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Ana Belén: “Lo peor de la exagerada corrección política es la autocensura”

Recogerá el 15 de octubre el Premio Pop Eye de Honor de la Música y de las Artes 2022, galardón que no podía tener mejor destinatario que esta artista polifacética, con más de 40 películas, otras tantas obras de teatro y no menos cantidad de discos
Paco NavarroLa Razón

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«Toda una vida dedicada al espectáculo» no es una frase hecha cuando hablamos de Ana Belén. Era una niña cuando pisaba por primera vez un escenario de esta España nuestra (de esta España suya) y hoy, con más de cuarenta películas, otras tantas obras de teatro y no menos cantidad de discos en la mochila, recibe el Premio Pop Eye de Honor de la Música y de las Artes de este año 2022, que no podía tener mejor destinatario. Lo recogerá en una extraordinaria gala presentada por el gran Juan Carlos Ortega que tendrá lugar el próximo día 15 de octubre, en el teatro Alkázar de la ciudad de Plasencia. «Los premios hacen mucha ilusión, dan mucho gustito», comenta, divertida, al respecto, «por supuesto que una no trabaja para conseguir premios pero, cuando llegan, una se dice “pues mira, alguna pequeña cosita habré hecho bien”».
Es un premio a toda una carrera y a la inusual trayectoria de una artista respetada y reconocida en todas sus facetas, capaz de unir al público en el cariño indiscutible que le tiene. Pese a todo ello, Ana prefiere no echar la vista atrás. «Yo no soy de echar la vista atrás. Hacia atrás, ni para coger impulso. Lo que sí tengo siempre presente es de dónde vengo, cómo empecé, qué personas son las que me han ayudado a lo largo de mi vida a formarme, ya no solo como actriz o como cantante, sino como persona. Y eso lo tengo siempre presente. Mucho más que los trabajos. En los trabajos a veces has acertado un poquito, otras te has equivocado un muchito, pero yo siempre agradezco mucho el haber tenido la suerte de coincidir en el tiempo con personas indispensables para la cultura en general de este país. Haber sido tan afortunada de conocerles, de poder escucharles, de saborear esa sabiduría suya. Ellos me han hecho crecer. Ellos han sido los importantes dentro de la cultura de este país, en diferentes disciplinas: en la música, en el teatro, en el cine, en la poesía, en las artes plásticas… He tenido la suerte de compartir muchos momentos con gente que han sido referentes de la cultura. Esa es mi suerte». Una muy grande, sin duda: Víctor Manuel, Serrat, Juan Diego, Almudena Grandes, Pedro Guerra, Joaquín Sabina, Antonio Resines, Miguel Ríos… y Umbral. «Yo en aquel momento era muy tímida, y cuando estaba con él, cuando nos reuníamos, me sentía muy agradecida y al mismo tiempo muy abrumada. Cuando escribía alguna de sus columnas míticas y aparecía mi nombre en aquellas negritas, yo pensaba (como suelo pensar siempre) “¿Soy yo? No, seguro que no. Debe ser que él quería hablar de otra persona y le ha sonado mi nombre”. Yo siempre pensaba era un poco por delegación. Pero siempre muy, muy, muy agradecida. Siempre fue muy cariñoso conmigo. Él había visto muchos trabajos míos en el teatro y en el cine. Era una persona extraordinaria, una de esas tan maravillosas con las que he tenido la suerte de coincidir».

Aspiraciones democráticas

Musa de Umbral e icono de la transición, Ana Belén nace y crece durante la dictadura y «tuve la suerte de verla desaparecer». Y añade, «no solo verla desaparecer, sino ver cómo toda la ciudadanía, todo el mundo salía a la calle y se exigían libertades. Y yo en ese momento era uno más de los que desde la calle iba empujando a esos políticos incipientes para que tuvieran fuerza y empezaran a plantear determinadas cosas. La fuerza de la calle pesó mucho en muchas de las cosas que se hicieron en aquellos momentos tan duros tras la muerte del dictador. La Transición no fue un paseo, fue muy difícil. Se fueron arrancando cosas porque se iban luchando y consiguiendo otras. No se concedieron así como así. Pero había una gran unanimidad en ese deseo de libertades y la aspiración a equipararnos a cualquier país democrático».
Y aquella libertad, también creativa, en un momento en el que se salía de la sombra y se ansiaba esa libertad, contrasta con esta ola de corrección política que nos encontramos ahora. «Esta exagerada corrección política que desde hace unos años se está imponiendo en todo el mundo es insoportable. Hay que tener cuidado con todo lo que se dice y con cómo se dice. Es horrible. Y creo que hay películas y montajes teatrales, canciones incluso, que se hicieron en otros momentos, que son absolutamente libres, y que en este momento sería difícil incluso plantearlas. No creo que se pudieran hacer. Y eso es preocupante. Porque no se puede, no se debe, poner límites a la creación. Luego el publico ya juzgará y le interesará o no le interesará, pero no se debe censurar. Y lo peor de todo es que ese clima, este ambiente, nos lleva a la autocensura. Y eso nos hace ser menos arriesgados, nos obliga a mordernos la lengua para no decir determinadas cosas, no nos permite innovar, investigar, avanzar, probar, experimentar… Somos un país tan creativo. Y tiene que seguir siéndolo. El cine este año tienen un montón de películas absolutamente diferentes, desde películas de bajo presupuesto, hecho por mujeres, documentales… Hay grandes montajes teatrales, nuevas propuestas. Hay una creatividad y una fuerza. Hay tanta gente que tiene tanto que dar en las artes, tanto que compartir, tanto que escribir. Tenemos mucha suerte de movernos entre tanta gente con tanto talento, tanto para dar, para conmover, para enseñar, para compartir… Eso no se debe coartar».
No se sube a un escenario Ana Belén, la gran tímida que no lo parece, para conseguir galardones, pero sí por otros motivos. «Esto lo hablo mucho con Serrat», cuenta. «Nos subimos a un escenario para comunicarnos, para expresarnos, para experimentar, para probarnos… Por muchas razones. Y también para que nos quieran. Estamos ahí para que nos quieran».
Todas las Anas que hay en Ana
Por Javier Menéndez Flores
Un millón de escenarios y de alfombras rojas después, el trajín de aquella escalera de la infancia sigue intacto. Las risas superlativas, el llanto como un aullido, las voces autoritarias de los mayores, las voces musicales de los niños, los pasos pesados, las carreras. La vida bullente en el microcosmos de un edificio de viviendas del Madrid profundo de los años cincuenta permanece en su memoria con fiera nitidez, como conservada en formol, y suele activarse en los segundos previos a la emoción: antes de pisar un escenario para cantar, actuar o recoger un premio. Es un recordatorio que actúa como un dedo sobre un cardenal. O como un susurro al oído: «Tú vienes de ahí, morena, no lo olvides nunca, y esa es parte de tu grandeza».
La niña que cantaba frente al espejo y que en vez de su imagen lo que veía era una multitud vociferante, convivía a diario con el múltiple rumor de fondo de esa escalera. Y en su cerebro vive aún el olor a puchero y a lejía, y la ropa tendida en el patio interior igual que un mosaico de altiva miseria. Como viven las grandes manos de papá y la voz de mamá, tan cálida como el hogar de la cocina brevísima.
Esa niña, por entonces María del Pilar, habitaba un Madrid ya extinto en el que las cosas sucedían en la calle y la gente todavía se tocaba, aunque fuera furtivamente. Un Madrid con tranvías, chamarileros, tiendas de ultramarinos, serenos, limpiabotas, barberos, ascensoristas, puestos de castañas asadas, de barquillos, cines de sesión continua, terrazas donde consumir horchata y granizado de limón. Un Madrid maravilloso y desalentador en el que las pantallas que hoy dirigen nuestras vidas ni siquiera tenían cabida en la imaginación de los más audaces novelistas.
Esa niña de ayer es hoy una estrella que lo ha logrado todo en su bicéfala profesión de cantante y actriz, pero que sigue en la batalla porque es más joven que cualquier joven y más bella que todas las guapas juntas. Y cuando se ríe, tan grande, enormemente, levantan el vuelo cien halcones y el mundo es un lugar más acogedor.
A espaldas de Ana Belén resplandece un botín de decenas de discos y películas, de ideales superados, de ilusión y amor y ambición correspondidos. Levantó el puño cuando la libertad tenía una gigantesca bota encima y la música de los sables era un vals siniestro, y hoy pisa con decisión otro siglo y canta en televisión con unos muchachos que firmarían por conseguir la cuarta parte de lo que ella atesora. Se casó con un pedazo de Asturias y su belleza de mañana soleada golpeó fuerte a todos los amigos de David y de Marina, que la pensaban intensamente antes de entrar en los dominios del sueño.
Y aunque no es necesario explicar cada episodio del pasado, no hay forma de olvidar algunas de las muchas Anas que Ana ha sido. La Ana moribunda que se desprende de su bebé en Fortunata y Jacinta. La Ana que, en La colmena, se sujeta la tristeza antes de alquilarse a un hombre por amor a su novio enfermo. La Ana que rompe el tiránico bastón en La casa de Bernarda Alba. La Ana enceguecida de amor de La pasión turca. La Ana indomeñable de Libertarias. Y la Ana que con una voz única, hermosísima, ha cantado a la libertad y al amor y a la infidelidad y a la esperanza y a la locura sin dejar nunca de ser ella.
Ana, agapimú, deja abierta la muralla que aún quedan muchas cosas buenas por venir.