Crítica

Ciclo de Ibermúsica: Verdi y Bach en tono menor

Racha de conciertos casi consecutivos de Ibermúsica con las huestes del Concertgebouw, las de la Sinfónica de Milán, las del Bach Collegium Japan y las de Santa Cecilia de Roma

El director Claus Peter Flor junto a la Orquesta y Coro Sinfónico de Milán
El director Claus Peter Flor junto a la Orquesta y Coro Sinfónico de MilánGonzalo Alonso
Verdi: Requiem. Carmela Remigio, Anna Bonitatibus, Valentino Buzza, Fabrizio Beggi. Orquesta y Coro Sinfónico de Milán. Director: Claus Peter Flor.
Bach: Misa en si menor. Aki Matsui, Joanne Lunn, Alexander Chance, James Gilchrist y Christian Immler. Bach Collegium Japan. Director: Masaaki Suzuki.
Auditorio Nacional. Madrid, 9 y 10-XI-2022.

Racha de conciertos casi consecutivos de Ibermúsica con las huestes del Concertgebouw, las de la Sinfónica de Milán, las del Bach Collegium Japan y las de Santa Cecilia de Roma. Alguno de estos conciertos obedecían a recuperaciones de tiempos en los que la pandemia nos daba más miedo que ahora. Obviamente, poco tienen que ver unas formaciones con otras. Tras la formación holandesa era lógico que habríamos de bajar unos cuantos peldaños con la milanesa. Caro concierto el del «Requiem» verdiano, con una gran plantilla orquestal, una cuarentena de coristas y cuatro solistas. Me viene al recuerdo un comentario que hace años me hizo Alfonso Aijón: «El Requiem de Verdi siempre me trae problemas. Tengo pocas ganas de reprogramarlo». No se pudo alcanzar en esta ocasión el nivel de las anteriores y este Verdi discurrió en tono menor, un tono menor que no tiene que ver con la tonalidad en «sol menor» del «Dies Irae» ni con el de «si menor» de la misa bachiana. Simplemente imperó la discreción. Mejor, sin ser tampoco excepcional, el coro que la orquesta, bajo la batuta de Claus Peter Flor, más acertada en los pasajes líricos que en los dramáticos, en donde la percusión, y muy especialmente el timbalero, se pasó.

Bien es verdad que con el cuarteto vocal era mejor controlar el volumen en los primeros pasajes citados. Muy escasa Carmela Remigio, una soprano de quien cierto director –adivinen– declaró que era mejor que Caballé. En fin… Quedó lejos de las exigencias para la página final, curiosamente la primera que compuso Verdi como encargo sin estrenar tras la muerte de Rossini, y falta de la emoción que debe suscitar. Con todo, fue posible disfrutar por los momentos sublimes de la obra, como ese «Lacrimosa» que también utilizó el compositor en su «Don Carlo». El Bach Collegium Japan, con Masaaki Suzuki, venía precedido de una notable fama bachiana. Buena lectura de Suzuki, que empleó una formación similar a la de los tiempos del autor. Las doce cuerdas quedaron escasas de volumen y la parquedad instrumental dejó al descubierto algún que otro fallo. El mejor de los solistas fue el contratenor Alexander Chance, sin evitar recordar que su parte corresponde en realidad a una contralto, voz en extinción. No podemos desear ya una Kathleen Ferrier para el «Qui sedes», sí quizá aquella Norma Procter de los años 70, pero tampoco… Ambas ocasiones dieron lugar al disfrute porque las obras se ofrecieron con dignidad.