se puede decir, salvando distancias, de su interpretación ante una Nacional acogedora, equilibrada en todas sus secciones, de «La mer» de Debussy, bien organizada, acertada, impetuosa y bien tocada, aunque contorneada y dibujada con pincel un tanto grueso y con colores oscuros, propios de una pintura al óleo y no de un paisaje más difuminado, contrastado, evanescente y de texturas aéreas y transparentes; algo particularmente detectable en «Juego de olas», esa «pulverización sonora en la que el tempo se hace casi imperceptible», en la conocida apreciación de Barraqué. El pincel de Afkham, algo grueso como se dice en esta ocasión y circunstancia, trazó con firmeza y mano segura el curso del movimiento y se desplegó con contundencia en el tumultuoso «Diálogo entre el viento y el mar». Se echó en falta un más claro toque poético tras el gran silencio, cuando se retoma el tema principal en la sutilísima y casi imperceptible exposición de la cuerda aguda.

El concierto se centraba en la actuación de dos jóvenes realidades más que promesas, dos ya excelentes instrumentistas: el pianista gijonés Martín García (1996) y el violinista sevillano Javier Comesaña (1999, nada que ver con el que fuera también violinista de la RTVE). El primero mostró hechuras de instrumentista muy cuajado en la interpretación del «Concierto nº 2» de Chopin, que recreó con pasmosa facilidad exhibiendo madurez de concepto, sonido depurado y cristalino, fraseo elegante, ataque preciso y suave, control de dinámicas, reguladores bien administrados, capacidad de abandono romántico sin blanduras y manejo inteligente del «rubato». Interpretación, pues, sobresaliente, aunque pasajeramente pudiera acechar la sombra de un siempre peligroso preciosismo. No le fue muy a la zaga su compañero, que tocó con exquisita finura el siempre peligroso y casi evanescente «Concierto nº 1» de Prokofiev, en el que demostró un muy bello sonido (toca un Guadagnini), todavía algo falto de densidad. Dibujó con acierto el delicado comienzo de la obra, «Andantino», con ese tema lírico y espirituoso sobre trémolos de violas.

Una pátina orquestal muy bien controlada por Afkham, que hizo, como en Chopin, un cuidadoso acompañamiento. Comesaña estuvo preciso e intencionado en el «Vivacissimo» del «Scherzo» y caluroso lo justo en la cantilena del «Moderato» final. Los dos jóvenes premiaron al afectuoso aunque escaso público con bises: García tocó de manera impecable un «Estudio trascendental» de Liszt y, creemos, un vals de Scriabin, y Comesaña se lució en una muy íntima reproducción de una «Sarabanda» de Bach.