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Ante la injusticia en el INAEM

José Guirao, nada más ser nombrado ministro de Cultura en 2018, afirmó que «la organización administrativa del INAEM no está a la altura de los tiempos»
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Mucha tinta se ha vertido estos días sobre el relevo en el INAEM y no siempre con justicia. Se ha escrito que «todo lo que podía salir mal en el INAEM ha salido mal». Se ha hablado de las huelgas continuas que han obligado a suspender casi un centenar de funciones, de retrasos en el pago de las nóminas a actores, de sus plantillas obsoletas, de quienes –alrededor de doscientos técnicos– podrían perder sus empleos tras numerosos años de contratos temporales encadenados, de las parcas giras, de la reciente dimisión de Fernando Cerón como subdirector general de teatro… Sí, todo ello puede ser cierto, pero en modo algunos se le puede hacer responsable a la hasta ahora directora general, Amaya de Miguel. El mismo citado Cerón manifestó ante su dimisión que «mi decisión viene motivada por las dificultades con las que me enfrento a diario para poder ejercer el trabajo que considero necesario como responsable técnico de la relación institucional con el sector de las artes escénicas, por un modo de funcionamiento muy burocratizado que hacen que el trabajo se lleve en condiciones muy adversas que imposibilitan que se afronten retos insoslayables del futuro del sector».
José Guirao, nada más ser nombrado ministro de Cultura en 2018, afirmó «la organización administrativa del INAEM no está a la altura de los tiempos y amenaza con sofocar a nuestras unidades de producción» y nombró a Amaya de Miguel como su directora con el objetivo de «dar una respuesta más rápida y ágil a las necesidades del sector escénico y musical desde el punto de vista de la gestión administrativa y sus procedimientos». A tal fin creó un grupo de trabajo que estudió la situación y determinó que «solo una ley especial permitiría al Inaem establecer los fines y los medios para desarrollar su actividad».
Sin embargo no se avanzó más, fundamentalmente por la salida del ministerio del propio Guirao, su cambio por un incompetente en la materia y la llegada de la pandemia, que obligó a cerrar las unidades. Son muchas las voces de directores de éstas que me han trasladado la comprensión de Amaya de Miguel de los problemas, así como su buena voluntad para intentar resolverlos y lo que ha podido ir solucionando poco a poco. Pero el problema es muy viejo, prácticamente desde los años ochenta. Me recuerda mucho a la situación de una de sus unidades, la OCNE, en tiempos de Jesús Aguirre como director del INAEM: «Habría que disolver la OCNE y volverla a crear». Eso mismo sucede con su paraguas. Todos los directores generales que han pasado por el INAEM saben que el problema es su falta de independencia de Hacienda y Administraciones Públicas. ¿Cómo es posible que si el CNDM, por ejemplo, consigue un patrocinio, ese dinero vaya a parar a Hacienda y no al INAEM? Son muchos los ejemplos de disfunciones y la mayor y más reciente la causa de las pasadas huelgas, en absoluto imputable al Instituto.
Amaya de Miguel se ha debido cansar y no me sorprende. Me alegra que su gran amistad con Pedro Sánchez la lleve a una responsabilidad menos conflictiva y donde –esperemos– se puedan ver resultados. Me sorprende que Juna Francisco Marco, un veterano, experto en lides culturales y buen conocedor del INAEM como su director general de 1990 a 1995 –por cierto con el padre de Pedro Sánchez como gerente– haya aceptado volver a la Casa de las Siete Chimeneas. Para él todos mis deseos de suerte y un consejo: el mismo de Jesús Aguirre. Que abogue por disolver el INAEM y volver a crearlo dando más libertad a sus unidades.

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