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Bono, Dios y la canción que salvó a U2

El músico publica “Surrender”, sus memorias, en las que habla del papel de la religión, una fuerte vocación en él y en The Edge que estuvo a punto de disolver el grupo en sus comienzos, y también se adentra en el conflicto irlandés
La Reina Letizia; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y la ministra de Defensa, Margarita Robles, durante el acto solemne de homenaje a la bandera nacional y desfile militar en el Día de la Hispanidad, a 12 de octubre de 2022, en Madrid (España).
Javier EchezarretaEFE

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Sabíamos del espíritu mesiánico de Bono y de la grandilocuencia en muchos de los mayores éxitos de U2. A sus detractores esto les pone de los nervios, mientras que a sus seguidores es parte de lo que más les gusta. La elevación, la espiritualidad, las grandes subidas y bajadas de sus baladas más solemnes. Lo que quizá ni unos ni otros sepan tanto es que el origen de estas señas de identidad no es otro que la religión cristiana, que ha jugado un papel central en la vida de sus dos motores creativos, Bono y The Edge (Paul Hewson y Dave Howell), hasta unos extremos poco conocidos por el gran público y que el cantante revela ahora en una autobiografía que llega, como todo en su vida, rodeada de efectos. Un libro que se presenta en forma de lanzamiento simultáneo mundial y que se presentará con una gira del cantante hablando de sí mismo por 14 ciudades del mundo, entre ellas, Madrid, el próximo 28 de noviembre. «Surrender» (Reservoir Books), el título del volumen, no significa derrota porque, como decía el lema de los irlandeses en los años del IRA, ellos nunca se rendirán y esa palabra fue el símbolo de su lucha. «Surrender» es, también, entrega. Entrega a Dios, en este caso. Al menos hasta que el rock y la fama se interpusieron.
La madre de Bono era protestante y su padre, católico. Y ya se sabe que esa no era una distinción baladí en la Irlanda del siglo pasado, sumida durante décadas en el conflicto religioso y casi étnico del terrorismo en el Ulster. Iris, la madre del cantante, fallece cuando tiene solo 14 años y deja el hogar sumido en el silencio. «Después de su muerte, nunca volvimos a hablar de ella. Peor que eso, rara vez volvimos a pensar en ella. Éramos tres hombres irlandeses y evitamos el dolor que surgía al hacerlo», escribe Bono, que solo consiguió enterrar el dolor temporalmente para crearse un trauma.
Asiste a clases en una escuela liberal y progresista e ingresa en un grupo religioso llamado Shalom y que trata de emular la inocente vida cristiana del siglo I dirigido por un predicador callejero. Allí forma su primera banda, con el núcleo que formará U2, nombre que se impone en la votación a The Flying Tigers. Con su primera maqueta, Bono viaja a Londres y llama a puerta a periodistas musicales y compañías de discos. En sus memorias, Bono lleva la cuenta de todos y cada uno de los cazatalentos de las discográficas que le ignoraron en su expedición a la ciudad. Sin acritud, pero con nombres y apellidos. No tienen contrato, pero consiguen un mánager de primera división, alguien que cambiará su fortuna: el duro Paul McGuiness logra que firmen con Island Records, donde publican su primer largo: «Boy». El disco tuvo un éxito muy considerable. «Él quería convertirnos en el grupo más famoso de la historia y, si se cuenta el éxito económico como vara de medir (algo que él hacía pero nosotros, no), lo logró», escribe el cantante.
¿El fin de U2?
Con el éxito de «Boy» en América regresan a Dublín y todo son parabienes, salvo los de su pequeña comunidad de cristianos, Shalom, preocupados porque el éxito pudiera apartarles de la fe. La religión tiene un papel insospechadamente protagonista en los orígenes de la banda. The Edge proviene de una familia metodista de Gales, creyente y practicante, que acostumbra a cantar himnos religiosos en casa. «Hay una combinación de notas que se aprecian en la música coral (las quintas) y sobre todo se oyen en Bach. Fue en The Edge en quien encontré la música de marcha solemne que estaba buscando para U2», dice Bono. «Todos compartíamos la fe. La fe en los demás del grupo. La fe en que nuestra unión demostraría que éramos más que la suma de las partes. Y la fe estuvo a punto de disolver la banda, porque puede ser un problema. La fe separa personas, las que la tienen y las que no. Que Adam y Paul (los otros dos miembros de U2) fuesen ateos agnósticos no era relevante, pero Larry, The Edge y yo éramos muy conscientes de que no les interesaba lo que podía ofender a Dios», escribe Bono. «Tenían una paciencia infinita con nuestro fervor. Soy un seguidor de Cristo que no da la talla», proclama.
A finales de los setenta, en Irlanda, se da un renacer de las ideas cristianas por la cual los creyentes se «rendían o entregaban» (como en el título de sus memorias) a Dios de las maneras más teatrales. Cánticos en éxtasis antes del amanecer y otros melodramas que los católicos ponían en escena como seña de identidad frente a los protestantes. Curiosamente, Bono acudía a un centro educativo no confesional, pero encontró inspiración en clases de catequesis bastante liberales hasta que las incompatibilidades entre sus creencias y ser un grupo de rock de éxito internacional estaban claras. Tanto, que The Edge deja U2 porque lo considera incompatible con ser creyente. Y Bono sigue sus pasos y así se lo anuncian a sus compañeros y a Paul McGuiness. Éste les dice: «¿Tengo que deducir que habéis hablado con Dios? Pues la próxima vez que habléis con él, preguntadle si está bien que vuestro representante en la Tierra rompa un contrato legal. Uno que he firmado en vuestro nombre por el que os comprometéis a ir de gira», dice el mánager. Según Bono, «Edge le da la razón y asegura que siempre había esperado una señal para continuar». Por esto no es de extrañar que, cuando le preguntaban a Adam, el ateo del grupo, si U2 era una banda cristiana, él contestase. «Estoy en una banda con Bono. Solo por eso merezco un pase de entrada libre para todas las puertas del cielo».
Finalmente, el contrato venció a la fe. «Pero la pregunta no era si nuestras canciones podían salvar al mundo, sino más bien si podían salvarnos a nosotros», escribe Bono con su habitual grandilocuencia. The Edge encontrará una solución al problema con una canción que cambiará el curso de la banda al resolver la dicotomía. Un tema que hiciera «el bien» por el mundo. Fue «Sunday, Bloody Sunday» (título que aúna el día del Señor y la guerra en Irlanda), la canción que salvó a U2. Y la que les ayudó a concebir su destino: el de una banda de rock mesiánica.
No al IRA
Sin embargo, la canción que concilió la fe y el negocio les situó ante otra encrucijada, la política. Bono habla claro en sus memorias acerca del IRA, del que dice que no tenía el apoyo ni a un lado ni al otro de la frontera del Ulster pero «decidían quién vivía y quién no». «En nuestros conciertos y entrevistas ofrecíamos un relato alternativo sobre la no violencia, en un intento de reducir los ingresos del IRA, sabiendo que ellos podrían armas y bombas con el fin de instaurar su propia idea de Irlanda». «La banda se vio obligada a combatir cualquier idea novelesca sobre la lucha armada en nuestro país. Era el momento de proclamar que no estábamos dispuestos a que nuestra canción se utilizase para prolongar el sufrimiento de inocentes», escribe. El tema fue un éxito arrollador y colocó a U2 «en la lista negra republicana. Las cosas en casa ya no volverían a ser iguales para nosotros».
Tras las exitosas mieles de la canción política, Bono sigue explotando esa mina. Cortes como «Bullet In The Blue Sky» retratan la realidad de El Salvador y Bono asegura que los temas de «The Joshua Tree» no son otra cosa que «la banda machacando continuamente la política exterior estadounidense. No había dudas de dónde estábamos. Detrás de las barricadas», dice de su propio grupo quizá exagerando un poco. «A principios de los 90, en el Zoo Tv Tour, yo satiricé sin cesar a la administración estadounidense». Sin embargo, 15 años después, en 2008, visitará el Pentágono y se sentará a la mesa de madera de los militares estadounidenses. Eso sí, «para convencerles de que el desarrollo es mejor que las armas», pero desde el otro lado de la «barricada».
La biografía de Bono, que arranca con un tono personal y con el trasfondo interesante de la religión –que desaparece sin dejar rastro–, se va convirtiendo en lo que cabría esperar de ella. Una sucesión de frases grandilocuentes del estilo: «Las multitudes suramericana nos recuerdan que, cuando late con más fuerza, nuestro corazón es latino». Sentencias que parecen eslóganes de anuncio como «supongo que la idea que hay detrás de la canción es la de ser un un hombre de mundo, pero no de este». Líneas un poquito rechinantes como esta: «Bienvenidos al síndrome del mesías blanco. Si eres líder de una banda de rock & roll, es necesario tener cierto complejo de mesías, pero ese complejo es menos útil para los activistas antipobreza». A medida que avanzan las memorias (estamos hablando de 667 páginas) se parecen cada vez más a un libro de autoayuda, un cruce entre consignas prefabricadas y filosofía de plástico. Se atreve a parafrasear a Marx (¡a Marx!) y enunciar en un capítulo que «los artistas se hicieron con los medios de producción» y reclamar que «el capitalismo es un animal salvaje que requiere instrucción para que aprenda a obedecer y ayudar. Es preciso reinventar el capitalismo. Reiniciarlo». Lo dice Bono, que apareció en los Pradise Papers de evasores fiscales en 2017 y que cambió su residencia fiscal a los Países Bajos ese mismo año. Se codea con Nelson Mandela y Bill Gates, con Warren Buffet o Zelenski y realiza un inventario completo de su labor filantrópica. Y el tedio se apodera de una narración que pierde el interés exactamente igual que la música de U2 se ha ido convirtiendo en una versión sintética de ellos mismos.

Señalado por el Sinn Féin

Hay que admitirle coraje a Bono y a los suyos en la cuestión política. El cantante tenía por costumbre tomar alguna bandera irlandesa que le arrojaba el público y cortarle las franjas verde y naranja para quedarse solo con la blanca de la paz y eso le costó algún intento de agresión y críticas desabridas. Demostró aún más carácter incluso cuando el propio Gerry Adams, líder del Sinn Féin, le señaló públicamente y pidió que le «apestaran». Años después, conseguida la paz, Bono aceptó la mano tendida de Gerry Adams en un acto benéfico en 2008, incluso cuando el cantante había aceptado ser Caballero de la Reina de Inglaterra «por su servicio para combatir a pobreza». El político británico que propició el acuerdo de Paz en Irlanda fue Tony Blair. Mientras Bono compartía cenas con él en Downing Street, su compañero en U2 Larry Mullen le llamaba «criminal de guerra» por la invasión de Irak. Cosas de la geopolítica.